“Esperanza y misericordia”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“Esperanza y misericordia”

La esperanza brota fundamentalmente del deseo, del deseo por conseguir algo bueno o de superar algo malo, doloroso, difícil como puede ser la enfermedad. Pero la esperanza es un deseo confiado: confiado en la realidad, en uno mismo, en las personas y en las circunstancias de las que depende el que desea. No hay esperanza si no hay confianza en que “vamos a lograrlo”.

Los cristianos hemos depositado nuestra confianza en Dios, en un Dios fiel  y misericordioso con los seres humanos en cualquier situación. Dice Isabel Gómez-Acebo -en el libro Diez mujeres escriben teología– que cuando el ser humano, al poco de la creación, desobedeció al creador, derramó la sangre de sus hermanos, profanó la tierra…, el Señor se arrepintió de haberlo creado (Génesis 6,6). Sin embargo, inmediatamente le mostró su misericordia.

En esta situación ¿quedaba algún motivo para la esperanza humana? Parecía que no, pero Dios elige un pueblo, el pueblo de la promesa, y se implica en su historia. Cuando le ve sufrir por esclavitud, le libera; cuando le ve hambriento en el desierto, le alimenta; y cuando le considera maduro, en el Sinaí, le pide que sea agente esperanzador. Desde entonces, el ser humano es parte activa en la historia de la esperanza y misericordia divina.

Todo el mensaje de Jesús se centra en el anuncio de que con él ha llegado lo que se esperaba, lo que esperaban sobre todo los que sufren: el Reino. “Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mateo 11,5).

Pero Jesús no solo es un agente de esperanza para los que sufren por aliviar su situación, sino sobre todo es agente de esperanza cristiana porque con su muerte y resurrección se fundamenta la confianza de que Dios convertirá el sufrimiento y la muerte en alegría y vida en plenitud; confianza básica y necesaria para quien sufre la enfermedad y la terminalidad de su vida.

La misericordia es el amor que reacciona ante la miseria, ante cualquier situación de miseria: material, enfermedad, sufrimiento, degradación o culpa. Ante estas situaciones, el amor se traduce en compasión y ésta moviliza nuestra voluntad de socorrer. Es difícil sentir misericordia y compasión si nunca se ha tenido la experiencia de la limitación.

Los “triunfadores natos” suelen ser poco propensos a la misericordia, les cuesta conectar con la indigencia y el sufrimiento de los demás. La misericordia es el rasgo capital de Dios. Él se define así “Yahvé es un Dios de ternura, de gracia, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad. Mantiene su misericordia hasta la milésima generación” (Éxodo 34, 6). La pretensión explícita de Jesús es revelar la misericordia del Padre. Doce veces aparece en el evangelio la expresión “se le conmovieron las entrañas” para expresar la misericordia de Jesús o de Dios, su sensibilidad profunda para detectar a los que sufren, y estar junto a ellos sin buscar la “utilidad” de su estar, sino simplemente desvelando que es “Dios-con-nosotros”.

Si bien es cierto que el ejercicio de la misericordia es tarea y rasgo central de todo cristiano, también lo es naturalmente la esperanza. Este gran binomio debe adornar nuestra vida en estos tiempos de pandemia, porque la misericordia conduce a vivir con esperanza.

rrjacinto_9@hotmail.com