La ofrenda de muertos, un ritual de la memoria
|La fiesta de los muertos en la tradición mexicana es una celebración a la propia muerte como figura. Cada año, de acuerdo con el calendario católico, los días con los que comienza el mes de noviembre se convierten en un ritual de antecedentes prehispánicos en el que se levantan altares para honrar a los santos difuntos. Se pone la mesa para recibir la presencia inasible de quienes ocuparon un lugar en el mundo de los vivos y que ahora toman forma en esencias, alimentos, bálsamos y elementos que los traen de vuelta.
La mesa puesta es la ofrenda, una práctica extendida desde que en el México prehispánico se rendía culto a los difuntos con rituales mortuorios destinados a encaminar su alma hacia el lugar de la muerte que les correspondía: Mictlan o Tlalocan.
La ofrenda es la manifestación de las ideas de los antiguos mexicanos sobre la permanencia de los lazos que se mantenían con los difuntos, los que no abandonan del todo este plano y conviven con los vivos. Para los antiguos pueblos indígenas de México, y hasta ahora, la muerte es vida y trascendencia que se traduce en rituales como las ofrendas de día de muertos.
La ofrenda comprende una práctica sagrada en la que las dádivas se representan a través del pan, la sal, la fruta, el agua, el vino y el alimento preferido del difunto. Se pueden enriquecer según la tradición de la región, comunidad o familia e incluir otros elementos que personalicen el acto. La ofrenda es, entonces, el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria para dialogar con el recuerdo de los muertos.
Desde otro punto, la ofrenda es la fusión del viejo y el nuevo mundo que permitió la integración cultural de las costumbres europeas (flores, veladoras) y las tradiciones indígenas (copal, flor de cempasúchil y elementos naturales).
Entre los elementos imprescindibles que debe contener una ofrenda están:
El agua. Fuente de vida. Después del recorrido que han transitado las ánimas, se ofrece el líquido para mitigar su sed y fortalecer su regreso.
La sal. Como elemento purificador ayuda a que el cuerpo no se corrompa y se mantenga en condiciones para su viaje de vuelta y su próxima venida.
Velas/veladoras. Las velas simbolizan la luz que guía a las ánimas en su visita y de vuelta a su morada. La flama simboliza la luz, la fe y la esperanza; en el México antiguo se utilizaban rajas de ocote, las que se intercambiaron por veladoras o cirios. En la tradición indígena cada vela representa a un difunto, y su color dependerá de la condición de la familia: los cirios morados son señal de duelo.
Copal e incienso. El copal es para los indígenas lo que el incienso para los españoles. Con la fragancia que despiden, se cree, se limpia el lugar de la ofrenda de los malos espíritus para que el alma pueda entrar sin ningún riesgo.
Las flores. La flor representativa de la festividad es la de cempasúchil. En el pasado se creía que esta flor tenía propiedades curativas, sin embargo ahora sólo se utiliza para adornar y aromatizar, algunas veces se deshoja para hacer caminos de pétalos que guíen al difunto del cementerio a la ofrenda, y de regreso.
Otros elementos:
El petate.
Se coloca ya sea para que las ánimas descansen o sobre la mesa para colocar los elementos de la ofrenda.
El pan.
Uno de los elementos indispensables del altar es el pan, símbolo de fraternidad reconocido como “el cuerpo de Cristo”.
Un retrato
Se cree que la imagen debe permanecer escondida para que sólo pueda verse con un espejo, una manera de explicar que el difunto está pero ya no existe.
El mole, las calaveras de azúcar, el licor, una cruz de ceniza y papel picado se colocan para que con sus aromas, colores y recuerdos se complete la mesa y escenografía en cada hogar.
La diversidad y multiculturalidad que inunda el país hace que cada región lleve a cabo una práctica particular para celebrar a los muertos. Estas son algunas de las características en las ofrendas más populares de los estados de la República:
Para los hñahñus la muerte es la continuación de la vida a una mejor etapa, así, para los habitantes originarios del Valle de Mezquital, zona semidesértica de Hidalgo, los difuntos tienen la obligación de visitar a sus familias en noviembre para convivir con ellos y prolongar su presencia.
La región me’phaa (tlapaneca) es uno de los sitios con mayor pobreza en el país. Se ubica entre la Sierra Madre Sur y la costa de Guerrero. Los preparativos de Día de muertos comienzan 15 días antes de los días grandes. Reciben a los difuntos niños, el 1º de noviembre, principalmente con frutas y golosinas, y el día 2 visitan las tumbas de los adultos para realizar ahí la ofrenda.
Los totonacas, localizados en la planicie costera de Veracruz y en la sierra norte de Puebla, llaman Ninín a la fiesta de Día de muertos o Todos Santos. Ninín significa “muertos” en totonaca y hace referencia a la temporada en la que las almas de los difuntos retornan a la Tierra.
Para los totonacas la ofrenda es el mundo que contiene a la Tierra, las flores aromatizan el ambiente, el agua simboliza la propia tierra y se coloca abajo y sobre el altar. El cielo está representado con hojas de tepejilote; las estrellas y el sol con hojas de palma de coyol. Para este pueblo el altar está formado por cuatro universos habitados por los que se han ido e iluminados por un sol.
Los zapotecos son el pueblo indígena más numeroso de Oaxaca. En Yalálag la tradición dicta visitar el panteón días antes de la celebración del Día de muertos; al lugar acude toda la familia para limpiar la tumba e invitar a los muertos a que regresen al pueblo en la fecha indicada.
La ofrenda se coloca entre el 30 y 31 de octubre y se compone de caña, flor amarilla, pan con forma humana, mezcal con gusano y tamales de frijol envueltos en hoja de maíz. El 1º y 2 de noviembre se recibe a los niños y a los antepasados, respectivamente. Los días 3 y 4 de noviembre se acompaña a los muertos de vuelta al panteón y se les ofrece una disculpa si hubo una mala atención.
El pueblo yaqui ocupa el sur de Sonora. Para ellos la celebración de los muertos comienza desde el 1º de octubre; en pueblos como Pótam y Huírivis acostumbran a exhibir el cráneo de una persona quien en vida fuera sacerdote y se llevan a cabo rezos y alabanzas. También se colocan tapancos para ubicar los alimentos con los que festejarán a los “parbulitos” (los niños).
Durante todo el mes de octubre se realizan “Kontis” (procesiones) cada lunes hasta el día 31. El 1º de noviembre se recibe a las ánimas adultas con sus mejores alimentos y el día 2 se llevan a cabo danzas de los matachines, procesiones, cantos y oraciones en las iglesias y cementerios del pueblo.
En muchos lugares de México se acostumbra levantar ofrendas de siete, tres o dos niveles, cada uno con un significado diferente. Se dice que éstos dependen del número de ofrendas que se le han dedicado al occiso. Otras versiones afirman que cada nivel simboliza algo distinto; por ejemplo, el primero (en algunos casos un primer escalón y en otros el piso) lleva elementos referentes a la tierra como frutos o un petate, mientras que en el último se coloca el retrato del difunto para simbolizar el lugar donde se encuentra: el cielo. Los niveles se pueden realizar con cajas resistentes, mesas, tablas, entre otros materiales.
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