Intercambio en el bosque

  • El cuento. 

Ulises Paniagua

I

Estaban perdidos. Lo supo desde que comenzó a anochecer. Durante horas habían trazado círculos en el bosque sin encontrar el campamento. Encubriendo su desesperación, Julieta pidió a los niños de la “tropa” que no tuvieran miedo, les juró que las cosas saldrían bien. Estaba aterrada, el corazón se le encogía al pensar que podrían morir a causa del frío. Qué noticia tan triste resultaría el fallecimiento de nueve boy scouts, la mayoría menores de diez años, si no daban con ellos.

El otro jefe de tropa, un chico de la misma edad de Julieta, delataba inquietud. Al  inicio de la jornada se veía complacido. Durante el camino demostró envidia, recelo por comandar al grupo, incluso escribió repetidas veces su nombre en la tierra con una vara para demostrar, insistente, su dominio. Pero ahora, siete horas después de caminar al azar, en círculos, se notaba abrumado. El agua y los enlatados estaban a punto de agotarse. Caminaban por lo profundo del bosque cuando el otro jefe de tropa descubrió la gruta. “Ahí podemos refugiarnos”, dijo, con voz de héroe.

Un estruendo gobernó el aire. Entonces apareció la luz. El primero en notarla fue un niño de lentes, tímido, quien se limitó a señalar por encima de la copa de los árboles. Los chicos comenzaron a rumorar. Una adolescente rechoncha gritó, con asombro. La primera reacción de Julieta fue negarlo. No podía haber una luz de esa magnitud en pleno descampado. Rogó que mantuvieran la calma. Pensó enseguida que se trataba de un grupo de rescate, tal vez de un helicóptero; pero el halo brillante, intenso como el de un reflector, se fue tornando en un cegador color anaranjado. Se enrareció la atmósfera. La risa de una niña pequeña, una niña no mayor de cinco años, se escuchó a su costado. Julieta pensó que se trataba de una scout, hasta que recordó que esa exploración no incluía niñas pequeñas. La tropa la miraba, aterrada. Para tranquilizarlos, la jefa de tropa exclamó: “no se asusten, hay una explicación, siempre hay una explicación”. Buscó entre el pasto del campo a la pequeña, quien ahora reía a sus espaldas. No consiguió verla.

Como si se tratara de una aparición cinematográfica, en un instante cubrió el cielo un inmenso objeto plateado. Levitaba. En su vuelo emitía un sonido extraño, una resonancia. Despedía grandes cantidades de calor, en medio del horror era posible apreciar su curvatura. El objeto volador hizo un movimiento circular y se dejó caer unos metros, como si fuera a desplomarse. Logró reventar algunas ramas.

Los críos echaron a correr, despavoridos. A pesar del caos, Julieta intentó reunir a los chicos, quienes se atropellaban en la huida. Como pudo, entre empujones y chillidos, logró que la tropa la siguiera. A tropezones se alejaron del OVNI. “A la gruta”, gritó. Ellos hicieron lo que pedía. Sin embargo, el otro jefe de tropa, el joven que quería volverse jefe de pelotón, se lanzó a toda velocidad en dirección opuesta. Se internó en el bosque.

—¿Qué “pinches” haces? —vociferó Julieta.

El muchacho se esfumó entre la multiplicidad de troncos. Julieta quiso perseguirlo, pero el enorme objeto en el cielo la intimidó. Dentro de la gruta, los chicos temblaban, una niña estaba al filo del desmayo. Se mantuvieron en el interior de la caverna largos minutos que parecieron horas, hasta que la luz se extinguió de manera tan repentina como había aparecido. Cuando reunió valor, Julieta echó un vistazo. El campo permanecía sereno, tal vez demasiado. Los chicos, de pie, permanecían expectantes. El canto de los grillos se apoderó del reino de la hierba. El bosque volvió a su cotidianidad.

Preocupada por el destino del otro jefe, Julieta habló con los integrantes de la tropa. Encendieron una fogata, se armaron con palos que les brindaron cierta seguridad, una seguridad más bien simbólica.

—Debo ir por el compañero que falta —dijo.

—No nos dejes solos —suplicó el chiquillo tímido.

—Estarán bien. No tardo.

No fue fácil partir, esperó a que los venciera la fatiga. Una vez dormidos, los arropó. Salió, lámpara en mano, a buscar al scout perdido. Lo llamó cientos de veces. Alumbró rocas, ramas, arroyos, senderos. El chico no aparecía. Al dar vuelta en un requiebre de la senda, halló de nuevo aquella luz profusa. Era imposible ver. Quiso gritar. No pudo. Su cuerpo se tornó débil. Sus piernas no respondieron. De la nave descendió una forma oscura, no humana. Julieta se desvaneció.

II

Retornamos por la mañana. Los primeros rayos del sol alumbraban la cueva donde dejé a los niños. Temía por ellos. Me acompañaba el jefe de tropa perdido. Finalmente, lo hallé en medio del bosque ¿Lo hallé? ¿Cómo, cuándo? Lo único que recordaba era haber perdido el conocimiento. Había una laguna en mi memoria.

 Al entrar al sitio donde se consumían las últimas llamaradas de la fogata, vi a los pequeños tirados sobre el piso. Por un momento pensé que estaban muertos, pero se pusieron de pie al escucharnos llegar. Me volvió el alma al cuerpo. Mi tropa estaba intacta, horrorizada pero a salvo. Los críos corrieron a abrazarme.

 —-Regresaste —dijo el tímido.

 —Miren —señalé al compañero extraviado—.Lo encontré.

 Se hizo un silencio incómodo. Los chicos se miraron unos a otros, confundidos. No se atrevían a hablar, a decirme algo que parecía importante. Quise preguntar. No me atreví. Hasta que uno de los muchachos, casi con voz inaudible, declaró:

 —Pero si la que se perdió fuiste tú.

 Me fulminó la sorpresa ¿En qué momento me había extraviado? No tenía sentido lo que relataban. Pedí detalles. Los chicos me contaron que eché a correr al bosque cuando avistamos al OVNI, mientras a ellos los condujo el otro jefe de tropa al interior de la gruta. “Yo los arropé, y salí a buscarte”, dijo. Me quedé sin palabras. Pasé un rato a solas, mirando la pared de la gruta, absorta.

Finalmente, nos encontró una comitiva de protección civil. Los padres de familia, felices, agradecieron que hubiera protegido a la tropa. Recibí las felicitaciones con frialdad. A quien más celebraron, sin embargo, fue al otro muchacho, quien semanas después consiguió su objetivo: hacerse jefe único. Renuncié a los scouts. Aún no sé qué ocurrió esa noche.

Hay momentos en que no siento que sea yo, la verdad es que no sé bien quién era yo antes del suceso. Me da por envidiar a la gente exitosa. Tengo deseos de escribir mi nombre en la tierra con una vara, de manera repetida, para reafirmarme. Desde el día del incidente me asaltan visiones donde corro por el boscaje para cazar seres humanos; en estas alucinaciones veo mi ropa y mis manos manchadas de sangre. Al fondo hay una luz poderosa, muy intensa, que gobierna mis actos. No sé a ciencia cierta quién o qué soy. Mis padres me miran con extrañeza desde el día del incidente, apenas me dirigen la palabra. Estoy pensando mudarme con mi tía, quien vive a las afueras de la ciudad. Quiero visitarla. Y, no sé, tal vez uno de estos días me anime a salir de cacería ¿Por qué no? Es cierto lo que se dice: el bosque cambia a cualquier persona.