“Quien vive con esperanza no tiene límites”
|VIVIR CON ESPERANZA
Por Jacinto Rojas Ramos
“Quien vive con esperanza no tiene límites”
Por naturaleza el ser humano es limitado, contingente y mortal. Sus límites muchas veces le impiden vivir feliz y con verdadera alegría.
Por otro lado, las personas no podemos vivir sin esperanza. Quien pasa por un momento difícil naturalmente tiene la esperanza de superar la situación que le preocupa, y quien tiene un objetivo vive con la esperanza de poder conseguirlo y lucha por ello. Una persona sin esperanza es una persona sin ilusión. La esperanza más fundamental de todo ser humano es vivir. Por ello, es en la enfermedad y adversidad cuando esta virtud se pone a prueba de una manera más radical.
La muerte, que es el horizonte de nuestra vida terrena, es la dificultad más grande para mantener la esperanza: «El último enemigo en ser destruido será la muerte» (1Corintios 15, 26). Ante ella, para quien no tiene fe, el deseo de vida que hay en el corazón de todo ser humano parece una ilusión para poder afrontar las dificultades, pero en el fondo algo irreal. En cambio, la fe en Cristo, que murió y resucitó por nosotros, nos descubre que la meta de nuestra esperanza traspasa los límites de esta vida: «Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más insensatos de toda la humanidad» (1Corintios 15, 19). Para el cristiano la verdadera esperanza no consiste únicamente en desear que se superen las dificultades o que se realicen sus pequeños deseos u objetivos, sino en aspirar a la vida eterna.
La esperanza es una virtud. Eso significa que es algo positivo. No consiste en aguardar con resignación una vida posible más allá de la muerte que un día u otro llegará, sino en desear que, cuando venga ese momento, las promesas de vida y de salvación que Dios nos ha revelado en Cristo se cumplan en nosotros y en nuestros seres queridos. Una esperanza vivida como mera resignación ante algo inevitable no nace de la fe y quita la alegría de vivir. La auténtica esperanza cristiana se vive como deseo del cielo y es la fuerza que nos ayuda a crecer en la santidad.
La esperanza hace brotar en nuestro corazón un sentimiento de alegría, porque tenemos la seguridad que las promesas de Dios se han realizado en muchos hermanos nuestros que han vivido de una manera sencilla y humilde en amistad con Dios. Precisamente hace algunos mesesse celebró en Asís la beatificación de Carlo Acutis, un joven italiano de nuestro tiempo, de corazón limpio, enamorado de la eucaristía, para quien el tesoro más grande era la amistad con Cristo. Afrontó su dolorosa enfermedad con un deseo grande de ir al cielo, dándonos así un testimonio luminoso de auténtica esperanza cristiana.
De la esperanza brota también la oración por nuestros hermanos difuntos. Esta pandemia nos ha arrebatado a muchos, recordémoslos con la serena confianza que nos da la fe, que nos dice que la misericordia del Señor es eterna, que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad y que, si ha entregado a su Hijo a la muerte por nosotros, nada nos podrá separar de su amor. Por tanto, quien vive con esperanza no tiene límites sino que trasciende.
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