Y SERÁN COMO DIOSES
|LOS JUEVES
Miguel Valera
Y SERÁN COMO DIOSES
Si queremos ir de verdad al origen, al origen de la corrupción dentro del poder en México, habría que ir al Génesis, ese antiguo libro del pueblo hebrero y recordar cómo Adán y Eva, en ese maravilloso relato mítico-etiológico, sucumben a la tentación de “ser como dioses”. Así se los había advertido el Creador: si comen el fruto de ese árbol serán como dioses, conociendo el bien y el mal.
La historia de la humanidad está repleta de ejemplos. El abuso del poder está impreso en la naturaleza del ser humano y por eso los hombres del poder necesitan, como lo tenían los emperadores romanos, a un cochero que les diga con voz fuerte y tronante, en medio del aplauso: “vuelve la vista atrás, recuerda que no eres un dios”.
Difícil, muy difícil. El poder tiene un encanto al que es muy fácil sucumbir. En el ejercicio del poder se pueden seguir tres rutas: la de la austeridad real y probada; la de la simulación o la del dejarse llevar por el canto de las sirenas,
arrastrado por su embrujo encantador. Pocos logran la primera, muchos navegan en la segunda y la tercera.
A los del poder se les olvida con mucha facilidad que vienen del pueblo y sobre todo que viven del pueblo, porque los recursos con los que se paga su sueldo vienen de los impuestos que pagan los trabajadores, los consumidores, los productores, los empresarios, etcétera. Cuanta humildad se tendrá si se fuera consciente de esto. Se notaría al momento de atender a los ciudadanos.
Pero en hablando de casos de corrupción, ¿quién ha olvidado el escándalo de la Casita Blanca de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera? La escena de la señora dando explicaciones, nerviosa, en un video mal grabado, quitándole el golpe al mandatario nacional, se mantiene en el imaginario colectivo. Hasta la fecha, el caso ha sido utilizado como un ejemplo contemporáneo de corrupción, de conflicto de intereses.
El comentario viene a colación dentro de la narrativa que se ha generado por el reporte que el periodista Carlos Loret de Mola dio a conocer de una residencia de lujo, en Texas, en donde habitó hace muy poco el hijo mayor del presidente Andrés Manuel López Obrador, José Ramón López Beltrán. El tema, viralizado en redes sociales, fue desdeñado por el mandatario nacional con un argumento ad hominem, sólo porque bien de Loret de Mola.
Sin embargo, los hechos pusieron en evidencia que no ha sido tal la austeridad de la familia presidencial, porque también han caído en este tipo de excesos, sobre todo porque, según la investigación, la casa era propiedad de un empleado ligado a Baker Hughes, un consorcio contratista del gobierno.
Como debía ser, el presidente defendió a su hijo y dijo que “en este gobierno no tienen influencia mis hijos, no se le da contrato a ningún recomendado”. Además, argumentó que la casa la alquiló la nuera: “La señora tiene dinero y no tiene nada que ver con el gobierno”. El propio joven, como lo hizo Peña Nieto en su momento, también le echó la bolita a la señora.
Pero bueno, este hecho mermó un poco, solo un poco la popularidad del mandatario nacional, porque según la más reciente encuesta de Consulta Mitofsky la desaprobación del presidente pasó de 34 a 36 por ciento en enero; personas con universidad y más, entre los que más lo reprueba, indicó. Con todo, López Obrador se mantiene confiado en el respaldo popular, pero tendrá que ser cuidadoso para que no lo descalabren los excesos de los hijos que no es otro que la nostalgia del paraíso de querer ser como dioses.