Huevo Moteado (transmutar los seres), de Adriana Tafoya
|Tafoya, Adriana, Huevo moteado, Editorial Ultramar y Campo Literario, 2022
Por Kyra Galván Haro
Presentar el libro Huevo moteado (transmutar los seres) de la poeta, editora, promotora cultural, ajedrecista y mamá, Adriana Tafoya, era un reto en más de un sentido. Para empezar, el libro ya cuenta con dos excelentes prólogos: Mácula, del especialista en poesía mexicana contemporánea, Ignacio Ballester Pardo de la Universidad de Alicante y Arjé, de Alejandra Estrada Velásquez, y en los cuales ya se había dicho casi todo sobre el libro que hoy nos ocupa. Afortunadamente, entre el casi y el todo, nos quedó un espacio en el que nos fue posible pensar y decir algunas cosas más.
El libro de Adriana Tafoya se nos presenta como todo un Misterio que hay que develar. Como el huevo mismo, que representa la incógnita filosófica vital y primordial por excelencia (es decir, qué fue primero, el huevo —ese universo encerrado y contenido en sí mismo y que es semilla generadora— o la gallina, como efecto y consecuencia), el poemario Huevo moteado (transmutar los seres), nos plantea de nuevo este enigma proverbial.
Por eso no es casual, creo yo, el epígrafe de María Zambrano que abre el libro, mencionando la relación de la divinidad con la locura o el delirio, pues la comunión con dios se da, como ya bien nos los dijo Santa Teresa de Jesús, en ese trance único en que media el éxtasis y el arrobamiento místico, no mediante la pura y clara razón, como buscaba, sin conseguirlo, nuestra racional monja Sor Juana Inés de la Cruz.
Está de más decir, que, además de ser una posible representación gráfica de la forma de nuestro Universo, toda la magia intrínseca del huevo está, además, relacionada con la feminidad básica, es decir, la fecundidad, la fertilización, que siempre ha sido y será, parte orgánica de la mujer porque las células huevo están en su cuerpo, en su biología, representan el misterio y la magia de la reproducción de la especie, que también están conectadas con las fases lunares, y por supuesto, con la fertilidad de la tierra, que durante tantos milenios, fue un proceso fundamental para la vida de los humanos.
Los ritos colectivos para propiciar la fertilidad de la tierra estaban relacionados con la sexualidad humana, con la capacidad de la mujer de reproducir y por ende, con muchas de las actividades atribuidas a las mujeres, como la costura y el antiguo oficio de tejer. Tejer la luna dice Adriana en su libro, tejer la lana, el algodón, la idea, con “I”, mayúscula. Por ende, la vieja sabia, el arquetipo ancestral de la sabiduría femenina está presente es estas páginas, ya que una vez pasada la etapa de fertilidad, la vieja no guarda huevos en su cuerpo, pero es siempre la predecesora de las generaciones y la poseedora del conocimiento: la magia atávica, el uso apropiado de las yerbas, del parto y de los conflictos del corazón.
Y al avanzar en la lectura del libro, seguimos con la idea de la creación, del tema de dar a luz:
“De mi delicada hendidura
de mis sutiles labios brotará
Una palabra
una pequeña, que así misma se nombra” (p.32)
En este caso, la palabra, que también es mística creadora. ¿O acaso el evangelista Juan no dijo: “Primero fue el verbo”? La palabra también tiene poder creador, de manifestación, es primordial en la metafísica, pero, al mismo tiempo, las líneas arriba citadas tienen un doble sentido erótico, de los labios femeninos sale la palabra, aunque también puede brotar un ser humano, y también, un bestiario como el de los turbadores cuadros de Jerónimo Bosch, mejor conocido como el Bosco. En muchos momentos, la escritura de Adriana me remite al Universo Bosco, sobre todo cuando nombre criaturas extrañas como la presencia de minúsculos canguros de nariz de espiritrompa y musarañas-calamar.
En Huevo moteado (transmutar los seres) se encuentra también la idea, expresada magistralmente, que los antiguos tenían y admiraban, de nacer varias veces. Hace un par de años tomé un curso sobre arte prehispánico, impartido por la Doctora María Teresa Uriarte en la UNAM , donde nos fue mostrando cómo en la iconografía prehispánica, plasmada en coloridos murales, los animales que los pueblos indígenas consideraban que tenían dobles nacimientos—primero como huevos y luego como animales— eran considerados especiales: las serpientes, las aves, por ejemplo, e incluso, las mariposas, que del huevo pasaban todavía a otro estado, la crisálida, y luego por fin, al renacer de sus alas magníficas. Lo que me recuerda el poema (Latido mercurial), donde Tafoya señala claramente:
“El escualo se gesta tres veces:
Se gesta en el huevo, se gesta en el útero, se gesta en la mar,
sin embargo, es nonato” (p.39)
Es por esto por lo que pienso que, por el libro de la autora, recorren muchas caracterizaciones de arquetipos universales: las bestiecillas del bosque, la vulnerabilidad infantil, las inundaciones que son diluvios, junto a jardines paradisíacos y los sátiros que los habitan, que son anhelos universales de tiempos y lugares mejores. Las brujas también, que como Mab, la reina de las hadas es mencionada en la obra de Romeo y Julieta de Shakespeare, como una aparición fugaz, pero importante, de seres fantásticos del folklore popular.
“Es pequeñita como piedra de ágata
que brilla en el meñique de un obispo.
Tiran su coche atómicos caballos
que la pasean sobre las narices
de los que están durmiendo;
rayos de luna hicieron los arneses
y una arañita le tejió las bridas.”
Shakespeare,W, en Romeo y Julieta
Están también presentes a lo largo del texto, las aguas primigenias, con sus corrientes, las mareas que afectan los ciclos biológicos de las mujeres; la ballena proverbial, que es sinónimo de iniciación, de la adquisición de conocimiento vedado, según la interpretación de Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras; pero a la vez, por sus páginas recorren muchas voces, susurros, que nos hablan al oído de otras cosas más mundanas, aunque disfrazadas de cotidianidad.
Este libro es como un caldero de bruja donde se mezclan ojos de rana y otros ingredientes extraños, que prepara un brebaje antiguo porque Adriana también se las ingenia para hablarnos de la risa agitada de su madre, pone epígrafes de Yoko Ono, la gurú de John Lennon, sin el menor pudor, a diferencia de tantos de sus contemporáneos, que creen que la seriedad académica es la pauta por seguir. Evidentemente, Adriana rompe esquemas con este libro, en ocasiones es abiertamente surrealista y al mismo tiempo, no lo es. En realidad, lo que sucede es que construye un mundo de fantasía en poesía, que contradice el lirismo característico de este género, pero de alguna manera, al mismo tiempo nos cuestiona el hecho de que ya no estamos conectados orgánicamente con la naturaleza, y como ejemplo:
“Mi madre y yo en una canoa de fresno sostenida por el agua, comemos garambullos acuáticos, buscamos la palabra escrita dentro de una concha.
(Lluvia de óxido) ( ).
Al fondo brilla el astillero. Somos bienvenidas a la fábrica de barcos.” (p.43)
Pero entre más nos adentramos en el universo personal de Tafoya, nos damos cuenta que, aunque hable del padre, de esa herida abierta que es la expulsión del paraíso patriarcal, también implica un despertar, un abrazar el mundo femenino y a través de la páginas del libro vemos que la maternidad impregna las hojas con el líquido amniótico, siempre está presente, sin decirse, sin obviarse: “el huevo tembloroso que espera en la canasta”, como símbolo de la gestación, de la maternidad, del maternar a una niña que ha sido deseada, imaginada , creada, y que esa misma niña , es hija, abuela, antecesora, futura nieta, hermana, imagina a una nueva madre, a la madre de generaciones venideras, la reconfigura de manera diferente y única: “ eléctrica, mecánica, nuclear.”
Este poemario tampoco está exento de erotismo, que sutil permea sus páginas, tal y como debe ser la poesía erótica, y hay también en este territorio esa suavidad de lo femenino:
“Esta noche; una
enardecida esposa,
de rubia trenza, me estrangula
con su dicha. “(p.75)
Debo decir, ya dentro del espacio de las conclusiones, que al principio el título del libro al principio me pareció muy arriesgado, por eso de los huevos. En un país como México en que el albur es el rey del doble sentido, poner ese título era exponerse al choteo, pero cuando uno se adentra a la lectura, entiende que el sentido del huevo es totalmente diferente y, además, apropiado. Entrar al campo de Huevo moteado (transmutar los seres) es como entrar al terreno inexplorado y temido de lo pagano, de la luna y la herbolaria, de lo femenino, lo fundacional y lo matriarcal. Y en ese sentido creo que ése es el mayor logro de este libro-universo, que honestamente me parece una de las obras más originales y fundacionales que he leído en los últimos años, y por eso, debemos de rendirle un reconocimiento a Adriana Tafoya. No es copia de nada y a la vez, se basa en tantos conocimientos aprehendidos a lo largo de su vida, comunicados y transparentados. Sus tres variaciones de (Incentro) me parecen algunos de los poemas mejor logrados del libro, donde se refleja no sólo la destreza formal de la autora, sino la emotividad que entrama todo el libro. Este libro no es un huevo menguado, como el título de uno de sus poemas, sino es el huevo primigenio sublimado.
Quiero mencionar, por último, la bella coedición de Editorial Ultramarina y la de Editores Campo Literario y la encantadora y también mágica ilustración de Elisa Aguirre.
La lectura de este Huevo me deja una alegría infinita en el alma, una esperanza de que aún podemos recuperar a Gaia, la tierra, de que las mujeres podemos encontrar una verdadera sororidad, regresar a la magia de la hechicería, a la fuente de la vida, a un paganismo reconfigurado.
Adriana, como buena ajedrecista, nos ha puesto un jaque mate, y nos ha dejado pasmados, agradecidos de tener este libro en nuestras manos.
Semblanza:
Kyra Galván es Licenciada en Economía por la UNAM, y ha realizado estudios en Literatura, Poesía e Historia del Arte. Ha colaborado en suplementos y revistas como Nexos y el Periódico de Poesía de la UNAM. Desde agosto del 2005 pertenece al del Sistema Nacional de Creadores, del Conaculta. Imparte cursos particulares y en los Estados de la República de creación literaria, que abarcan los géneros de ensayo, relato y poesía. En Ediciones El Naranjo ha publicado El ajedrez de Natsuki y El perfume de la faraona.