“La esperanza es un tesoro interior”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“La esperanza es un tesoro interior”

No olvidemos que lo más valioso que tenemos es lo que llevamos en nuestro interior. Para descubrirlo es necesario iniciar un camino interior que nos conduzca a ese lugar, en la profundidad del ser, donde encontraremos el tesoro de la esperanza que hay en nosotros. La meditación es un camino que nos ayuda a conectar con la fuente de la Sabiduría que vive en nosotros. En ese lugar todo adquiere una nueva dimensión y se comprende la vida de manera distinta. Ese tesoro que está en nosotros, que es el Espíritu de Dios y de esperanza, nos da una comprensión honda de la realidad y nos permite apreciar los matices de nuestra vida en un sentido más amplio de comprensión.

La esperanza es como la sangre: no se ve, pero tiene que estar. La sangre es la vida. Así es la esperanza: es algo que circula por dentro, que debe circular, y te hace sentirte vivo. Si no la tienes, estás muerto, estás acabado, no hay nada que decir… Cuando no tienes esperanza es como si ya no tuvieras sangre… Quizás estás entero, pero estás muerto.

Ahora bien, la esperanza cristiana no se basa en las propias capacidades o en la fuerza de voluntad, ni tampoco depende de una decisión humana. Su fundamento es la experiencia del amor de Dios, comunicado personal e interiormente al creyente. Quien se descubre cada día amado por Dios, está preparado para esperar en él. El amor de Dios es como un principio interior que dinamiza toda la existencia. Es algo real, que se hace presente en la intimidad del creyente por medio del don del Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual la esperanza cristiana no es una ilusión, ni se identifica con el fácil optimismo.

La esperanza cristiana es una “esperanza que no defrauda, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Romanos 5,5). No defrauda porque, aunque se vive con tensión hacia un futuro que está todavía por llegar, nos hace vivir anticipadamente la plenitud, gracias al don del Espíritu Santo que hemos recibido. En los momentos más duros de la vida podemos vivir “como hijos de Dios, conducidos por el Espíritu” (Romanos 5,14). Pero sobre todo, podemos orar, que es una forma excepcional de practicar la esperanza, permitiendo que “el Espíritu ore en nosotros y por nosotros al Padre como Jesús lo hacía” (Romanos 8,15).

Para San Pablo la raíz de la esperanza es siempre la iniciativa de la acción amorosa de Dios. Por eso llega a decir de sí mismo: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy” (1 Corintios 15,10). También enseña que es “Dios quien hace nacer en nosotros la esperanza de llegar a reproducir un día la imagen de su Hijo” (Romanos 8,29). Y esta “buena obra” —como Pablo la llama— es también “Dios mismo quien la llevará a término” (Filipenses 1,6), pues “todo proviene de Dios que nos reconcilió consigo por Cristo” (2 Corintios 5,18). Nuestra esperanza nace y vive como don de Cristo y comunión con él, “quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación” (Romanos 4,25).

El momento que vivimos y la Cuaresma es la mejor oportunidad para hacer un viaje a nuestro interior y descubrir ese gran tesoro que todos tenemos, la esperanza.

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