“La esperanza, primer impulso de la vida cristiana”
|VIVIR CON ESPERANZA
Por Jacinto Rojas Ramos
“La esperanza, primer impulso de la vida cristiana”
Estos días de “Todos santos y celebración de los fieles difuntos” generan a muchos pesar, tristeza, nostalgia por la partida de los amigos y seres queridos. Surgen interrogantes, pensamientos e ideas sobre la vida futura; esto es, ¿qué hay después de nuestra estancia en este mundo?
La fe, como se ha dicho en su momento, es la fuente de la vida cristiana, pero su primer impulso -la tensión a la perfección sobrenatural del hombre- es la esperanza. Gracias a ella el hombre es capaz de tender a su perfección moral sobrenatural para alcanzar su fin, la vida eterna. Sin ella quedaría inmovilizado, sin capacidad de desear, de luchar, de avanzar.
Por la esperanza, el hombre puede «esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman y hacen su voluntad». Pero la esperanza no es una virtud pasiva, sino activa y eficaz. No es un simple esperar sin hacer nada. La esperanza impulsa a la lucha por amar más a Dios y a los demás, por hacer su voluntad, es decir, a la búsqueda de la santidad.
La esperanza lleva al cristiano a no conformarse con las metas alcanzadas, porque sabe que, con la gracia de Dios, puede llegar a más, crecer siempre en el amor. Gracias a la esperanza, el cristiano no se desanima ante las caídas y la muerte, porque sabe que siempre le aguarda la misericordia de Dios.
En la lucha por la santidad, la esperanza impide que el cristiano confíe solo en sus fuerzas, cayendo en una especie de pelagianismo, que suele tener como consecuencia el abatimiento ante las caídas y errores. Pero impide también el extremo contrario, la pasividad y el quietismo.
La esperanza, lo espera todo de Dios, especialmente después de la muerte; por ello, la primera consecuencia de la esperanza es la oración de petición. Cristo no se cansa de exhortar a sus discípulos a que pidan con confianza: muchas son las parábolas sobre la certeza de que Dios escucha la oración de sus hijos como el mejor de los padres. Esa oración de petición, fundada en la esperanza sobrenatural, se llama impetración: pedir con la seguridad de recibir.
La vida cristiana se manifiesta, así como vida de esperanza, de deseos de Dios, de felicidad, de santidad y fidelidad, de servicio y apostolado, para llevar a Cristo a todos los hombres.
Por eso, los cristianos, viviendo la alegría en la esperanza “spe gaudentes” (Romanos 12, 12), son personas ilusionadas en la venida del Reino de Dios, y eso es lo que se pide en la oración del Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino». De la esperanza nace la juventud de espíritu y una lucha renovada por alcanzar la meta: “Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día” (1 Corintios 4,16). “Los que confían en Yahvé renuevan sus fuerzas y echan alas como de águila y vuelan velozmente sin cansarse y corren sin fatigarse” (Isaías 40,31).
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