Adiós al erudito del teatro, José Luis Ibáñez

  • El director teatral y catedrático fue cremado ayer; dejó instrucciones de no hacer público el motivo de su muerte.

CIUDAD DE MÉXICO.

Erudito absoluto, colega admirable, un director riguroso y exigente, versátil, apasionado del teatro clásico y al mismo tiempo un innovador, formador de diversas generaciones de actores, “un orgullo que inspira”. José Luis Ibáñez (1933-2020) murió a los 87 años.

Tranquilo, en su casa de San Jerónimo, el director teatral, catedrático, traductor y guionista de cine y televisión falleció con el deseo de que la gente lo recordara por su vida, no por su muerte.

Por esta razón, comenta Horacio José Almada, coordinador del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM, “donde Ibáñez trabajó hasta el último día de su vida”, éste dejó instrucciones de no hacer públicas las causas de su muerte.

 Quería que se le recordara como un profesor universitario, como un director de teatro clásico, pero también de musicales importantes, como un gran amigo”, dice sobre el veracruzano que vivió en la Ciudad de México desde 1946 y cuyos restos fueron incinerados ayer sin funeral previo.

Amable, educado, pero distante, reservado con su vida privada; riguroso, exigente, detallista y disciplinado en el trabajo. Así lo recordaron la escritora Margo Glantz, la actriz Luisa Huertas, el director de teatro Mario Espinosa, su asistente de dirección durante 18 años Juan Morán y la crítica teatral Alegría Martínez.

Muchos años estuve vinculada al teatro, y muy cerca de él. Compartíamos la pasión por el Siglo de Oro español y por Sor Juana Inés de la Cruz. Nos hicimos amigos.

Era una persona muy fina. Hizo lecturas de mis textos; y leía los fragmentos de una manera tan inigualable, que parecían maravillosos. Tenía una voz estupenda”, recuerda Margo Glantz.

La escritora y crítica literaria confiesa que compartió con Ibáñez muchos recuerdos, intereses y gustos. “Siempre llegaba a la casa con una botella de vino. Estoy muy triste. Se va acabando un pasado de México del que quedamos pocos sobrevivientes”, agrega.

En opinión de Luisa Huertas, quien actuó en Señor Butterfly, de David H. Hwang, que dirigió Ibáñez, “fue el último de la generación que marcó el cambio del teatro en México, lo modernizó, y a muchas generaciones. Nos hemos quedado en una especie de orfandad.

Formó parte de la triada genial integrada con Héctor Mendoza y Juan José Gurrola. Como director era excelente. Sabía qué quería de cada personaje, te lo decía y te ayudaba a encontrarlo. Era delicioso trabajar con él. Nos divertíamos mucho. Teníamos una relación padre, coincidíamos en la pasión por el verso”, evoca.

Creo que, poco a poco, muchos hemos tomado su estafeta. En el Centro de Estudios para el Uso de la Voz (CeuVoz), queremos rescatar la tradición del trabajo vocal al servicio de la palabra, a través del verso. Es una tradición que no podemos perder porque es parte de nuestra identidad”, afirma la directora de esta iniciativa.

Y el director teatral Mario Espinosa destaca que Ibáñez, quien fue alumno de la primera generación de Teatro de Filosofía y Letras de la UNAM en 1954, “es una figura que ha recorrido este mundo en todas sus posibilidades, experimental, universitario, académico, clásico y comercial. Fue muy importante en el teatro comercial, pues le imprimió calidad. Era un gran personaje de la máxima casa de estudios, profesor emérito, y el nuevo teatro de la facultad lleva su nombre”.

 

CLÁSICO Y COMERCIAL

Juan Morán Gómez, quien fue asistente de dirección de Ibáñez durante 18 años, “cuando el maestro dirigía tres o cuatro obras al año, desde comerciales hasta teatro clásico”, señala que fue un creador muy completo, en toda la extensión de la palabra.

Se le reconoce más por el ámbito universitario, pero también en el teatro comercial trabajó con actores como Silvia Pinal, Ignacio López Tarso, Héctor Bonilla, Jacqueline Andere. Tenía una habilidad especial para conectarse con las estrellas de televisión y cine.

Era muy estricto y exigente. Los actores debían llegar temprano, era muy disciplinado con el horario. Muy exacto en las escenas. Cuidaba no cansar a los actores, les pedía ser claros y concretos. Vigilaba el ritmo de la obra. Pasábamos horas estudiando la pieza por venir. Tenía un ritmo de trabajo impresionante”, añade quien es policía desde hace 11 años, primero en la Federal y ahora en la Guardia Nacional. “Pero no me olvido del teatro. A veces actúo y cuento cuentos a la gente que enfrenta una desgracia natural en sus comunidades”.

Para Alegría Martínez, quien vio varios de sus montajes y lo entrevistó en diversas ocasiones, Ibáñez “hizo un trabajo que nadie había realizado sobre las obras del Siglo de Oro español. Quería llegar a un grado de excelencia en cuanto a la promoción del verso, no sólo su significado y contenido. Cuando regresó de su viaje por Inglaterra, me dijo que llegó enamorado de la lengua castellana”.

La crítica teatral indica que quien colaboró en Poesía en Voz Alta (1956-1960), con Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan José Arreola y Elena Garro, tenía esa doble capacidad de hacer con calidad el teatro clásico y el comercial.

Para él, el reto de la comedia musical era la sincronización absoluta entre las canciones y los actores; y lograba que el espectador la disfrutara. Pero, cuando se enfrentaba a un público clásico, hacía que gozaran el verso”, apunta.

Concluye que fue un hombre que “analizaba muy bien las palabras y las acciones, que no dejaba nada al azar, que buscaba siempre un resultado de excelencia. Tenía una ética de trabajo que se ha ido perdiendo”.

Los entrevistados coinciden en que murió “una de las últimas leyendas del teatro mexicano”.