Pellicer y Neruda: Sus encuentros y su poesía

Alberto Enríquez Perea

A Carlos Pellicer López

En los extremos de América nacieron Carlos Pellicer y Pablo Neruda. Norte y sur. México y Chile. Dos polos tan lejanos como opuestos y al mismo tiempo unidos por la misma tierra y por el mismo cielo americano. Pellicer vio las primeras luces al caer el siglo XIX; Neruda, en la alborada del siglo XX. Los dos escribieron en verso y en prosa sobre su tierra. El mexicano rememoraba: Trópico, para que me diste/ las manos llenas de color./ Todo lo que yo toco/ se llenará de sol./ En las tardes sutiles de otras tierras/ pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol./ Déjame un solo instante/ dejar de ser grito y color.1 Mientras que el chileno decía que “sobre los días y años” de su infancia el “único personaje inolvidable fue la lluvia. La gran lluvia austral que cae como una catarata del Polo, desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la frontera. En esta frontera, o Far West” de su patria, nació “a la vida, a la tierra, a la poesía y a la lluvia”.

Pellicer desde muy joven conoció la geografía de México y también la de América. Entre 1918 y 1920 estuvo en Colombia y Venezuela. Y en 1919, a propósito del primer centenario del triunfo de Boyacá, 7 de agosto de ese año, hizo el poema, “A Bolívar”, que inicia con esta plegaria: SEÑOR: he aquí a tu pueblo; bendícelo y perdónalo./ Por ti todos los bosques son bosques de laurel./ Quien destronó a la Gloria para suplirla, puede/ juntar todos los siglos para exprimir el Bien. Catorce días más tarde, en Bogotá, puso punto final a sus “Cuatro estrofas”. La primera, sobre México, nuestro México: Mi Patria da al Pacífico y al Atlántico tierras./ Tuvo un Emperador/ que tornó en flechas plumas de su penacho en guerras/ y en suplicio de llamas vio en el fuego la flor. Y la última, su advertencia y su gran valentía al señalar: Al Norte aúllan lúgubres codicias./ Pero tenemos las primicias/ del ruiseñor y del león.

En 1922 volvió a otras tierras americanas gracias a la invitación que le hizo el fundador y primer secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, para que en unión de otros intelectuales mexicanos visitaran oficialmente algunos países sudamericanos. En esos meses conoció más de una docena de ciudades de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Y fue en Santiago de Chile donde conoció a Pablo Neruda.

Neruda tenía 18 años. Era un joven delgado. Casi intratable. Con el “pelo hasta las orejas”. Tan silencioso. Más de una hora Pellicer charló con Pablo y en esa hora que estuvo con él, “en una esquina de Santiago, casi no habló”. Carlos le platicó de México y “de lo que conocía de la literatura chilena”. Neruda sólo contestaba con monosílabos. Así ocurrió este primer encuentro con este joven que al correr el tiempo se convirtió en un gran conversador.4

Casi un año después de la visita de Pellicer a Santiago, el primer libro de Neruda circulaba, Crepusculario. Y al año siguiente, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Entre sus versos están aquellos que nos dicen que Los pájaros nocturnos picotean las primeras/ estrellas/ que centellean como mi alma cuando te amo.5 En cuanto al oriundo de la capital de Tabasco, contaba con Colores en el mar y otros poemas (1922), y en 1924 se conoció su gran poema iberoamericano: Piedra de sacrificio. En donde reitera que Los hombres del Norte piratean a su antojo/ al Continente y las Islas y se agregan pedazos de cielo. Así como 6,7 poemas, sus nuevos cantos: Oh amor, retorna y arde mis ojos en tus labios./ Arma tus arcos de oro, tu dulce dardo espero./ Siembra mi soledad de luceros y cánticos/ y hazme oír en la sombra la palabra que quiero.

En la segunda mitad de los años veinte, en diferentes momentos y situaciones, los dos poetas se trasladaron a otros continentes y conocieron culturas milenarias, sitios sagrados, vanguardias europeas y no dejaron de escribir su poesía. En 1931, apareció 5 poemas, de Pellicer; y más adelante, Esquemas para una oda tropical. En 1933 Neruda conoció en Buenos Aires a Federico García Lorca y en este mismo año la editorial Nascimento hizo una edición de lujo, de 100 ejemplares, de Residencia en la tierra. Un año después llegó a España como diplomático, se reencontró con García Lorca y fundó la revista Caballo verde para la Poesía, teniendo como maestros impresores a Concha Méndez y a Manuel Altolaguirre. En 1936 estalló la guerra civil española y en 1937 el mundo conoció España en el corazón. Fue precisamente en este año cuando se dio el segundo encuentro entre Neruda y Pellicer.

El encuentro se dio en el marco del Segundo Congreso Internacional por la Defensa de la Cultura, que se celebró en Madrid, Barcelona, Valencia y terminó en París. Los intelectuales de todo el mundo democrático, liberal y socialista se dieron cita en la España republicana para demostrar su solidaridad con el pueblo español. Pellicer formó parte de la delegación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) que asistió a ese encuentro. Pero fue en París, sobre todo, en donde los dos poetas convivieron.

Pellicer recordaba que por esos días estaba muy deprimido. No era para menos. En España recorrió las zonas devastadas por la guerra y se hizo de una buena cantidad de testimonios gráficos y fotográficos de lo que era esta cruel batalla contra los republicanos españoles. Recogió la folletería de los poetas que estaban a favor de la República. Y quiso saber y asimismo documentarse copiosamente sobre el papel que estaba jugando la iglesia católica española en esta mal llamada guerra civil.

Neruda, pues, lo visitó y lo vio tan mal que se “puso a hacer figuras chinescas frente a la lámpara, con las manos”, para divertirlo. Nunca se imaginó un hombre con esa ternura. El poeta chileno fue el hombre más tierno que jamás haya conocido. Tan diferente de aquel joven que conoció en 1922. Y con respecto a la actitud que Neruda tuvo con la España republicana, Pellicer se le quedó para siempre “el recuerdo humano más intenso” a favor de los republicanos.7

En París, Neruda y Pellicer pronunciaron respectivamente sus discursos a favor de la causa republicana y no dejaron de mantener esa solidaridad con el pueblo español. Neruda se quedó en Francia y Pellicer volvió nuevamente a México. Aquí lo esperaba Luis Cardoza y Aragón que quería escuchar de viva voz sobre la situación española.

En la célebre conversación que Cardoza tuvo con Octavio Paz, Fernando Gamboa y Pellicer sobre el congreso en Valencia, el autor de Hora de junio definió ese congreso “por su fervor por la democracia”; además, dijo, que Miguel Hernández era de los “nuevos nombres” de la poesía que nacieron en esta guerra; que existía “un gran acercamiento entre los verdaderos cristianos y los partidos de izquierda” y que Neruda era “el más grande joven poeta de América”.8

No pasó mucho tiempo cuando Pellicer se volvió a encontrar con Neruda. El autor de Confieso que he vivido llegaba a nuestro país como cónsul general de Chile en agosto de 1940. Entre los recuerdos que Pellicer guardó de esta estancia del poeta chileno se encuentra un poema, mecanografiado, dos páginas, pero de la que sólo se conserva la página dos, y de esta página, estos versos: Tu hermano y tus amigos me han pedido/ que repita tu nombre en el aire de América,/ que lo conozca el toro de la Pampa y la nieve,/ que lo arrebate el mar, que lo discuta el viento.// Así, con las estrellas de América tu patria,/ y desde hoy tu casa sin puertas es la tierra. Esta paginita lleva estos datos en letra manuscrita: Pablo Neruda./ MÉXICO. D.F./ 1940.

También conservó una tarjetita postal que Pablo y Delia del Carril, su esposa de entonces, le enviaron desde alguna playa de México. El poeta le dijo a su Querido Carlos: Nota ese número 8 apasionado entre la roca y el mar. Te lo dedico, es un islote terrible, y cuando descanse al fin de explorar tu país cactáceo, escribiré para ti una monografía de ese ocho./ Te abrazamos ocho veces…”.

Neruda salió de México dejando infinidad de amigos mexicanos, y Pellicer nunca lo olvidó. Muchos años después, justamente a la mitad del siglo XX, México dio al mundo una nueva joya bibliográfica. Se trató de la edición de Canto general, de Neruda, que se podía obtener por suscripción, con un precio de 100 pesos, y con ilustraciones de Diego Rivera y Siqueiros. El original de lujo estuvo bajo la dirección de Miguel Prieto e impreso en los Talleres Gráficos de la Nación. Los primeros 200 ejemplares fueron firmados por el autor, por los ilustradores y lleva el nombre del suscriptor. Pellicer no adquirió esta edición. De este libro, el poema que más le gustaba era a las “Alturas de Machu Picchu”. Y con esa voz fuerte, portentosa, lo declamaba: Del aire al aire, como una red vacía,/ iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y/ despidiendo,/ en el advenimiento del otoño la moneda extendida/ de las hojas, y entre la primavera y las espigas,/ lo que el más grande amor, como dentro de un guante/ que cae, nos entrega como una larga luna.10

Ajusco-Coyoacán, en el 83 aniversario de la proclamación de la República española.

 Alberto Enríquez Perea

Investigador. Editó el volumen de Los Imprescindibles dedicado a Carlos Pellicer