“Lo que es la esperanza cristiana”
|VIVIR CON ESPERANZA
Por Jacinto Rojas Ramos
“Lo que es la esperanza cristiana”
Para el cristiano la esperanza en las cosas de Dios abarca más de lo que esta vida pueda ofrecer. La esperanza más preciosa para el cristiano está en lo que le espera en la eternidad. El siervo de Dios espera con alegría el tiempo glorioso cuando, habiéndose despojado de su cuerpo mortal, tendrá parte en el reino eterno de Cristo. Así compartirá la alegría y la gloria del cielo para siempre.
Lo que es la esperanza cristiana:
Es segura y firme (Hebreos 6,19), el “ancla del alma”.
Es “buena” (2 Tesalonicenses 2,16).
Es “viva” (1 Pedro 1,3). Dios nos hizo renacer “para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo”.
Es la “plena certeza” (Hebreos 6,11) del hijo de Dios. Nos da valor para proseguir en la fe y en el amor “hasta el fin”.
Es fuente de “alegría” (Proverbios 10,28) en el alma del justo, y es segura y firme, pero “la esperanza de los impíos perecerá”.
Es “la esperanza bienaventurada” (Tito 2,13) que llena y alegra nuestras almas mientras esperamos confiadamente “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.
La fe en Dios nos hace creer su palabra y sus promesas, y nos hace esperar que realmente se cumplan en nosotros (Salmos 33,18; 39,7; Hechos 26,6–7; Tito 1,2; 1 Pedro 1,21.) Cuando el salmista dice: “Señor (…) mi esperanza está en ti”, él da a conocer los sentimientos y experiencias de cada hijo de Dios.
La fe en nuestro Señor Jesucristo inspira confianza en él, como autor de la salvación y cabeza de la Iglesia, las “primicias de los que durmieron y, por tanto, nuestra esperanza” (1 Corintios 15,19–20; 1 Timoteo 1,1). Nuestra esperanza en Cristo va más allá de la tumba. Por eso tenemos una esperanza muy preciosa.
Por medio del “poder del Espíritu Santo” (Romanos 15,13) podemos tener “la esperanza de alcanzar la justicia basada en la fe” (Gálatas 5,5). La esperanza del cristiano, por tanto, abraza una fe firme en la Trinidad: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La esperanza del incrédulo termina con esta vida; la del cristiano va más allá y abarca las cosas eternales. En realidad, este mundo no es más que un paso hacia la eternidad. “Más ahora Cristo ha resucitado de los muertos, primicia de los que se durmieron” (1 Corintios 15,20). Nuestras almas se conmueven con la esperanza bendita, y decimos con San Pablo: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por mano humana, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5,1).
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