Sucesión apostólica
|LOS JUEVES
Miguel Valera
Sucesión apostólica
Muy lamentable el fallecimiento del arzobispo Hipólito Reyes Larios.
El lunes 2 de agosto, a las 22.50 hora de la noche me escribió: “Buenas noches Miguel. Tenemos pendiente una conversación desde mayo. Puedes venir mañana 3 de agosto durante la mañana, ya que cancelamos una reunión del Consejo Presbiteral. ¡Gracias por la paciencia y feliz descanso nocturno!”. Le contesté de inmediato y estuve ahí puntual ese martes 3. Me recibió como siempre, con mucho cariño y afecto.
Conversamos largo. Le solté temas personales y platicamos también de un proyecto acordado con el padre José Manuel Suazo Reyes, la confección de un libro con motivo de su cumpleaños 75, este viernes 13 de agosto, día de San Hipólito y su salida de la Arquidiócesis de Xalapa. Me dijo, por ejemplo, que, aunque era propietario de una parte de la casa paterna en Ciudad Mendoza, había decidido quedarse a vivir en Coatepec, en la residencia que ocupara su antecesor, el cardenal Sergio Obeso Rivera, también de feliz memoria. “En dos semanas queda lista de algunos detalles que necesitaban arreglo”, me comentó. Don Polo, como le decíamos quien lo conocimos desde el Seminario Interdiocesano “San Rafael Guízar y Valencia”, me contó cómo convenció a don Sergio Obeso para que se fuera a vivir a esa residencia eclesial: —Le dije. Mire, monseñor. Le tengo esta propuesta: le dejo a usted la casa episcopal de la calle de Juárez en Xalapa y yo me voy a vivir a Coatepec. —No, no, cómo cree don Polo, le dijo Obeso. Si me la pone así pues yo me voy a vivir a esa casa, contestó. Se han ido los dos grandes clérigos que tuvo la arquidiócesis de Xalapa. Cada uno con su carisma, cada uno con sus defectos y virtudes. Ambos, muy comprometidos con los fieles católicos y con la sociedad en la que les tocó trabajar. ¿Quién espera la muerte? Nadie. Ni ellos, los clérigos, que nos predican sobre la vida eterna, esa posesión total y perfecta de una vida interminable, como decía el filósofo y poeta latino Boecio. Este viernes 13 de agosto don Polo pretendía entregar en propia mano su carta de renuncia a la Arquidiócesis de Xalapa al Papa Francisco, “pero al final decidí no hacerlo, por el riesgo de la pandemia”, me dijo. Fueron más de dos horas de una larga conversación, salpicada de anécdotas y confesiones. Al final, con toda la calma del mundo, me mostró la capilla episcopal, la oficina en donde estaba poniendo en orden archivos y carpetas, para cerrar su gobierno arquidiocesano, cuadros y regalos que le habían dado sobrinos y amistades en viajes por el mundo y el recorte de un periódico del 16 de agosto de 1896, en donde se da a conocer el proyecto de la reconstrucción de la Catedral de Xalapa, con una imagen de las dos torres que nunca llegaron a construirse.
Me obsequió dos libros del padre Celestino Barradas, también fallecido, confeccionados con largas entrevistas de su trayectoria pastoral. Al final, le pedí su bendición, la cual me dio con mucha solemnidad y quedamos de vernos muy pronto para revisar el esquema del libro acordado con su salida de la Arquidiócesis de Xalapa.
Sobre ese tema, le pregunté antes si era partidario de los clérigos externos, como ha estilado el papa Francisco o si prefería el “localismo enriquecedor”, como definieron a las fuerzas locales un grupo veterano de políticos. Don Polo me confesó que él abogaría para que se eligiera a un sacerdote local, alguien que conociera de cerca la problemática de la Iglesia local. Ya no pudo dar su opinión. De momento se tendrá que nombrar a un administrador apostólico y de ahí, como lo ha hecho la Iglesia por siglos, como mucha secrecía se elegirá al nuevo arzobispo de Xalapa.
Nos vemos los jueves
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