Silvia Molina une memoria y ficción para dar vida a un libro que nutre con sus recuerdos

  • En ‘La República española en un pañuelo’, la escritora muestra una dimensión más íntima de los republicanos llegados a México durante los años 40 del siglo pasado.

CIUDAD DE MÉXICO.

Al compartir sus recuerdos de infancia y la amistad que tuvieron sus padres, Héctor Pérez Martínez y María Celis Campos, con muchos españoles exiliados en México, la escritora Silvia Molina (1946) muestra una dimensión más íntima, cálida y personal de estos republicanos que llegaron al país durante los años 40 del siglo XX.

El amor y la gratitud que entrelaza a las personas, más allá de su profesión y su fama, es el hilo conductor del libro La República española en un pañuelo (Seminario de Cultura Mexicana), en el que la narradora une memoria y ficción para dar vida a historias poco conocidas.

Es un homenaje al exilio español que nos dio distintas cosas, pero en general nos aportó su conocimiento y su voluntad para rehacerse. No basta con recordar o reinventar, tienes que hacer litera­tura, eso es lo difícil. Hay que vestir lo que cuentas”, afirma Molina en entrevista.

La también ensayista y editora confeccionó este título, explica, a partir de las decenas de cartas que conserva de sus padres y las conversaciones con su madre, sus hermanos, sus tías y amigos de la familia que visitaban su casa de manera cotidiana.

Son recuerdos no vividos por mí. Las cartas cuentan cosas que vas asimilando como si fue­ran tuyas, pero en realidad no lo son. Así, descubrí por dentro lo que estaba sucediendo en una época en la que no estuve”, comenta.

Éste es el tercer título que la novelista y cuentis­ta dedica a sus recuerdos familiares. El primero fue La mañana debe seguir gris (Premio Xavier Villaurrutia 1977), sobre su amor juvenil por el poeta tabasqueño José Carlos Becerra, quien murió en 1970 en un accidente automovilístico en Italia. El segundo fue Imagen de Héctor (1990), en el que evoca a su padre, quien falleció cuando ella tenía apenas dos años.

Eran amigos cariñosos y fieles de mi padre. Él siempre los apoyó y los acogió desde que era director del periódico El Nacional Revolucionario hasta que fue gobernador del estado Campeche. Y ellos le pagaron con una amistad que duró más allá de su muerte, pues nunca dejaron de visitar y alentar a mi madre, que quedó viuda joven y con cinco hijos”, agrega Molina.

Así, reconocidos españoles como los poetas León Felipe y Juan Rejano, el escritor Francisco Giner, los pintores José Moreno Villa y Miguel Prieto, quien les hizo un retrato a Silvia y a su hermana María Eugenia Chacha, y el editor Joaquín Díez Canedo, entre otros, eran una presencia cotidiana en la casa paterna.

Siempre guardé un buen recuerdo de ellos. Tuve la suerte de cono­cer a unos por una cosa y a otros por otra. Estaban al pendiente de nosotros. Eran como parte de nuestra familia”, añade.

La autora de La familia vino del norte y El amor que me juraste detalla que León Felipe, por ejemplo, “era un encanto de persona, tenía muy buen sentido del humor, era muy cariñoso. Al final, creo que a todos les fue bien con sus logros, estaban muy orgullosos”.

Admite que la memoria y la oralidad como recursos fueron vitales en la confección de esta nueva novela.

Las cartas me ayudaron muchísimo, porque en esa época lo que existía era el telégrafo y el correo. Tengo misivas que le escribe mi padre a mi madre que llegaban de un día para otro, en los años 30 y 40 era muy rápido. Los textos eran largos y describen la manera de vivir de entonces”.

Silvia Molina está de acuerdo en lo que Mauricio Merino apunta en el corolario: “Nuestro vínculo con el exilio republicano no pasa por la epopeya, sino por el corazón”. Y destaca que esta idea fue su punto de partida.

 La secretaria general del Seminario de Cultura Mexicana adelanta que, “después de poner estos recuerdos vitales en un pañuelo”, trabaja en una novela que se llamará La huida del peregrino, en la que recrea la vida de su tío Rafael Sánchez de Ocaña, el español que llegó a México en 1931 y se casó con la hermana de su madre. “Fue compañero de Ortega y Gasset y perteneció a la Generación de 1914, no sabía eso. Creo que ya con esto cierro el ciclo de memorias. Aún conservo las cartas personales de mi padre, pero todos sus papeles de trabajo los doné al gobierno de Campeche.