PAM, una historia para contar

Maricarmen Delfín Delgado

La familia, es para nosotros la célula fundamental de la sociedad, es donde se aprenden los valores éticos y morales y la práctica de éstos, es donde se establecen los primeros vínculos afectivos, es el espacio donde nos sentimos seguros, confiados, donde nos aceptan como personas, como seres especiales sin importar, muchas veces, nuestras diferencias en algunos aspectos.  Los fuertes lazos emocionales entre padres e hijos hacen necesario que unos y otros puedan aprender a ser emocionalmente inteligentes con el objetivo de conseguir vivir con mayor bienestar.

Para Pamela resultó negativamente  el apego hacia los seres más importantes de su vida la condujo hasta la orilla del precipicio, a punto de caer sostenida sólo por la mano de Refugio, más tarde se aferraría al doctor y a la enfermera como cuerdas salvadoras para retrasar la caída. La vida familiar se tradujo en sufrimiento, en falacias sociales, en la caja de pandora de las quimeras paternas. 

La hermosa niña de élite alta, rodeada de lujos, de fiestas, de reuniones sociales donde sus padres eran el centro de atracción, con auto del año, moderna casa, alumna en el mejor colegio particular, no tenía motivos para sentirse infeliz, tenía todo lo que otra adolescente de su edad pudiera desear, sin embargo, no poseía lo que otras sí: la atención, el calor de hogar, el cariño de sus padres. Sus afectos los sostenían su hermano y su nana Cuca.  Tal vez Alondra era la única amiga en el salón de clases.

El padre, un abogado venido a más, gracias a la destreza jurídica y las amistades influyentes, tuvo la oportunidad de relacionarse con las altas esferas del poder lo que lo mantuvo alejado de los suyos, de la esposa, de los hijos en una etapa que su presencia era necesaria como formador, dador de amor y ejemplo a seguir. El interés por otras féminas derivó en desinterés por la compañera de vida, motivado por juergas y diversión. El alcohol surgió como acompañante imprescindible de la madre, sólo con él se sentía segura y fuerte, la hacía olvidar su realidad pero al mismo tiempo, a sus hijos.

El pilar que sostenía el endeble andamiaje era Refugio, solidaria y fiel trabajadora doméstica, encargada del funcionamiento de aquella casa tan grande y fría como las vidas de los seres que ahí habitaban, ansiosos de calor humano y amor, el que sólo Cuca podía darles.

La desidia se apoderó de Pam, el desinterés gobernaba sus actos, no le interesaba comer, ir a la escuela, hablar con su mejor amiga, sólo quería dormir todo el tiempo, había caído en una profunda depresión. Extrañaba la vida en sus primeros años, cuando todo giraba de manera feliz alrededor de una verdadera familia, con carencias económicas pero con amor. También la ausencia de su hermano le afectaba, su confidente, eran cómplices en sus pesares y secretos. Motivos que caían como una laja sobre su endeble cuerpo, de una adolescente de apenas quince años.

Rafael, el hijo mayor, no escapó a la vorágine que arrastró a su hermana, decidido huyó de casa al no ser aceptado por su propio padre, al ser humillado ante la confesión de su homosexualismo, golpeado y señalado como un ser monstruoso por su preferencia sexual. Decepcionado por la indiferencia materna decide tomar otro camino.

Pamela, fue internada en una institución con la finalidad de aliviar su mente pero no su alma, curar los malestares físicos más no las heridas del corazón, dejar de ser una carga para sus padres y pasar a ser parte de una comunidad de chicas “problemáticas” para la sociedad. Dejaba atrás su casa, su complicada existencia para retomar un nuevo y esperanzador horizonte en manos del galeno amigo de su padre, en él y en su diligente asistente, depositaría su confianza y su vida.

Pam, una historia para contar, novela corta pero de impacto grande, en cada página el autor nos toca el corazón, remueve los sentimientos más profundos con su peculiar estilo, donde el lenguaje literario surge a la par de los acontecimientos, hechos desgarradores plagados de injusticias, de abusos, de indiferencia, de ternura, para hábilmente sorprendernos con inesperado final.

Como siempre, el escritor xalapeño Edgar Landa Hernández se entrega en esta historia, impregnando su sensibilidad y la experiencia que le han dado los años de constante escritura literaria, la práctica diaria en sus comentarios y artículos periodísticos.