“La esperanza es sólida confianza en Dios”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“La esperanza es sólida confianza en Dios”

En la Iglesia Católica, septiembre es el mes de la Biblia. La Biblia o Sagrada Escritura es la Palabra de Dios que nos aconseja, además se nos propone como camino y fuente de salvación.

La esperanza bíblica es confiar plenamente en Dios. Esta esperanza es una expectativa sólida porque lo que dice acerca de Sí mismo es cierto. La Palabra de Dios nos llama a “esperar en el Señor desde ahora y para siempre” (Salmo 131, 1-3). Lo que significa que puedes esperar siempre, en cada situación en Dios, incluso en las pequeñas cosas cotidianas de la vida y por supuesto en las difíciles.

La esperanza en Dios no es una vaga expectativa o una búsqueda incierta. Es una sólida confianza en Dios y en su Palabra. Para saber lo que esto significa, podemos aprender de Abraham. Él había recibido una promesa de Dios de que él y su esposa Sara tendrían un hijo y que una gran nación saldría de este niño. La Biblia dice acerca de Abraham: “Él no se debilitó en la fe cuando consideró su propio cuerpo, que estaba casi muerto (ya que tenía alrededor de cien años), o cuando consideró la esterilidad del vientre de Sara. Ninguna incredulidad lo hizo dudar con respecto a la promesa de Dios, pero se fortaleció en su fe al dar gloria a Dios, completamente convencido de que Dios podía hacer lo que había prometido” (Romanos 4,19-21). Esperaba en Dios y no en sus propias capacidades humanas. Dios cumplió gloriosamente esta promesa. De este niño nació una gran nación y, en última instancia, el Señor Jesucristo. A través de él, nuestro Salvador, también podemos tener confianza y confianza plena en Dios.

Otro ejemplo del Antiguo Testamento es el pueblo de Israel en el exilio. Fueron llevados de su propio país a una tierra extraña, donde fueron sometidos a esclavitud. El templo y la ciudad de Jerusalén yacían en cenizas. El pueblo de Israel estaba en una situación muy mala. No es de extrañar que dijeran: Nuestra esperanza ha perecido. Nuestros huesos se secan, y nuestra esperanza se pierde; de hecho, estamos aislados. Dios escuchó su luto y les prometió: “He aquí, abriré tus tumbas y te levantaré, oh pueblo mío. Y te traeré a la tierra de Israel”(Ezequiel 37,11-12). El Señor los trajo de vuelta a la tierra prometida y cumplió su Palabra con gracia.

Tal vez también sintamos que nuestra “esperanza ha perecido” y no hay esperanza para el futuro. Sepamos que Dios no nos abandona, no importa lo que suceda. No hay hoyo tan profundo del que el Señor pueda sacarnos a flote con su amor y misericordia. La Palabra de Dios nos asegura “que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los gobernantes, ni las cosas presentes ni las cosas por venir, ni los poderes, ni la altura ni la profundidad, ni ninguna otra cosa en toda la creación, podrán separarlos del amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8,38- 39). Para aquellos que amamos a Dios, todas las cosas (también las cosas difíciles y adversas) pasan y se superan. El que no escatimó ni a su propio Hijo por nosotros, sino que lo entregó para nuestra salvación, nos rescata de cualquier abismo cuando nuestra esperanza la ponemos sólidamente en él y solo en él.

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