La salud del Presidente
|HISTORIAS DE REPORTERO
Carlos Loret de Mola
La salud del Presidente
Durante
años, el icónico presidente francés Francoise Mitterrand ocultó que padecía
cáncer de próstata. Utilizó el aparato gubernamental para que nadie lo supiera
e incluso le dijo a su médico Claude Gluber que su padecimiento era un “secreto
de Estado”.
Abundan las historias sobre las enfermedades de
los presidentes en el poder y cómo las han ocultado. Es como si estar enfermos
los hiciera verse débiles e interpretan que los ciudadanos no quieren a un ser
humano al mando, sino a una especie de deidad inmune e incansable. En México
-hablando de extremismos- se recuerda mucho el caso del presidente Luis
Echeverría, quien decía que nunca se iba de vacaciones. A la luz de los juicios
en su contra, ojalá hubiera asesinado menos y vacacionado más.
Este aire antidemocrático parece permear entre
los mandatarios que no quieren verse débiles mientras los ciudadanos tienen el
derecho de saber con certeza el estado de salud de su gobernante, incluso desde
la campaña para valorar por quién se está votando y cuáles podrían ser los
escenarios de un eventual mandato.
En Estados Unidos, el Presidente no está
obligado a acudir a un médico ni a difundir su estado de salud, pero desde
Ronald Reagan todos los mandatarios se someten a un examen clínico anual y
difunden sus resultados. Es una tradición que lleva un mensaje claro a la
opinión pública: el Presidente es apto para gobernar. Incluso Donald Trump, a
regañadientes, transparentó sus revisiones médicas y entendió lo que
representaba esta información para ofrecer certeza a los ciudadanos no solo de
su país sino del mundo. Por eso muchas naciones civilizadas tienen la
obligación legal -o al menos la ineludible regla no escrita- de transparentar
las condiciones de salud del jefe del Estado.
En México no. Los candidatos presidenciales no
están obligados a publicar sus exámenes médicos ni existe una práctica al
respecto. Peor aún: buscan esconderlos. Los presidentes tratan de esconder si
están enfermos y cuando llegan a informar algo, es porque resulta inocultable.
Este domingo, el Presidente de México informó
que tiene coronavirus. Al día siguiente, la secretaria de Gobernación, Olga
Sánchez Cordero, encargada de sustituir al Mandatario en muchas de sus
funciones, encabezó la conferencia matutina. Cuando dijo que el Presidente “se
encuentra bien, se encuentra fuerte”, en realidad no informó nada sobre el
estado de salud de Andrés Manuel López Obrador.
Fue peor cuando (deduzco que desde su
experiencia médica… de abogada) informó el buen pronóstico de salud y enlistó
las razones: “el Presidente se encuentra estable y pronto, muy pronto se
recuperará, estoy segura. Es un hombre optimista, un verdadero representante
del pueblo y un Mandatario responsable, un ejemplo a seguir, un líder que nos
inspira a todos”. Hasta ahí el parte médico oficial.
Doce horas después, un doctor, el vapuleado subsecretario
Hugo López-Gatell, argumentaba que no se darían detalles sobre la salud del
Presidente por respeto a su privacidad.
La salud del Presidente es de interés público y
el Gobierno federal debe comunicar de forma precisa cómo se encuentra el jefe del
Estado mexicano y qué tratamiento está recibiendo. Los ciudadanos tenemos
derecho a contar con evidencia de su estado de salud, no verdades a medias o
elogios a la personalidad (¿dónde quedó aquel “es fuerza moral, no fuerza de
contagio”?). Todo esto ofrece al ciudadano certezas de que el Presidente recibe
los cuidados necesarios y que sigue gobernando. Es central para la estabilidad
de un país que es importante en el concierto internacional.
Y desde luego, ojalá se recupere pronto.