¿La personalidad cambia a lo largo del tiempo?
|- La personalidad se caracteriza por ser estable en el tiempo. Sin embargo, muchos de sus rasgos evolucionan con el paso de los años. En este artículo te explicamos los motivos.
La personalidad es un constructo psicológico que ha atraído la atención de numerosos investigadores a lo largo de la historia de la psicología. Ha generado múltiples teorías sobre ella y, aún a día de hoy, no hay un consenso unánime sobre su entidad.
Existen tantas definiciones de la personalidad como autores la han estudiado. En esencia, podríamos describirla como el conjunto de características psíquicas que conforman nuestro modo de pensar y actuar.
Personalidad, temperamento y carácter
Los rasgos de personalidad vienen determinados por la interacción entre el temperamento y el carácter. El temperamento es la parte innata de la personalidad y está condicionado por la genética. Se manifiesta más tempranamente y es relativamente estable en el tiempo. En cambio, en el carácter influyen aspectos más ambientales y estos pueden ser más fácilmente transformados.
Así, podemos entender la personalidad como una entidad estable en el tiempo pero susceptible de sufrir modificaciones, ya sea por las circunstancias vividas o porque de manera consciente busquemos cambiar algún aspecto de ella.
¿Cómo cambiamos a lo largo de los años?
Todos evolucionamos de alguna manera a lo largo de la vida. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Edimburgo analizó el cambio en personas cuando tenían catorce años y sesenta y tres años después. Los resultados, como era de esperar, mostraron que había habido una transformación muy significativa en sus formas de ser.
La personalidad no es fija, sino que es modulable y, aunque tengamos una tendencia estable, podemos evolucionar y modificar muchos aspectos.
Sin embargo, no todas las personas cambiamos por igual. Las circunstancias a la que nos enfrentamos cada uno de nosotros, en ocasiones, son parecidas, pero también pueden ser extremadamente diferentes a las de la mayoría, y eso condicionará de forma muy marcada nuestra personalidad.
Por otro lado, hay personas que tienden a cambiar con más facilidad, sea por su forma de ser, por el conjunto de experiencias vividas o porque se propongan transformar algún rasgo de su personalidad.
Las cinco grandes dimensiones de la personalidad
Más allá de grandes referentes como Cattell o Eysenck, McCrae y Costa propusieron el modelo Big Five, uno de los más utilizados para clasificar los diferentes rasgos de personalidad. En él encontramos cinco características que se sitúan en un continuo entre dos extremos:
Extraversión: en uno de los polos están las personas más optimistas, vitales, desinhibidas y sociables, a las que les gusta estar en contacto con los demás. En el otro están las más introvertidas, tranquilas y reservadas.
Apertura a la experiencia: en un extremo se sitúan las personas con una gran imaginación, curiosas y originales y, en el otro, las más pragmáticas, convencionales y tradicionales.
Responsabilidad: este rasgo diferencia a las personas competentes, organizadas y cumplidoras, de aquellas informales y poco disciplinadas.
Amabilidad: este atributo distingue a las personas honradas, altruistas y consideradas, de las personas sin escrúpulos, egoístas y hostiles.
Neuroticismo: en el polo negativo se sitúan quienes tienen tendencia a sentir ansiedad, depresión y una baja tolerancia al estrés. En el positivo están las personas más estables emocionalmente y que cuentan con un mayor grado de calma y autocontrol.
Si analizamos estos rasgos en nosotros mismos, podremos comprobar que algunos elementos se han mantenido estables a lo largo del tiempo. Sin embargo, es fácil que otros se hayan ido modulando.
Por ejemplo, es posible que nos hayamos convertido en personas más responsables que cuando éramos jóvenes, o que gracias a la madurez seamos más estables emocionalmente. O al contrario, que, debido a las circunstancias, nuestro nivel de neuroticismo haya aumentado considerablemente.
¿Cómo puedo cambiar mi personalidad?
Todos tenemos aspectos de nuestra personalidad que desearíamos mejorar o, incluso, cambiar radicalmente. Ante esta situación, habrá quien se justifique con el eterno «las personas no cambian», y habrá quien quiera ponerse manos a la obra pero no sepa cómo. Para las personas del segundo grupo, es fundamental que tengan presente que:
Lo más importante es querer cambiar y, para ello, estar dispuestos a realizar un trabajo psicológico profundo.
Debemos ser realistas y proponernos metas alcanzables, de lo contrario nos generará una gran frustración.
Es más fácil cambiar cuando los objetivos son claros y concretos. Una buena forma será situar en qué punto del continuo estamos y dónde queremos llegar.
Debemos tener en cuenta que los cambios en la personalidad son progresivos, por lo que una dosis extra de paciencia no nos vendrá mal.
Un buen plan pasará por diseñar una estrategia a corto, medio y largo plazo identificando qué recursos debemos desarrollar en cada etapa.
Si tenemos un por qué, nos resultará más fácil, especialmente cuando surjan las resistencias al cambio.
Una buena estrategia será visualizar detalladamente cómo queremos ser y actuar como si ya hubiésemos logrado el cambio.
Si tenemos determinación y somos perseverantes, conseguiremos más fácilmente nuestro objetivo.
Pasar a la acción será la mejor manera de ganar seguridad y confianza.
Sustituir un patrón de conducta conlleva un esfuerzo considerable. Aunque no nos salga tal y cómo esperábamos, es importante no desistir, ya que con el tiempo podemos mejorar.
En caso de que haya rasgos de nuestra personalidad que nos perjudiquen y no sepamos cómo modificarlos, consultar a un psicólogo siempre será la opción más recomendable.