MALTRATO AÑEJO
|Maricarmen Delfín Delgado
Para los abuelos
El maltrato a las personas adultas (mayores de sesenta años) es un problema mundial y es ignorado por la sociedad, para la gente joven ser viejo es sinónimo de devaluado, no se aquilata el cúmulo de experiencias y sabiduría, que a través de los años, se guarda en la memoria como un cofre que atesora las joyas coleccionadas cada día y que, por fortuna, pueden obsequiarse al necesitado de conocimiento.
El abuso o maltrato al adulto mayor, y a toda persona en cualquier edad, daña física y emocionalmente, el impacto negativo es inmediato afectando su estabilidad familiar lo que requiere atención integral oportuna. En algunos casos, es en el seno familiar donde se da esta dolorosa situación, sin tener la oportunidad de ser auxiliados por otras personas o por la autoridad correspondiente.
Las estadísticas sobre el tema están alejadas de la realidad ya que la mayoría de los afectados no denuncian por varias razones: temen a las represalias, no tienen otro familiar que los asista, no aceptan que son maltratados pensando que esta situación es pasajera, no quieren que su cuidador o familiar sea castigado, son amenazados o golpeados, su estado físico y cognitivo les impide desplazarse y comunicarse, desconocen qué autoridad los ayuda y protege; entre otras razones.
Todo lo anterior demuestra que es un asunto complejo, un gran problema social que atropella los derechos humanos elementales, un asunto que requiere reconocimiento y atención de las instituciones públicas y privadas, de las asociaciones civiles que trabajan contra todo tipo de violencia. Sensibilizar a la población con campañas que expongan la realidad que viven algunos adultos mayores para respetar y cuidar su fragilidad física y emocional, es primordial.
Se define al maltrato como todas aquellas acciones que causen daño físico o moral; comportamiento violento contra toda persona de forma directa o verbal. Algunos tipos: físico, sicológico, abuso sexual, abandono, aislamiento social, condiciones insalubres, explotación financiera y omisión por la estructura gubernamental. Se da en cualquier entorno en que convive el adulto como casa, vecindario, instituciones, hospitales, asilos, etcétera; y en cualquier nivel sociocultural.
Se pronostica que este problema irá en aumento pues la esperanza de vida está aumentando en muchos países en vías de desarrollo y desarrollados por lo que en pocos años (2050) la población mundial de mayores de 60 años crecerá a 2000 millones (datos publicados por la ONU), llegando a 320 millones de víctimas aproximadamente.
Los datos exactos son escasos pero basándose en encuestas recientes, el abuso financiero es frecuente y grave, como robos, falsificaciones, despojo indebido de propiedades, mal uso de poderes notariales, negación de las herencias a las viudas, expulsión injustificada de los hogares. Se ha detectado que las pensiones son cobradas por personas ajenas al beneficiario aún después de fallecida la persona.
Nos toca como miembros de una sociedad supuestamente civilizada, actuar eficazmente para prevenir este mal que aqueja a las personas que son el pilar y constructores de lo que hoy tenemos como país, los que trabajaron para lograr las mejoras sociales, educativas y laborales que hoy disfrutamos, de los seres que cuidaron de sus hijos y de sus nietos, del tronco que con fuertes raíces sostiene las ramas de donde colgamos como frutos bien logrados.
HUELLAS
Inmateriales, etéreas, que se llevan en el interior, en lo más íntimo del ser, determinan lo que somos y lo que damos, reflejos de la esencia espiritual, de lo positivo o negativo que se enclavó en la memoria para definir nuestra vida.
Huellas son también las que dejamos al paso por esta vida, nuestro andar va marcando el sendero, lo va haciendo propio y único con un rastro difícil de igualar, cada segundo transcurrido en nuestra existencia renueva el anterior, lo que nos dará un toque particular y nos distinguirá con un sello fácil de identificar. Estas marcas personales son parte de la historia de vida de todos y cada uno, huellas plasmadas para siempre.
Cuando hayamos cumplido con la misión que el universo nos confirió en este mundo, ya no seremos materia ni voz escuchada, sólo palpable recuerdo que emana de la huella heredada. Si la hemos dejado definida evocará las experiencias de vida que nos anclaron a este mundo, no será opacada por otras pisadas ni se derretirá como la que se plasma sobre la nieve, las que el mar caprichoso borra en segundos sobre la arena, ni la efímera que queda sobre el agua tras el nado del cisne, tampoco como las que el viento aniquila en las desérticas dunas, será como la que horada la gota tras la constancia: profunda y eterna.
Sólo el buen caminante deja huellas bien marcadas, saber deambular sin tropiezos, con paso firme y equilibrado, sorteando las piedras que se atraviesan en el camino sin importar el tamaño, esquivando zanjas y saltando riachuelos, hasta llegar al final de la vereda que contemplamos al voltear la mirada, ávidos de descansar tras el trayecto recorrido, reconociendo las huellas que el tiempo ha incrustado en la piel, joyas de la vejez, plenitud alcanzada.