Por qué me encanta la mañanera
|HISTORIAS DE REPORTERO
Carlos Loret de Mola
Por qué me encanta la mañanera
En ninguna parte del mundo un
jefe de Estado improvisa dos horas diarias frente a las cámaras. En México sí.
Aquí, el Presidente está sobrado de palabras. Todos los días, desde Palacio
Nacional, Andrés Manuel López Obrador dice una mentira flagrante, lanza un
ataque estridente, se contradice con algo que dijo en el pasado, plantea una
barbaridad autoritaria y/o anuncia acciones de su Gobierno. Muchas veces
incluso confiesa delitos: desde su orden para liberar a Ovidio Guzmán (delito
penal), pasando por la justificación de los paquetes de dinero que recibió su
hermano Pío (delito electoral) hasta la abierta y frecuente aceptación de
desvío de recursos públicos (delito administrativo), más la franca violación a
reglamentos, leyes y procedimientos del servicio público. Si el próximo
Presidente quiere meter a la cárcel a López Obrador, bastará con revisar las
mañaneras y tendrá un sinfín de opciones para judicializar. El Presidente se
autoincrimina a cada paso.
Todo eso es noticia: mentiras, contradicciones,
ataques, anuncios, delitos. La mañanera es un abuso de poder que se ejecuta
todos los días y es un manjar periodístico.
No es una conferencia de prensa. Es una
simulación de conferencia de prensa: copia el formato, inventa reporteros para
que adulen al Mandatario y casi siempre logra proteger al Presidente de
cualquier asomo de rendición de cuentas. Pero no siempre lo logra: a veces
toman la palabra periodistas de verdad que lo ponen contra las cuerdas.
Es un acto de propaganda, es verdad. Un acto muy
creativo de propaganda. Por eso la entendible determinación del INE de
restringir parcialmente la mañanera en tiempos de campaña. Porque al simular
que es “un ejercicio circular de información”, esconde que diario se emite un
spot de dos horas de duración, en el que el Presidente habla de su realidad y
no hay contrapesos inmediatos -en tiempo real, con la misma difusión y la misma
duración- para contrastarlo. Por el contrario, la propaganda mañanera es
automáticamente potenciada por la red artificial de bots y trolls que orquesta
el vocero Jesús Ramírez.
La invención de estos reporteros aduladores ha
reivindicado el periodismo profesional. Se han vuelto tan deleznables para el
público, que la gente ha revalorado la importancia de tener medios y reporteros
libres, que cuestionen, que investiguen. Cada que uno de estos aduladores toma
la palabra y baña con elogios al Mandatario, la credibilidad del ejercicio
matutino queda sepultada. Y eso es un triunfo para el periodismo.
El Presidente se ha metido en problemas en la
mañanera. Hasta se ha enojado. Pero es evidente que para López Obrador el saldo
es positivo: gana más de lo que pierde. La oposición, en cambio, no ha sabido
capitalizar el caudal de tropiezos que exhibe el Mandatario sin falta de lunes
a viernes a las 7 de la mañana.
El Presidente, su Gabinete (la mayoría de los
secretarios confiesa off the récord
que odia ir a las mañaneras) y sus activistas, en su afán de ganar el debate
del día, de lanzar la injuria cotidiana, se les olvida que hay años por
delante. Su apetito de corto plazo los nubla. Creen que siempre van a estar
ahí. Pero no, ese poder es pasajero. Y tendrán que rendir cuentas por excesos
que los van a perseguir más tiempo del que quisieran. Eso también será noticia.
Por todo ello, me encanta la mañanera. Me gusta
que exista. No quiero que se acabe.