Cuando el Dios del Trueno se levante

Por Fernando Hernández Flores* TEPETOTOTL

Desde muy pequeño fue inquieto. Sus padres lo ponían a realizar diferentes actividades para que se mantuviera más tranquilo y no hiciera berrinche durante el día. Vivía cerca de la casa sagrada que humea. Conforme fue creciendo, mejoró en su carácter y su crecimiento espiritual se forjó adecuadamente, haciendo suyas las enseñanzas ancestrales de las abuelas y los abuelos. Aprendió a respetar a los árboles, a las plantas, al agua, al sol, a la luna, a las estrellas, a las aves, a la lluvia, al viento, a la madre tierra, al fuego y a los adultos mayores, entre otros.

En determinados momentos escuchó diversas historias sobre el Tajen o Tajín, Dios del Trueno. Conforme fue creciendo sintió que su lengua materna era un impedimento ante la mayoría de la sociedad, que se expresaban en el idioma castellano. Sin embargo, más adelante entendió que su lichiwin tutunakú, lengua totonaca, era una herencia muy importante y más, al saber comunicarse en dos idiomas. En ningún momento abusó de las buenas prácticas que le heredaron.

En su adolescencia se acercó a una familia de voladores. Ellos de buena manera lo prepararon para convertirse en uno de ellos. Por lo regular, las personas le dicen palo volador, pero es un árbol sagrado, un árbol de la vida, un árbol que se hace uno con la madre tierra. No se corta cualquier árbol. No puede ir cualquier persona a cortarlo al monte. El monte tiene deidades que protegen a los árboles y a los animales. Por eso luego se quedan encantados o terminan locos, cuando ven algo sobrenatural. Hay de aquel que se encuentre a Kiwíkgolo, el dueño del monte en su camino y no le pida permiso, ni le haga reverencia, ni lo respete. Hay de aquellos que le falten el respeto a los voladores de la región del Totonacapan.

Conforme pasó el tiempo, llegó a ser caporal. Viajó a distintos lugares del país y hasta conoció otros países del mundo. No se dejó llevar por su fama, se conducía de manera humilde y siempre estaba abierto a escuchar a los demás. Tenía su propia stakú, su estrella, su luz, su iluminación. Despertó sus sentimientos, sus pensamientos y sus ideas no se dejaron contaminar por las ideas del occidente. Tuvo la oportunidad de conocer a un venerable abuelo totonaca. Él tata le dijo que son necesarias las alianzas con los hombres de poder, pero no por eso se debe uno convertir como ellos, porque es delicado y puede generar problemas. Cuando se hace oración en nuestra lengua, se debe respetar a luwa, la serpierte, chichiní, el sol y demás jefes. Ellos nos dan pero también nos quitan. La kayám, madre tortuga llegará otra vez. Por cierto, cuando el Dios Trueno se levante de su morada y si alguna persona le faltó, irá contra él y sólo pidiéndole perdón y trayéndole una ofrenda se podrá salvar.

Un día inesperado, llegó una enfermedad al pueblo y el volador falleció. Dicen que se convirtió en un pajarito que trae un traje precioso. Cuentan que regresa de vez en cuando y desde el más allá sigue defendiendo a sus hermanos que son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, a partir del año 2009. Hoy y siempre reconozcamos y respetemos a la Danza de los Voladores. Paxkatkatsini, gracias.

(*) Escritor veracruzano de un rincón del Totonacapan.

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