SOLO ASÍ SE EXISTE
|-Aymara Aruwiri
“Esa y no cualquier otra.
Esa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes
son los exasperados rostros
de nuestra vida.”
Olga Orozco
La negación de la existencia entre la transparencia de la vida y la melancolía de la muerte es la esencia intrínseca del autor en este poemario, al ir desnudando su nostalgia, entre la aceptación del suceso de las cosas o el cansancio de ellas. La soledad es la acompañante predilecta en su encierro, nada mejor que estar solo sin ver a nadie y no por cobardía, sino por el simple hecho de negar lo que ya existe.
“Desde hoy lo niego todo, incluso ser un hombre.
Ya basta de robar la parsimonia de las calles.”
Estar, no irse, volver en los sueños y en la añoranza, a recorrer aquellos lugares comunes de los viejos amigos, de la mujer amada y de la madre amorosa, sentir la calidez de un apretón de manos, de un abrazo sincero, de un sin fin de recuerdos con el torrente de un manantial de lágrimas, es la añoranza que lo quebranta; cada sitio en su recorrido es una daga silente profunda en su pecho izquierdo.
Su vida cotidiana y su entorno son como una selva acechando la insoluta razón de su existencia, carcomiendo en cada momento el estupor de su melancolía. Silencioso el miedo lo estrangula en la incertidumbre de las horas, aún así en el esplendor de sus vivencias, sabe que la muerte es su enemiga primitiva y que en cualquier instante nada será, solo polvo.
“Quiero ser el eco que existe en un instante,
pero al siguiente desaparece.”
Es el tiempo la letanía de su agonía, el paso de las horas no tiene medida, ni significancia alguna, mucho menos le importan los nombres de los días, todo instante puede ser o no igual en cualquier circunstancia. Sin embargo, el poeta Luis G. Mendoza a pesar de pretender abstraerse de lo cotidiano, tiene un sutil encantamiento por la brillantez de las noches, por esa luz que emana con sus luciérnagas, como él le llama al estrellado firmamento. Noches, noches gloriosas, que pueden discurrir en un infinito insomnio o en una larga caminata solo para colmarse de ellas.
“No habrá rayo que me parta
o que la melancolía .
interrumpa la belleza sin par de esta noche.”
Las noches también se vuelven cómplices de las horas secretas extasiadas entre dos cuerpos acompasados, entre la hoguera de un frágil amor que somete al suyo, la complicidad, la ternura y el erotismo por un momento lo abaten; pero eso no es lo que él busca, es la paz que lo atormenta, la busca por doquier pero no la encuentra. Vivir en paz, aunque sea por un momento es para él, el vertiginoso sentido de la vida, pues morir será la paz para el olvido.
“Esta noche sólo busco paz… quiero silencio.”
La sucesión de las cosas solo transita en la ventana de su mirada como un eco transparentando, en medio de su soledad convulsa y su nostalgia contagiosa, la vida existe, pero también la muerte que siempre acecha y es a partir de ella que todo toma sentido, hasta el más minúsculo de los acontecimientos hasta el menos significativo de los instantes.
“Entonces el milagro existe
y haces que la sucesión de las cosas
sea en línea recta hacia una constelación
de estrellas.”
Luis G. Mendoza ha plasmado aquí su nostalgia y nos deja sedientos de repuestas: entre el eco discordante de la luz de las luciérnagas y la plenitud de las noches oscuras de una muerte acechando. Entonces quizás quepa la duda, del significado de los días, donde la existencia pudiera ser un sueño en soledad constante, que espera la transmutación lógica de su fin en eterna melancolía, o ¿será que tenemos que vivir la vida sin recordarla por que al fin y al cabo todos en algún momento hemos dejado de existir lentamente?
“Cuando me entregue a la muerte
déjenme a seis pies bajo tierra
y aviéntenme unas flores.
Que los muertos entierren a sus muertos.”
Solo así se existe, solo así se vive, pero si no es la vida, será la muerte, donde encuentre la paz para el olvido.