RECREAN HITOS DE LA BANDERA; ENRIQUE FLORESCANO (1937)
|- En su más reciente libro, el historiador revisa la guerra de símbolos y la concepción del escudo, la bandera y el himno.
CIUDAD DE MÉXICO
Los mitos y las múltiples capas que cubren la historia de la bandera mexicana hoy son poco recordados, reconoce el historiador Enrique Florescano (Veracruz, 1937), quien los rescata en Historia de la bandera mexicana, 1325-2019, su más reciente libro –en colaboración con el historiador Moisés Guzmán Pérez–, en donde revisa la guerra de símbolos y recrea la concepción del escudo, la bandera y del himno nacional.
Un ejemplo es que Miguel Hidalgo no sólo izó el estandarte de la virgen de Guadalupe aquel 16 de septiembre de 1810, sino que también ostentaba en su pecho un águila mexicana peleando contra un león español, como consta en su propia confesión ante el tribunal militar e inquisitorial.
O que la piedra de donde nace el nopal sobre el que se alza el águila (Tonatiuh) que devora a la serpiente simboliza el corazón sacrificado del príncipe Cópil —hijo de Malinalxóchitl y hermana mayor de Huitzilopochtli—acusado de traición y sugiere que Tenochtitlan se fundó sobre el corazón de los enemigos de Huitzilopochtli y del pueblo mexica.
También está la guerra que libró el glifo que narra la fundación de Tenochtitlan frente al escudo de armas que impuso Carlos V a la Ciudad de México, en diciembre de 1523, formado por un escudo azul de color agua y un castillo dorado al centro con tres puentes de piedra de cantera, dos leones arañando sus muros circundados por diez hojas de tuna.
Al respecto, Florescano indica que, aunque existió un afán imperial por desaparecer los antiguos símbolos de identidad indígena, esto provocó la reafirmación de emblemas nativos (águila, serpiente y nopal), en el marco de la celebración del Día de la Bandera que mañana se conmemora.
Dicho símbolo no sólo se impuso hacia 1535 en la Nueva España, sino que poco a poco dejó de ser un símbolo pagano, ante la resistencia de indígenas y criollos que no dejaban de estamparlo en los libros sobre la capital.
Además, de forma inexplicable, se permitió la representación del águila en capillas y conventos, como en el templo de la Asunción de Nuestra Señora de Tecamachalco, en el templo agustino de Ixmiquilpan, Hidalgo; el templo de Yuriria en Michoacán; en el convento de Tulpetlac, Estado de México, y en el convento franciscano de Calpan, Puebla, abunda Florescano.
Así que este escenario “contradice la tesis de historiadores y antropólogos que afirmaron que la conquista española hizo tabla rasa en las antiguas culturas mesoamericanas”, explica Florescano, “ya que la revaloración que en ese momento se hizo del emblema del águila y la serpiente, muestra que los símbolos de las culturas mesoamericanas resistieron con éxito la invasión de los símbolos europeos y, a la postre, se impusieron a ellos”.
Aunque es cierto que en el triunfo de esos símbolos fue decisiva la participación de criollos y mestizos, advierte el historiador, “quienes los asumieron como símbolos de identidad propios, aunque esa revaloración no habría sido posible sin la motivación de la población indígena.
¿Qué tan importante fue el que las iglesias autorizaran el registro pictórico del águila?, se le pregunta. “La unión del antiguo escudo indígena con la iglesia fue la puerta principal que generalizó el símbolo indígena en banderas y monumentos, lo que permitió que empezara a poblarse, subrepticiamente (la Ciudad de México).
Sin embargo, el momento más alto fue cuando dicho escudo indígena se reprodujo incluso en las ordenanzas de la capital, es decir, cuando los miembros del cabildo lo aplicaron en sus documentos”. Y se volvió una tendencia irreversible cuando se alió con la virgen de Guadalupe, lo cual provocó un vuelco total en las mentalidades de criollos, mestizos e indígenas”.
Sin embargo, el libro no se estanca aquí, sino que explora de forma meticulosa las banderas insurgentes, la del Ejército Trigarante, la Republicana, su posición frente a las banderas de Texas y de Yucatán, la forma como Anastasio Bustamante recuperó la esencia del águila en una medalla y cómo Porfirio Díaz consiguió la unificación de los símbolos patrios, su uso revolucionario y cómo llegaron hasta nuestros días.