No voy a caer en la trampa del presidente
|HISTORIAS DE REPORTERO
Por: Carlos Loret de Mola
No voy a caer en la trampa del presidente
Ayer vi de nuevo el reportaje de la casa del hijo del presidente López Obrador. En medio de tantos dimes y diretes, valía la pena regresar al origen: a más de tres semanas de que lo presentamos, no hay una sola frase que haya sido desmentida.
Por eso el presidente López Obrador ha perdido la serenidad y ha dado inusuales pasos autoritarios para vengarse de los periodistas que revelamos el escandaloso estilo de vida lujoso de José Ramón López Beltrán.
A pesar de los dichos presidenciales y su aturdidora propaganda, el reportaje se sostiene íntegro. Íntegro. La casona es la que habitó el hijo del presidente. Es de las medidas y las características que se especificaron. Tiene la alberca, el cine y los lujos descritos. El hijo y la nuera del presidente habitaron la casa entre 2019 y 2020, cuando el dueño era un alto ejecutivo de la empresa petrolera Baker Hughes, que tiene contratos multimillonarios en dólares con el gobierno. El reportaje podría presentarse hoy sin moverle una coma.
Como no puede explicar la súbita riqueza y vida de lujos de su hijo, el presidente ha intentado varias rutas para que ya no se hable de eso: “pausar” relaciones diplomáticas con España, acusar a Panamá de inquisidor, insultar a Austria por el penacho, y más recientemente, exigir que yo dé a conocer mis ingresos.
No voy a caer en su trampa. Lo que quiere es evadir la rendición de cuentas por la casa de Houston. Lo que quiere es cambiar el tema de la conversación, tratar de que el tema sea el financiamiento de medios de comunicación y periodistas -ya no soy sólo yo, el presidente ya amplió su lista-, cuando lo que está bajo sospecha es el financiamiento de su hijo, y por extensión, el financiamiento oscuro -dinero en efectivo recibido clandestinamente, años sin declarar impuestos- que ha acompañado la vida personal y política de Andrés Manuel López Obrador.
Hoy se cumplen tres semanas del primer ataque del presidente, de la primera retahíla de insultos contra mi persona a consecuencia del reportaje. Cada día, el presidente ha ido escalando su violencia verbal. Pero la fotografía es diáfana: un presidente que manda investigar a los periodistas que revelaron los escondidos lujos de su hijo José Ramón. Esto es una reacción propia de un gobernante autoritario, no de un demócrata. Y así se ha denunciado incluso por la prensa internacional.
El presidente se está vengando. Está tratando de intimidar y reprimir a quienes hemos revelado sus escándalos -Pío, Martinazo, Bartlett, Felipa, Esquer, Irma Eréndira, Epigmenio, José Ramón-. Y está también mandando un mensaje a los demás periodistas y medios: si me criticas, te perseguirá todo el peso del Estado; si te quedas callado, no nos meteremos contigo; elógiame y te llenaremos de contratos.
¿Y los ingresos de José Ramón? ¿Y los de Pío?
¿Cuándo va a publicar el presidente López Obrador de qué vivió los 13 años entre que fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México y presidente del país? ¿Cuándo va a mostrar sus declaraciones fiscales? ¿Su declaración de ingresos va a incluir las “aportaciones” que sus hermanos Pío y Martín dijeron que eran para Andrés Manuel, mientras recogían clandestinamente los fajos de billetes? ¿Cuándo va a hacer públicos los ingresos y declaraciones fiscales de su hijo José Ramón, que justifiquen su lujoso estilo de vida en Houston? ¿Cuándo transparentará las declaraciones fiscales de Pío y Martín?
Ayer se cumplieron tres semanas de que salió el reportaje de la “casa gris” de José Ramón López Beltrán y el presidente sigue sin explicar de dónde sale el dinero de su hijo. Quiere que varios periodistas le digamos cuánto ganamos. El que está entrampado en conflictos de interés es él, pero trata de desviar la atención usando todo su poder para atacar a quienes divulgamos el reportaje y a quienes lo han reproducido.
El presidente de México está cuestionado hasta la médula. Ha vivido en la oscuridad financiera desde hace años, impunemente. Desde el periodismo hemos documentado cómo su entorno cercano, familiares, subordinados y aliados han llevado a cabo un esquema de financiamiento ilegal, de orígenes oscuros, durante por lo menos dos décadas para impulsar la carrera política de López Obrador.
Eso se llama corrupción en cualquier parte del mundo.
Y aún habría que contar los miles y miles de millones de pesos del erario que ha desviado o tirado a la basura para sostener sus caprichos, su ego descontrolado y su obsesión de poder. Eso también es corrupción.
El tema de la “casa gris” tiene a su gobierno entrampado. Ha escalado a nivel internacional. Reportajes en medios de comunicación de todo el mundo, posicionamientos políticos hasta en el Capitolio, identifican claramente lo que pasa en México: el presidente AMLO, por venganza, manda investigar a un periodista que reveló la inexplicable vida de lujos de su hijo en el extranjero y sus conflictos de interés. El desplante autoritario es evidente.
Pero el asunto va mucho más allá y es mucho más grave: en ningún gobierno anterior tantos periodistas habían sido asesinados como en los primeros tres años de López Obrador. Las protestas de reporteros -en el Senado, la Cámara de Diputados, Palacio Nacional, en varios estados- tuvieron ayer un punto climático en Tijuana, una bofetada al ego del presidente: los colegas corearon los nombres de los periodistas asesinados este año, frente al presidente que estaba de gira, en plena conferencia mañanera.
Mientras, los senadores del presidente dicen que publicar un reportaje es golpe de Estado y traición a la patria. A López Obrador siempre le ha encantado ese halo de soberbia: en 2006, Leonel Cota, entonces presidente del PRD, donde militaba AMLO, afirmaba que criticarlo era traicionar a la patria. Lo de hoy es una continuación de eso: la exigencia de que López Obrador sea tratado como un ser único que está por encima de la Constitución.
Están extraviados. No es que un reportaje sea un golpe de estado. Es que este reportaje hizo que el presidente mostrara sin pudor su talante autocrático, su deseo de encabezar una dictadura en la que esté prohibido exigirle resultados, en la que todos los ciudadanos le aplaudan, le acaricien el ego y se tapen los ojos ante la corrupción que lo circunda y los nulos resultados de gobierno.