Un taxista con Salinas y Chirinos

Relatos personales

Un taxista con Salinas y Chirinos

Miguel Valera

Lo conocí en la Avenida Circuito Presidentes, de Xalapa. Era una mañana de un sol picoso, pero sabía que a media tarde se vendía una tormenta. Antes de salir de casa suelo asomarme por el ventanal, desde donde veo, en días claro, la majestuosidad del Pico de Orizaba y la impavidez del Cofre de Perote. Cuando las nubes le rodean es seguro que va a llover.

—Sí, va a llover, me dijo el taxista, como si me adivinara los pensamientos. Sorprendido, le pedí que me llevara a los Laboratorios del doctor Lizárraga, por la calle Zempoala.

Avanzó por el Circuito y justo cuando nos acercábamos a la zona de la USBI, escuchamos la máquina de un ferrocarril de tres o cuatro vagones que abrió su silbato largo de alerta. Recordé cuando en Chavarrillo, hace ya muchos años, un buen amigo, don Vicente Cabañas Juárez, me explicó las tres señales básicas del silbato de un tren: el toque largo, de atención, la secuencia de toques cortos y largos, para indicar una atención especial y la señal de alarma con tres grupos de tres toques breves.

 Mientras esperábamos a que el tren pasara, el taxista me miró de reojo y con nostalgia me contó que cuando era niño su padre lo llevó en tren a la ciudad de México. —La noche anterior no pude dormir de la emoción. Daba vueltas en la cama pensando en qué se sentiría viajar en tren. Cuando mi padre fue a despertarme yo ya estaba listo para la aventura, me dijo.

 Como si estuviera viviendo ese día de nuevo, el señor taxista añadió que nunca ha olvidado ese viaje con su padre en tren. Los asientos eran rojos y azules, brillantes, por la ventana pasaba el aire y podía ver árboles de muchos colores. Recuerdo unos rojos, que después supe eran framboyanes. En las estaciones se subían señoras a vender enchiladas rojas, ¡qué ricas!, y recuerdo que en Cardel se subió una señora con una gelatina roja en un molde que tenía en el fondo una estrella…

II

El claxon del vehículo que estaba detrás de nosotros lo sacó de su narración. Vi en sus ojos la nostalgia, el dolor, el amor, el sentimiento por lo pasado y vivido. —Qué emocionante historia alcancé a decir, interrumpiendo lo que quería seguir contándome.

—Sí, fue muy emocionante, añadió. Ya mayor, un día me fui a trabajar a la Ciudad de México, ya sabe, pues en la manejada, porque eso ha sido lo mío. Fíjese, me dijo, como si pensara que no le iba a creer, que fui chofer del presidente Carlos Salinas de Gortari. —¿Cómo, pensé, no debería estar aquí de taxista? Y como si adivinara mis pensamientos, me dijo: sí, quizá se pregunte que cómo es que terminé de taxista, habiendo trabajado con un hombre tan poderoso. Pues sí, así es, pero mire, yo siempre me dediqué a trabajar y nunca me he robado nada, añadió.

Ahí, me dijo que nunca cruzó una palabra con el ex Presidente. Todas las instrucciones se las daba otra persona o se las dejaban por escrito, en una tarjeta, en el asiento del copiloto. —De verdad, ¡nunca crucé una palabra con ese señor! Además, añade, él tampoco nunca tuvo la atención de un saludo o un buenos días o un gracias. Llegaba, se sentaba y como yo ya sabía a dónde tenía que llevarlo, eso hacía.

—Yo no sé, ahora que se está hablando del juicio a expresidentes, si ese señor se robó algo o le hizo daño al país. Yo de eso no sé nada. Lo único que sé es que se sentía como un dios, como un ser super poderoso, que no tenía por qué voltear a ver a los simples mortales como nosotros.

III

 Tomó aire, para seguir con la conversación mientras nos acercábamos ya a nuestro destino. Lo vi tan emocionado que no le dije nada porque casi iba a vuelta de rueda. —Ah, pero el señor Patricio Chirinos, ese era otra cosa. Sí, la verdad se lo digo. Lo conocí ahí en Los Pinos y cuando se vino a Veracruz como Gobernador me pidieron que me viniera a trabajar con él.

 Él sí era gente, atento, amable. En una ocasión le pedí que me diera unos días libres, porque mi esposa había tenido cuates, estaba muy atareada, angustiada por atender a mis dos hijos. Le pedí de favor que me diera oportunidad de faltarle unos cinco días al menos. Me escuchó, me felicitó y me dijo que él quería ser el padrino de bautizo de mis hijos. ¡N’ombre, él sí era gente, él sí tenía calidad humana!, sentenció.

 Ya casi para llegar al destino, el taxista me miró y sonrió, como si fuéramos amigos de muchos años. No pude evitar preguntarle sobre el juicio a los ex presidentes. —Mire, me dijo con toda la calma del mundo. Si hicieron algo malo que los juzguen y que los metan a la cárcel. La verdad yo no sé mucho de política y no podría decir nada más. Lo único que le puedo decir es que a las personas se les juzga por su calidad humana, por su atención con los otros. Al final, y discúlpeme si abuso en la charla, al final lo que importa es cómo nos tratemos unos y otros.

 Bajé del taxi para ir a mi consulta con el doctor Lizárraga y me quedé pensando en las palabras de este señor taxista a quien, en descuido de reportero, no le pregunté su nombre. Lo que sí es verdad y lo que me caló hondo, es eso que decía del trato entre los seres humanos. Al final es lo que cuenta, cómo nos tratamos entre unos y otros. Lo demás, eso de los juicios, dejémoslo a la 4T o a Dios, quien será el que diga la última palabra.