Para Inés García Portilla

Xalapa

Al despertar el alba Inés comenzó a trotar, pronto se vio cruzando las calles de la ciudad, el tiempo pasa, pero son las mismas que mecieron su cuna hace algunos ayeres, los recuerdos le acariciaron el alma acelerando los latidos de su corazón, pero siguió adelante.

Encaminó su paso hacia las altas montañas, así lo asignaba su programa de entrenamiento para ese día, iba preparando la mente para conseguir su objetivo de esa mañana, conquistar la cima de esa sucesión de cerros que la conducirían a la parte más elevada de la serranía.

Sus anhelos e ilusiones se fusionaban con el murmullo del río que serpenteaba a la vera del camino, cada vez la senda se tornó más difícil y las cuestas le exigieron su máximo rendimiento, pero su juventud resplandecía e iba venciendo todos los obstáculos que encontraba a su paso.

Poco a poco se fue internando en la espesura del bosque, el aire le refrescaba la tez y el sueño del pódium la impulsaba hacia la cima, nada la detendría, al menos luchaba por ser mejor cada día, la gloria se conquista con el esfuerzo del diario vivir, con el valor agregado que se tiene, esa es la ambrosía que alimenta al espíritu humano y ella lo sabía.

Su cuerpo y su mente en armonía como lo exigen las leyes del universo, el olor a pino, cipreses, liquidámbar y cedros parecía inspirarla en la alta montaña, ese perfume que despide el campo enternece el espíritu de quienes se atreven a convivir con el vergel, allí, el silencio es el mejor confidente, las palabras retornan en melancólico eco y el viento mece a placer todo el follaje, sus pasos se aferraban en ese terreno escarpado, el chasquido de su respiración se refugiaba en las hojas de la vegetación, el esfuerzo se acrecentaba, pero su fuerza interior la alentaba a no desmayar.

Cuando Inés llegó a la cima sonrió, la satisfacción la acompañaba, el entrenamiento de ese día había concluido. La montaña, en su lenguaje sin palabras, le señaló el singular paisaje que en la lejanía presumía su belleza; con esa muestra de gratitud recompensaba a la joven atleta por haber elegido esas verdosas entrañas para su preparación física, Inés experimentó en su ser la sensación de la alegría y la plena libertad en el seno de la naturaleza.

Mañana será otro día.