El espacio poético de Ely Núñez
|MANUEL M. FLORES, poeta mexicano, muerto en 1885.
MANUEL MARÍA FLORES (*San Andrés Chalchicomula, Puebla, 1840 † Ciudad de México, Distrito Federal, 1885) fue un escritor y poeta poblano durante la segunda mitad del siglo XIX. Nació en Puebla, estudió filosofía en el colegio de San Juan de Letrán, que abandonó en 1859 para combatir en la Guerra de Reforma del lado del Partido Liberal. Durante la Segunda Intervención Francesa en México fue hecho prisionero en la Fortaleza de San Carlos de Perote. Al ser liberado en 1867 fue electo diputado, y se unió al grupo de escritores de Ignacio Manuel Altamirano. Fue amigo de Manuel Acuña, con quien publicó poemas. Se relacionó con Rosario de la Peña, por quien Manuel Acuña se suicidó.
Después de su muerte, aparecieron sus «Poesías inéditas» en el año de 1910 y en el año de 1953 «Rosas caídas» (su diario).
Corrían los años de 1857 y 1858, entre las porfiadas luchas del partido liberal y del partido reaccionario, que ensangrentaban la República y apenas dejaban tiempo para pensar en otra cosa que no fuese la política o la guerra. Yo estudiaba entonces Derecho en el Colegio Nacional de San Juan de Letrán y comenzaba mis ensayos en el periodismo. En el primero de estos años tempestuosos, dividía, pues, mi atención entre las contradicciones del Digesto, que no producían sino un diluvio de sutilezas en la Cátedra, y las disputas irritantes de la política, que traían agitados a liberales y conservadores y provocaban la más sangrienta de nuestras guerras civiles.
En Flores, la tristeza de entonces era el crepúsculo matinal de la vida; la tristeza de Arróniz era una sombra de la tarde. En aquél, presentimiento quizá de los dolores del alma; en el último, la hez acre de los desengaños. Así comenzó Flores su existencia poética. Por lo demás, cuando no escribía o conversaba con nosotros, volvía a encerrarse en su silencio y se paseaba meditabundo, de modo que podía describirse él mismo, como Víctor Hugo a los diez y seis años. Y sin embargo de su indolencia y de que parecía no estudiar a ninguna hora, se presentaba a examen y salía bien. Pasó el año de 1857, y a fines de él estalló la guerra civil en la ciudad de México, que se prolongó hasta Enero de 1858, en que la reacción triunfante quedó apoderada de la ciudad que había abandonado a sus garras Comonfort, por una serie de debilidades y de torpezas increíble. Nuestro club, naturalmente, no volvió a reunirse, y trabajos tuvimos los estudiantes lateranos para sustraernos a la suspicacia de la policía.
LA FORTUNA
A Rosario P.
En su curso voluble la Fortuna
todo cuanto me diera me quitó;
Y la Miseria pálida y hambrienta
el umbral de mi puerta se sentó.
Y llegó la Amistad la que en un día
el festín de mis dichas presidió-
y aunque le dije ven, ella, espantada
al ver aquel espectro, se alejó.
Amor llegó también… Sellé mi labio,
porque temí que se alejara Amor;
pero él sin vacilar, bañado en lágrimas,
vino a mi presuroso… y me abrazó.
Y la Miseria pálida y hambrienta
que al umbral de mi puerta se sentó
a la luz de aquel ángel que lloraba,