DÍA DE SIEMBRA
|- El cuento.
Eduardo Cerecedo
Para mi madre, Cointa Pérez, (1924-2021)
Hoy es día de siembra –nadie de mis hermanos, incluyéndome, nadie hemos ido a la escuela-, 6 de enero, mi papá y sus trabajadores salieron con el canto de los pájaros, y el norte sin lluvia –todavía en los hombros. Toda la noche sopló el viento sobre los páramos del cielo, manchado de claridad lo azul intenso de la noche y el temblor de las estrellas ahogaron con el alba su blancura.
Mi madre y tres mujeres más, desde muy temprano quebraron el nixtamal en el molino de mano así como en el metate. El rechinar del molino y de la madera en el molendero parecen limpiar los oídos de los animales que hay en la casa. Los primeros caraqueos rasgan el silencio que por momentos se resiste a la atmósfera matutina. Uno que otro gallo limpia su garganta con sus últimos cantos, sacudiendo las alas y picoteando el airecillo que le pule su brilloso plumaje.
Los perros temblorosos mueven la cola, mansos se revuelven en la tibieza de la casa; los guajolotes se esponjan y sus crestas comienzan a iluminar su enrojecida parte facial. Dando las once del día mi madre y las señoras parten rumbo a la milpa, los guajes repletos de tortillas amarillan las cabezas de Nazaria, Brígida y Bernarda; en las manos llevan la comida, que han introducido en trastos dentro de las bolsas y morrales. Y las ollas en la cabeza, llenas de arroz, el mole humeante. Las mujeres con sus aromas surcan el camino en subidas, sierpes y bajadas; cruzan el arroyo donde sus enaguas suben como marea la suavidad del día a sus cuerpos. Olores y más olores se mezclan con la madura de capulines en los cerros cundidos de maleza. A la hora de la comida, no hay quien se resista al doble llamado a comer. El mole de guajolote, las tortillas humeantes y el aguardiente hacen que el sudor surque los rostros enjutos de los comensales.
- Del libro de crónica, de Eduardo Cerecedo, titulado, Razón de ser, inédito aún