UN SELLO EN LA PIEL
|Maricarmen Delfín Delgado
Esta piel de mis pecas y mis pecados
De mis lunares y cicatrices
De mis erizos y picazones
Esta piel de mis venas y tus caricias
Mario Benedetti
Todo buen regalo debe ir cubierto con una envoltura hermosa que llame la atención demostrando el valor del contenido, un sutil y atractivo envase que con solo mirarlo ya sea apetecible, así, nuestro cuerpo está protegido y celosamente guardado como el mejor tesoro del universo, por el fino manto de seda que es la piel, nuestra hermosa envoltura.
La piel, termostato de nuestras emociones como miedo, ansiedad, felicidad, excitación; órgano especialista en palpar el frío y el calor, responder a sensaciones externas y cambiar de textura con los estímulos internos, mentales, como las imágenes y las palabras; esas palabras que trastocan los sentidos, catalizadoras del placer, constructoras de imágenes estimulantes, amorosas, de deliciosa voz erótica.
Con esa voz, ocho poéticas pieles nos hablan, nos comparten, nos inducen, nos llevan a navegar por mares de tibias olas que envuelven y acarician, para romperse en un clímax dejando sobre la playa su blanca espuma, con el consecuente vaivén entre lo corporal y lo mental el deseo escapa calando nuestra piel, el calor se asoma por los poros, la imaginación invade los pensamientos, la metáfora aparece como guía del placentero viaje dérmico.
La sensibilidad femenina, símbolo diferenciador predominante con el sexo opuesto, convierte este compendio en un crisol de abiertas confesiones, de mujeres que han tornado su tristeza en fortaleza, que no temen mostrar sus sentimientos entrelazando elegantemente el amor con el erotismo como fino hilo conductor de una experiencia placentera de quien ama intensamente. Sus versos nos conducen por el sendero del placer, nos hacen pensar en la maravilla de la entrega pura, sin freno para ser auténticas, lo demuestran a ras de piel.
Pero también viajan al interior, hacia los adentros de la dermis, donde cada poeta comprende y se compenetra con su mundo y su naturaleza, en una suerte de viaje que sirve de puente para conectarse con el mundo y la naturaleza exteriores, el vientre como campo fértil donde se enraízan las sensaciones.
Con sus manos Eldi Toro recuerda el camino hacia el huerto para convidar su más dulce durazno en flor, y el níspero en botón, sortea cardos, se muestra como orquídea añorando el tronco, luciérnagas y pistilos rondan en su imaginario, con diamantes y metales da fuerza a su expresión.
Para Marita Palomino, la piel es el pebetero donde el fuego se atiza, talones, muslos, el cuerpo entero desea, pide quemarse en el fuego para iluminar un paisaje placentero; alas que cubren para gozar un vuelo en primavera, el vino y los lirios. Se siente esclava, cabalga, rasga la noche con una estrella.
La piel como elemento vegetal se parangona en las frutales letras, Carmen Lezcano nos deleita con zarzas, olivos y dulce savia, el crepúsculo con su hechizo da voz al viento, ramas, algas, la tarde, el ocaso, los susurros, el silencio, el agridulce dolor entre lazos y espinas.
Rocío D´Ledezma pinta su noche con luciérnagas e invita a degustar la carne, a saciar el apetito con el deleite de la miel dentro del panal, a comer el fruto, disfrutar el aroma impregnado en las pieles, a saciar el hambre y la sed, a satisfacer el deseo con la piel del ombligo como mesa que alague al paladar, al mismo tiempo esa piel como lienzo desnudo recibe la tinta de la pluma encendida.
Ocho pensamientos convertidos en letras transportan a un mundo fascinante donde se mezclan la imaginación y las sensaciones bañadas por el sutil toque que sólo la mirada femenina puede imprimir, compartiendo como testimonio de vida sentimientos profundos sobre una sexualidad plena, preciado fruto de la naturaleza humana.
En la selva de Laura Preisser las lianas como listones se enredan en despeinadas madejas, el cuerpo se ilumina, el aroma de desliza por la piel, pétalos, pistilos, tabaco, pulpa, hambre y sed saciada en su lago, con la piel mojada por la brisa del placer que reverdece y hace florecer sucumbe ante el placer.
La naturaleza toma otra arista en las letras de Blanca Vargas, que recorren sin prisa y en lenta escalada, convida humedades, calor, resuellos, mordiscos al durazno, piel y cuerpo en febril deseo, espejos, giros, máscaras en baile frenesí, mieles, aire, tiempo, silencio, la hoguera delinea sombras que se pintan en su erótico lienzo para llegar al paraíso.
El silencio que calla invoca la discreta naturaleza de Miguelina Reyes, donde su luna se esconde, se entrega al sacrificio, gemidos, noche, pirámides y planicies sagradas para explotar el universo, entre sábanas sueña con la piel junto a la propia, su muelle espera, la almohada entre la piel de sus brazos, los racimos y caramelo alagan sus versos. El disco de plata ilumina su universo.
En la piel de Lorena Hernández revive la selva amazónica, las palmeras se encienden ante el junco falaz, humedades, ósculos ardientes, sensaciones galopantes, raíces, planicies, capullos, poros que transpiran besos, el pecado y sus brazos, lamidos de néctar en su alcoba.
Las viajeras dérmicas emprenden un periplo hacia las honduras de sí mismas, van hacia adentro de los pliegues de su subjetividad, hacia el interior de las palabras, del lenguaje, vuelven a colocarse temperamental y sentimentalmente al ras de su propia piel. Emprender un viaje piel adentro a través de su poesía es echar mano, sin duda alguna, de una imagen para intentar decir algo sobre sus versos, y estas imágenes son irreductibles a cualquier explicación.
Al mismo tiempo, este octágono de pieles se mimetiza para ser parte del entorno, son valles, montañas, dunas, desiertos, bosques, cascadas, abismos, montes, mesetas, cuevas, luna, sol, cavernas, oro, plata, diamantes, son cielo, y día y noche, esa noche donde el lobo aúlla desvelado, fiera de costumbres, de garras que rasgan pieles, lobo que recorre íntimas estepas, reconoce sus dominios para cumplir el ritual.
En sus versos encontramos la simbiosis entre elementos naturales y pasiones humanas, al leerlos sentimos cómo se transforma el cuerpo en fuego, en mar, en arena, cómo se funde para llegar a ser playa, espuma, sal y agua, saciando la sed con el brebaje que lleva a la embriaguez, tomar el vino que se destila en la alcoba, sobre el lecho que deja de ser una simple cama para convertirse en el altar de adoración al cobijo de la noche.
En la playa de Eldi las arenas extrañan huellas, la marea cubre, las algas destilan licor, la marina esencia se rinde al placer. Marita es Isolda que vive en el misterio pidiendo a Tristán que transite su vientre, su mar es puerto al infinito, su cuerpo danza en la barca del placer entre ostras y corales, es sirena que no necesita canto, requiere la violencia de los remos. Carmen es luna, es día perdido en el ocaso donde se diluyen el mar y el cielo en un recreo de arena, el jinete marino emerge de corales, su ancla bate algas que en éxtasis descansan en la playa.
El reino de Rocío reposa sobre el báculo sagrado, noche de blus ultramar con vaivén marino que atestiguan Venus y Poseidón, en sacro recorrido al viaje eterno. Laura camina la playa desierta para inundar el laberinto del placer y florecer en los mares, ata cordeles, llega al éxtasis. Miguelina recrea un placentero paisaje marino, su cuerpo parangonado con la barca, gemidos brotando de bisagras y remos, cordeles lullidos por salitre, velas, muelle desolado, silencio de olas sobre un faro destruido.
Pieles que hablan, delicada recopilación coordinada por María Dolores Reyes, nuestra querida Lolita, mujer sensible y fuerte, amiga cariñosa, compañera de aventuras literarias, que con su tenacidad ha logrado escalar muy alto en el terreno de la poesía, dejando su huella en lo que hace y escribe, lo que respalda la calidad literaria de esta obra que quedará en sus lectores como un sello en la piel.