Historias Deportivas de Xalapa

  • Montañismo puro: De Coapexpan a La Peña.
  • Generosos los lugareños de Las Tembladeras.

Xalapa

¡Solamente han transcurrido 64 años! De este hecho deportivo que, sin duda alguna, dejó profunda huella entre los protagonistas, como parte de los entrenamientos que se llevaban a cabo con el objetivo de concurrir a la esperada “Confraternidad Alpina del Pico de Orizaba” programada para el siguiente mes, durante el mes de agosto del lejano 1956, un puñado de excursionistas llevaron a cabo una agotadora caminata que duró tres días completos y que se inició desde el antes populoso y limpio Río Coapexpn, para ubicar como primera etapa la “Peña” del Cofre de Perote, odisea que concluyó al siguiente domingo en el risueño poblado de Los Molinos, ubicado en la carretera federal Xalapa-Perote. Tres fueron los Clubes que se vieron representados en esta dura prueba montañista: El organizador Club Atisbos que patrocinaba el propietario de la perfumería “Goretti”, el Club Argos del Dique y un entusiasta grupo de seis elementos que representaban al naciente Club Montañista de la Benemérita Escuela Normal Veracruzana, por ésta figuraba el siempre entusiasta “Boreas” Rodríguez al frente de un grupo de cinco elementos; Pedrito Nava y Rubén Martínez, el famoso “Monito” del “Argos” y por el Club “anfitrión” estaban al frente los jóvenes Manuel “Totopo Velázquez, Ángel Domínguez Pommier –qepd-, sus hermanas Guadalupe y Teresa; las “cuatas” Tamaríz, una de las cuales ya preparaba su boda con el también excursionista Manuel Benítez; también participaron Efrén Zúñiga Martínez, Carlos Rodríguez, Isaac Fernández, entre otros.

La odisea se inició un viernes por la mañana, muy temprano los excursionistas se reunieron en los lavaderos de la Represa del Carmen y una vez, “registrados” en una hoja de control, todos iniciaron la aventura hacia el Río Coapexpan que, como bien lo cita el filósofo Magno Garcimarrero, era un sitio paradisíaco con aguas transparentes; muy limpia y en cuyas tres pozas con poco más de cinco metros de profundidad, muchos aprendimos a nadar y a echarnos nuestros primeros “clavados”. El numeroso grupo inició con todo entusiasmo –por razón lógica- la caminata rumbo al valle de Perote; antes, en un “changarro” se abastecieron de lo necesario para alimentarse y sus cantimploras fueron llenadas con el agua del popular Río para mitigar la sed que, sin duda algún los haría víctimas porque el día se inició con un sol canicular, en donde nadie soportaba siquiera un sweter, aunque la mayoría de los “caminantes” llevaban en sus mochilas todo lo necesario para cubrirse de las tormentas y el frío que tal y como lo esperaban, les atacó al iniciar el ascenso al poblado de Tembladeras.

Ese día viernes lo ocuparon para cubrir la primera etapa de la excursión, misma que concluyó en una humilde vivienda, donde sus moradores los recibieron con inusitada hospitalidad, aunque aquí se produjo el “dando, dando; pajarito volando”. Los visitantes recibieron humilde, pero sabroso alimento mientras que la chiquillada recibió, todo tipo de golosinas que, exprofeso los montañistas habían adquirido en el mercado de Los Sauces. El arribo a la vivienda de los anfitriones, se realizó al filo de las cinco de la tarde; al poco tiempo todos disfrutaron de la belleza de una Xalapa de color anaranjado, un espectáculo inolvidable y que fue plasmado por las antiguas cámaras fotográficas que portaban los visitantes. La modesta gente que vivía en el lugar, antesala de un aserradero, ofreció a sus “huéspedes” un espacio cerca de los corrales donde los semovientes con sus mugidos, ya exigían el alimento a sus propietarios.

Tras de disfrutar de un anochecer de ensueño, los caminantes fueron presa del gran dios Morfeo; pero a las cuatro de la mañana, a petición de los forasteros, los dueños de la humilde casa los despertaron y se reinició la marcha todavía de noche, por lo que fueron testigos de un bellísimo amanecer.

Durante toda la mañana, los deportistas observaron que hacia la montaña se formaban negros nubarrones; todos prepararon sus ropas para protegerse de la lluvia, no así algunos estudiantes que no iban preparados para ese tipo de excursión, no obstante, recibieron la protección de los demás integrantes de la caravana y antes de llegar al increíble poblado de Tembladeras, la tempestad había cedido. De nueva cuenta y ya comenzando el atardecer, los montañistas fueron bien recibidos por los generosos habitantes. En un pequeño tendejón construido casi en una barranca, los xalapeños recibieron inusitada atención por parte de los lugareños que afirmaban, tenía más de un año que no se paraba en el poblado gente de Xalapa.

Al reanudar la marcha, sin ingerir mucho alimento para eludir el “mal de montaña”, los excursionistas atacaron el tremendo repecho, hasta llegar a los “zig-zag”, antes de llegar a las famosas “Cuevas”; ahí todo mundo se dio a la tarea de reunir leña, leña y más leña, no sólo para protegerse del frío, sino para secar las prendas de vestir, suerte ingrata que no pudieron eludir los muchachos normalistas que, sí, con mucho entusiasmo participaban en la aventura, pero sin ir bien preparados. Se organizaron “guardias” para alimentar a la fogata.

Pocos pudieron disfrutar de un buen descanso, a las cuatro de la mañana todo mundo se puso en movimiento con un solo fin: ver desde lo alto de la “Peña” del Cofre de Perote, la salida del sol. Pocos lo lograron; los estudiantes y las damas del Club Atisbos, se quedaron en las Casetas de “Ramsa” y sólo los bien preparados lograron su objetivo, en aquellos años la Peña del Cofre era “Virgen”; nada de tecnología, nada de barandales, usted para subir tenía que hacerlo de espaldas empujándose contra una hendedura natural e impulsándose con las cuatro extremidades. ¡Una chulada ver la salida del sol desde la cima de la Peña!, luego disfrutar de la “Ahuja” eterna compañera de aquella; la vista del Pico de Orizaba; a lo lejos el Cerro del Pizarro, Las Derrumbadas y allá lejos bajo la bruma, la Mujer Dormida acompañada de Don Goyo.

Desde lo alto de la montaña, observamos negros nubarrones hacia Perote, El Capulín y El Conejo, por lo que los “líderes” instaron a sus compañeros a acelerar el retorno; pasaron por las casetas por sus demás compañeros e iniciaron el descenso, en “El Conejo” los lugareños indicaron que no se descendiera por el “Vómito” a Perote; que era mejor desviarse hacia Los Molinos y como la experiencia es la que manda, así lo hicieron los excursionistas, no sin antes recibir un suculento desayuno consistente en un cafecito caliente endulzado con panela; tortillitas recién salidas del “comali” con frijolitos güeros, a cambio los visitantes obsequiaron todo el alimento citadino que llevaban.

Presurosos iniciaron el descenso; no se salvaron de otra “empapada”, pero felices aunque agotados arribaron a Los Molinos, donde complementaron su desayuno con unas “memelas” y….¡Un jarrote del famoso Neucaxtle!, el néctar de Moctezuma y sus asesores, todo ello justo antes de que llegara el famoso “Flecha Roja” que, finalmente depositó a todo mundo en la terminal de la avenida Revolución. Tres días completos utilizaron los montañistas para cumplir con esta aventura y con ello pusieron fin a una excursión que, por mucho tiempo sería recordada. Y colorín-colorado, esta odisea también ha terminado.