Torrente de voces y violencia
|*En Páradais aparecen los polos opuestos de la sociedad mexicana al mostrar el deseo, la ambición y la desigualdad social.
CIUDAD DE MÉXICO.
Sergio Pitol afirmaba que un escritor oye voces a través de las voces, que se mete en la cama y de pronto las voces lo obligan a levantarse, a buscar una hoja de papel y escribir algunas líneas. Esa necesidad fue la que experimentó Fernanda Melchor (Boca del Río, 1982) al navegar sobre la prosa turbia de Páradais, su más reciente novela.
Integrada como un retrato hiperrealista que recrea lenguaje, hábitos, leyendas y cambios imperceptibles de una ciudad que ha sido engullida por la violencia, Páradais demuestra que “la violencia es un cáncer que está en el seno de cualquier sociedad, que es omnipresente y forma parte de nuestro código genético”.
Es un paraíso perdido que se lo llevó el diablo que narra la alianza entre dos polos opuestos de la sociedad mexicana, donde sus personajes alimentan el deseo, la obsesión, la ambición y la desigualdad social.
Finalista del Premio Booker Internacional, del National Book Award y ganadora del Premio Anna Seghers 2020 por Temporada de huracanes, Melchor ha sido destacada por la crítica estadunidense como una de las escritoras latinoamericanas más reconocidas de la actualidad.
Me encanta ese ensayo de Pitol donde afirma que un escritor escucha voces porque eso nos hace parecer locos y es verdad. Pero en esta novela no sólo hay esta preocupación sobre el lenguaje coloquial para reflejar un mundo, sino que también algo que me interesa muchísimo y que tiene que ver con el ritmo y con un juego”, explica.
Siento que, a diferencia de Temporada de huracanes, en Páradais lo que quise fue crear un espacio en el que el narrador sí esté pegado al personaje y a ras de tierra con él, pero con una distancia que me permitiera una sutil burla y el uso del humor negro, porque tenía esa necesidad de exhibir la cobardía del personaje principal llamado Polo”.
¿Su novela se centra en la violencia de lo cotidiano? “Es mostrar un poco a la violencia como una suerte de cáncer que está en el seno de cualquier sociedad, que es omnipresente y es parte de nuestro código genético. Además, hay un juego de posiciones a lo largo de la novela entre dos personajes, dos comunidades aparentemente contradictorias, aunque en el seno de estas comunidades anidan distintas formas de violencia”.
Por ejemplo, en Progreso la violencia es espectacular y es más obvia la invasión de un grupo criminal organizado que parece haber invadido toda la vida del pueblo y parece haber unido a sus filas a todos los jóvenes del lugar. Mientras que, en Paradise, hay algo más sutil y es una metáfora de todos estos lugares que, como sociedad, estamos tan ansiosos de construir”.
¿Son refugios? “Son lugares protegidos, donde levantamos muros y ponemos alambres de púas para evitar que cualquier contaminación ingrese. Sin embargo, el mal o la podredumbre ya está dentro, porque es parte de nosotros”.
¿Pero sí existe un deterioro que crece? “Sí, hay un progresivo deterioro de las protecciones de estos dos sitios, una muestra del fracaso en esos intentos por construir castillos medievales que protegen de las amenazas del exterior y del otro”.
Sin embargo, añade, “en este relato hay otro tipo de violencia que me interesó abordar y que no tiene que ver nada más con lo explícito y concreta, de quien levanta una pistola para meter un balazo a la cara, sino de esa violencia de quien, supuestamente, sólo recibe órdenes y se quiere lavar las manos porque asegura que no fue su idea”.
Por último, Fernanda Melchor se refiere a la Condesa Sangrienta, una leyenda que circula a lo largo de su novela, la cual fusiona una casona de la condesa de Veracruz con la historia de la Condesa Erzsébet Báthory de Ecsed, quien asesinaba jovencitas y se bañaba en su sangre.
Es un caso verdadero y me ayudó a ingresar un elemento mítico y, en mi caso, mostrar ese que nos dan las mujeres poderosas. Además, era un elemento que me ayudó a simbolizar la lucha de clases, el racismo y el clasismo”, concluyó.