Comemos y bebemos plástico y pesticidas; respiramos aire insalubre
|- Por un lado es determinante nuestro estilo de vida y por el otro, la industria contaminante.
Amadeus Olivarex
Martínez de la Torre, Ver.
En vísperas de celebrarse mañana el Día Mundial de la Salud, la Organización Mundial de la Salud difundió un boletín, con la esperanza de que la industria, como los gobiernos de todas las naciones, tomen providencias, a fin de disminuir los por ahora altos índices de contaminación del aire, como del agua, que están impactando con mayor fuerza a la población de países en vías de desarrollo, es decir los que no han llegado a niveles de potencias mundiales, caso de Rusia, Estados Unidos o China, por ejemplo. Y es que también comemos y bebemos plástico y pesticidas.
Razón por la que el lema, para el presente año, del citado Día Mundial de la Salud es “Nuestro planeta, nuestra salud”, por lo que se remarca la importancia de frenar el uso de combustibles fósiles, a fin de reducir los altos niveles de contaminación del aire, del agua y del calentamiento global que deriva en el cambio climático con fenómenos naturales cada vez con mayor poder destructivo, lo que incluye los mantos acuíferos.
Se divulga que las partículas del uso de combustibles fósiles, penetran a los pulmones y de ahí al torrente sanguíneo, para terminar en los diferentes órganos del cuerpo humano, generando necesariamente problemas en la salud de las personas: 8 de cada 10, se dice.
De manera paralela, partículas de plásticos, desde el utilizado para fabricar botellas de uso en los refrescos y el agua que consumimos, ya degradadas, tanto en el mar, como en la tierra, también ingresan al organismo humano; sucediendo lo mismo con el plástico utilizado en la fabricación de utensilios del hogar y las tan utilizadas bolsas de plástico.
La historia se repite con la ingesta de frutas y verduras que son fumigadas con pesticidas y otros químicos aplicados a los cultivos, desde combatir plagas, hasta abonar el suelo, que contribuyen a multiplicar enfermedades que llegan ya a la sangre de la niñez, pero más en la población de países en vías de desarrollo, porque los de mayor poder económico están optando por el consumo de frutas y verduras de origen orgánico, es decir lo más naturales posibles.