El Aprendiz, de Jorge Orellana Lavanderos, o el triunfo de la vida y el amor
|“Es el amor y no la razón quien tiene el poder para vencer a la muerte”. Jorge Orellana Lavanderos
Edilson Villa M.
Desde el prefacio de “El Aprendiz”, su autor nos delimita el tiempo y el espacio en donde se desarrollará la trama de esta fascinante novela; el escritor chileno Jorge Orellana Lavanderos nos cuenta que “narraría el período entre el estallido social y el término de la primera ola de la pandemia”. A partir de la ficción de una novela, el autor, centrado en la realidad que viviría, eligió, para desarrollar esta historia, “El Aprendiz”, “un recinto al que los personajes, vecinos de esta comunidad, acuden a debatir sobre la contingencia, alentándose entre ellos, situaciones que entrelazan sus vidas”.
Pero antes de avanzar con estas palabras que escribo a manera de prólogo para la novela “El Aprendiz”, es necesario evocar La Peste de Albert Camus (de hecho, así llama el autor, en el primer párrafo del prefacio, al año 2020, cuando dice: “El sábado de inicio del otoño, en el año de la peste, junto a mi mujer, nos aprontábamos para almorzar cuando la autoridad informó sobre el primer caso de muerte a causa del virus, en Santiago”. Tanto allí, con el brote de peste bubónica en la ciudad argelina de Orán, como en Santiago de Chile, debido a la pandemia mundial por el llamado Covid-19, el autor nos deja claro que el hombre por sí solo no tiene control sobre nada, que la irracionalidad de la vida es inevitable; y así, tanto la peste negra como el coronavirus o la viruela o el sarampión o la gripe española o el VIH, etc., representan el absurdo, entendido como la ausencia de sentido supremo; y este absurdo, aunque es algo desconcertante, es potencialmente positivo, puesto que, si las sabemos dirigir, las nuevas razones de la existencia serían aquellas que vayan ligadas a valorar la vida humana por sí misma, por lo que es; y no por razones religiosas, políticas o ideológicas.
Tal vez por eso, la metáfora principal a la que alude el autor de “El Aprendiz”, no solo en el interior y desarrollo de la obra sino en la portada del libro, es la pintura “El triunfo de la muerte” (1562), de Pieter Brueghel, pionero del arte renacentista, donde se nos presentan panoramas sombríos y dramáticos en un mundo caótico y siniestro, con algunos toques de tragicomedia y humor. Esta obra pictórica también parodia el tema religioso, en ella Brueghel se burla de la devoción piadosa e introduce el tema de la muerte con sorprendente realismo al tiempo que transforma a los campesinos en los protagonistas principales; y en un momento de la historia en que la Inquisición Española barría Europa, Brueghel exhibía un cómico, violento y a veces desagradable universo de gente común.
Tanto en esta situación actual del estallido social y la pandemia (durante el 2020), que nos plantea Jorge Orellana Lavanderos en los 145 capítulos de la novela “El Aprendiz”, como aquella en el escenario que nos plantea Camus en su novela, se hace necesario abordar el tema, o mejor, recurrir urgentemente, a la solidaridad humana; solo así podríamos acabar con el absurdo de esta metáfora del mal, con el absurdo de todo aquello que atenta contra la condición humana, porque en los hombres aún hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. Y aunque muchos verán en esta situación de cuarentena una oportunidad de restricciones de nuestras libertades, pues ante tales situaciones de gravedad las autoridades han limitado los movimientos de sus habitantes para protegerlos del mal por el espejismo de un bien superior, está claro que en la solidaridad de todos, en la construcción de una ética y de una moral superiores, es donde está el camino hacia la superación de esta grave contingencia.
Sobre los acontecimientos del estallido social ocurrido en Chile a mediados de octubre del 2019, Jorge Orellana Lavanderos, a manera de crónica o de novela histórica, nos retrata magistralmente en boca de todos los personajes que acuden a “El Aprendiz”, esa tremenda situación socioeconómica y política, desde un tópico humano, casi íntimo.
Octubre de 2019 comienza con masivas manifestaciones sociales y fuertes disturbios en casi todos los países de Latinoamérica. Las dificultades socioeconómicas y políticas que se estaban presentando concretamente en Chile dieron lugar a que el 18 de octubre los estudiantes de secundaria y los estudiantes universitarios se organizaran para evadir masivamente el pago del pasaje del Metro de Santiago; la razón, una protesta por el alza del boleto del pasaje de 30 pesos chilenos, es decir, casi el valor de un boleto del Metro en una sola dirección. De allí en adelante se leían en los medios de todo el mundo titulares sobre la radicalización del movimiento, que los militares salieron a las calles, se escucharon voces de “Estamos en guerra”; y a pesar de las medidas paliativas impulsadas por el Gobierno, la ciudadanía se dirigió masivamente a la Plaza Italia en el centro de la Capital chilena; se hablaba de, al menos, un millón de personas en las calles de Santiago; y se empieza a hablar de una nueva Constitución, lo cual conlleva a que el Gobierno y los sectores políticos de oposición lograran establecer un acuerdo calificado de “histórico” para la realización de un Plebiscito en el que los ciudadanos decidieran si quieren o no una nueva Constitución.
En “El Aprendiz”, nuestro autor, como Ingeniero Civil, como empresario, como escritor y columnista; y como la voz de todos los personajes de esta novela, reflexiona e identifica todas las causas del problema, presentando objetivamente las diferentes miradas y opiniones al respecto y da algunas posibles soluciones o salidas a dicho problema.
Toynbee habló alguna vez del estímulo y la respuesta en el desarrollo de las civilizaciones, algo que aplica para todos los desafíos humanos y frente a todas las adversidades; esto mismo es lo que Jorge Orellana Lavanderos nos propone en todas sus columnas y, sobre todo, lo que nos sugiere en esta monumental novela, esto es, nos arroja luz entre tanta oscuridad.
El otro tema que delimita esta gran novela es el tiempo de pandemia y cuarentena que en Santiago comienza oficialmente el primer sábado del otoño cuando la autoridad municipal informó sobre el primer caso de muerte a causa del coronavirus; se trataba de una anciana, con abundantes patologías de base, residente en la popular Comuna de Renca. Esta primera muerte por el nuevo mal hace que nuestro autor se refiera magistralmente sobre algo inédito en la historia de la humanidad, esto es, un estado de pandemia y cuarentenas, casi simultáneas, en todos los países del mundo.
Ya la humanidad se había tenido que enfrentar a terribles pandemias como la peste negra, la viruela, el sarampión, la gripe española, el VIH, etc. Sin embargo, por primera vez en nuestra historia un agente patógeno denominado Coronavirus o Covid-19 ha puesto en jaque a toda la población mundial.
Con un estilo propio, a la mejor manera de la literatura rusa, donde se evidencia un gran conocimiento de la condición humana, Jorge Orellana Lavanderos nos conduce por diferentes situaciones como el simple hecho de ir a llevarle un libro a una amiga en medio de la cuarentena o la interlocución con un zorzal en el jardín mientras se hace un poco de trote en la cinta mecánica; y nos deja claro que el hombre por sí solo no tiene el control sobre nada y que la irracionalidad de la vida es inevitable. Tal vez por esto es que nuestro autor se identifica tanto en esta novela con la pintura “El triunfo de la muerte”, antes mencionado; tanto Jorge Orellana Lavanderos como Brueghel tienen humanidad profunda, ambos evidencian que comprenden las tribulaciones y los problemas que implican estar aquí en este mundo. Lo que Brueghel Pinta en “El triunfo de la muerte” y lo que Jorge Orellana Lavanderos nos describe en “El Aprendiz” es una obsesión: el terror que existe, en sus respectivas épocas, ante la muerte; la muerte entendida como una presencia abrumadora y constante en las vidas de las personas. Es una antigua tradición, según la cual la muerte implica que, en última instancia, todos somos iguales y que es fundamental vivir una vida correcta para enfrentarnos a ella con esperanza de salvación.
Pero la idea de la muerte que desarrolla nuestro autor en “El Aprendiz” es diferente a la idea de la muerte que explora en su novela anterior, “La Dama”, donde la muerte es ante todo, liberadora; allí la cercanía de la muerte nos impide querer establecer lazos duraderos y nos aleja de cualquier sentimiento de posesión material; nos muestra a nosotros mismos como lo que somos, como una sinfonía de Beethoven o como La Mona Lisa, es decir, como obras maestras en el sentido que somos la totalidad, la sumatoria de nuestras virtudes y nuestros defectos. Lo único que podemos hacer, al final, es transformar nuestras carencias en espíritu. No tenemos ninguna otra posibilidad.
En ambas situaciones (el acecho de la muerte por el ambiente enrarecido por una pandemia o la cercanía de la muerte por un cáncer terminal), nuestro cuerpo está condenado al silencio, a lo inorgánico. ¿Qué podemos hacer mientras contemos con la vida? Esa es la pregunta que todos debemos hacernos; nuestro autor, por caso, escribe literatura.
Pero la vida y el amor siempre se abren paso; a pesar de las incontables escenas de muerte y terror que Brueghel detalla en su obra “el triunfo de la muerte”, en el lado inferior derecho de la pintura hay una escena que salva al amor y a la vida; y nos devuelve la esperanza en el abrazo de una pareja enamorada que se acompaña con los acordes de un instrumento musical y de algunos versos. Así también, en “El Aprendiz”, el amor y el triunfo de la vida se hacen protagonistas. El amor es la última barrera que le oponemos a la muerte; y esa barrera, ese amor, es lo más importante de la vida; de lejos es lo más importante de todo.
Por otra parte, Jorge Orellana Lavanderos, como un artista genuino, siempre está en contacto fluido y expresivo con su constelación interior y puede dar cuenta de los astros que giran vertiginosos en sus sueños, en su febril conciencia, en la forma o en la letra. La concepción del alma como constelación, además de su origen platónico y muy seguramente órfico, permite ver ese hilo de comprensión de lo interior que en el siglo XX Carl Jung recoge y explica con su teoría de los arquetipos. Tal es el caso en “El Aprendiz”, que desde el mundo onírico que le plantean sus personajes, nos trae esta otra incandescencia del espíritu y del alma humana, como elemento constitutivo y vívido de nuestra naturaleza o nuestra propia especie.
Platón nos dice que si queremos saber de la inmensidad del alma basta observar el cielo estrellado, ese efecto oceánico, ese percibir la inmensidad latiendo en el cielo es resultado de la forma como ese exterior exuberante no es otra cosa que el interior desbordante volcado sobre el cielo, prueba de la existencia del alma para los empiristas más crudos. El alma calcinada por la crueldad, por el fuego aplicado a lo más íntimo, y luego el alma pensada como constelación, como organización de cuerpos enormes, brillantes que giran en la noche de lo inconsciente, pero que, por la escritura, pueden llenar de luz y de visiones el frágil ejercicio de la literatura
Nada de lo humano es transparente, ni es diáfana nuestra mirada y nuestras acciones introducen nuevas turbulencias en lo que creemos agua quieta o remansada. Tratar de resolver los conflictos en ocasiones los acrecienta y tan sólo elevar la mirada da ya una visión nueva. Esa otra visión tampoco es la panacea y es un fetiche pensar que cambiar de punto de vista resuelve los problemas pues ellos permanecen ahí casi inexpugnables.
Para concluir, hay que resaltar también la idea de nuestra fragilidad como seres humanos y que Jorge Orellana Lavanderos desarrolla en los diálogos de sus personajes; por eso en el capítulo 145, llamado justamente “Esperanza”, el autor nos dice: “siempre dependemos de otro, primero es el padre, luego el amigo, después el maestro, y por último la vida, pero nunca alcanzamos del todo el esquivo recipiente de la sabiduría y jamás dejamos de ser aprendices”.
Aquí está “El Aprendiz”, sin lugar a dudas, yo le auguro a esta maravillosa novela un lugar privilegiado en la historia de la literatura universal; y a su talentoso autor, todo el éxito y todas las alegrías posibles, por atreverse a proponernos una novela que vive por sí misma y no en virtud de un mero objetivo que le resulta ajeno.
Edilson Villa M.
(Filósofo, poeta y editor)