“Esperanza y perdón”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“Esperanza y perdón”

Avanzamos los cristianos en el camino de la Cuaresma con rumbo a la Pascua, tiempo oportuno para pedir perdón al Creador y para ofrecer perdón a quien nos ha ofendido. La esperanza y el perdón es un binomio importante en la vida humana y cristiana.

No hace feliz al hombre vivir con resentimientos y rencores; por eso tiene razón de ser la esperanza en virtud de que es posible esperar y hacer realidad que los enemigos se den la mano y hagan las paces.

El primer paso es reconocernos limitados y que no todo lo hacemos bien; que le fallamos a Dios y con humildad, constantemente hemos de solicitarle su misericordia, que es infinita y eterna. Él no se cansa de perdonarnos.

Por otro lado, creer en el perdón, confiar en que de veras alguien puede ser misericordioso con nosotros cuando hemos hecho un gran mal, cuando hemos sido infieles y hemos traicionado, experimentar como algo real la posibilidad de ser bien recibidos, es algo que se juega allí donde somos hijos de Dios. Ni siquiera digo hermanos o amigos. Solo un padre y una madre pueden perdonar incondicionalmente. Y esto porque a nivel existencial se encuentran situados “antes” de todo mal, en ese lugar en el que la vida es un bien absoluto y primero, desde el cual todo se puede reparar.

Escribía así un soldado de Malvinas: “Mamá quiero que sepas que muchas veces no hice caso a tus consejos y reproches, fue por infantil o por estúpido como lo es uno cuando vive la adolescencia y lo único que pensaba era molestar, o no sé, pero ahora valoro y comprendo todos tus consejos”.

En la conciencia de ser hijos se pasa naturalmente del agradecimiento por el amor a la necesidad de pedir perdón. El dar por descontado que se obtendrá misericordia y que va junto a la necesidad de reparar. Todo es sincero en esta relación filial. Por eso, cultivar y ampliar esta conciencia de ser creaturas y de ser hijos queridos, es lo primero si queremos corregir errores y reparar los daños del pecado. Solo el amor absoluto del que nos soñó y nos creó buenos, puede hacer que nuestra esperanza supere todos los males. Solo la esperanza en el amor incondicional del que es nuestro Padre, ese amor al que solo le interesa nuestra felicidad y nuestro bien, puede hacer que nuestra esperanza en su misericordia venza toda culpa, toda desconfianza, todo desaliento.

Me levantaré y volveré junto a mi Padre”: en estas palabras que el hijo pródigo se dice a sí mismo cuando, estando en lo más bajo de su degradación, recuerda el olor a pan de la casa paterna y se deja movilizar por la esperanza cierta de que su Padre lo recibirá, al menos como sirviente, en estas palabras, digo, está plasmada la imagen de cómo solo un amor de Padre es capaz de engendrar una esperanza total en el corazón de un hijo. Otro tipo de relaciones –entre patrón y empleado, entre médico y paciente o entre maestro y discípulo y aún entre hermanos o amigos- no son capaces de generar una esperanza indestructible. Solo el Padre Misericordioso engendra hijos esperanzados. Jesús, el Hijo amado que por eso mismo es nuestra esperanza, dio la vida para testimoniar esta verdad, la más decisiva.

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