“Comunicar esperanza en tiempos de pandemia”

Por JACINTO ROJAS RAMOS

Después de siglos de luces y avances científicos –aunque suene a broma–, no parecen saber darnos mayor solución que la de usar más el jabón de manos para evitar el contagio, la sana distancia, armarnos de altas dosis de paciencia e imaginación durante el enclaustramiento y esperar a que pase. La misma fórmula que utilizaron las abuelas y bisabuelas para luchar contra la viruela.

Tan pronto como la pandemia comenzó a ganar terreno enseguida detecté que, debajo de tanta avidez de noticias, inusitada excitación, crítica amarga, memes y vídeos ingeniosos, se escondían, tal vez como mecanismo de defensa, el miedo, el sentimiento de fragilidad y la inseguridad que la grave situación de crisis estaba provocando en nosotros. De ahí nace la idea de este artículo. Sin alejarnos de la crudeza y del realismo de la situación, quizá unas breves ideas bien tejidas pudieran ayudarnos a encontrar motivaciones para afrontar la letal amenaza de la desesperanza que, como siempre, asoma en situaciones de crisis. Porque una crisis siempre desafía la esperanza.

El futuro, lo sabemos, se escribe siempre sobre las raíces y la sabiduría destilada del pasado. Tanto sufrimiento vivido y tanta heroicidad anónima no pueden quedar en el olvido, sino que deberían convertirse en oportunidad de oro para ayudarnos a madurar y alumbrar un mundonuevo desde lo que estamos redescubriendo estos días. Un mundo en el que de verdad rescatemos lo más importante que tenemos: nuestra propia humanidad, nuestro mejor modo de concebir la vida y las relaciones humanas.

Estamos viviendo un momento histórico del que mañana hablarán los libros, como lo hacen de otras pestes o pandemias que hemos vivido en la historia de la humanidad. Ojalá los libros (¡y los bancos de datos!) recojan también la información de esta otra epidemia, igualmente real, que se ha desatado en esta ocasión. Me refiero a la epidemia de ternura, de compasión, solidaridad y esperanza que nos está contagiando a muchos y nos está haciendo mejores. Sobre esta base se alumbrará y se fraguará ese mundo nuevo.

Los creyentes, igualmente desafiados en la esperanza, confiamos que en todo esto Dios está con nosotros. Por eso decimos que la esperanza es una virtud teologal. Ojalá muchos pudieran comprender existencialmente esta gran verdad que sostiene nuestra vida. Sin que hayamos hecho nada por merecerlo, el cielo nos ha bendecido con la suerte de tener ese mágico resorte que se activa con la memoria y nos recuerda la gozosa promesa que también hoy nos repite Jesús resucitado: «Sabed –y no olvidéis– que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mateo 28,20).

En medio de tantas informacionessobre lo que nos está pasando, cuando vivimos una situación imprevisible e inimaginable, que desborda la misma ficción (la realidad siempre la supera), las dichosas dos preguntas son las que todos, en un momento u otro, nos hacemos desde lo más profundo de nuestro ser: ¿por qué está pasando esto? y ¿para qué está pasando? Y aquí, es evidente (ocurre siempre, con cualquier acontecimiento, pero en este caso ocurre de modo insoslayable), nos topamos con el Misterio en dónde solo la esperanza es la que nos mantiene de pie seguros de que así como llegó la situación adversa que está cobrando muchas vidas y ha colapsado la economía, así también pasará, concediendo a muchos el privilegio de dar un salto de calidad desde la vida interior.

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