Un poema desconocido de López Velarde

  • Presentamos un poema publicado en 1919 en El Universal Ilustrado que extrañamente no fue incluido en el libro Zozobra.

Evodio Escalante

Es famoso el poema en el que López Velarde relata tener un hijo ciego, que sufre prisión y se ahoga en la oscuridad recóndita de su pecho. Se refiere, es obvio, a su corazón. El pobre no conoce sino la tiniebla. Quiérase que no, esto lo convierte en un órgano “oscurantista”, “decadente”, que pulula en la sombra sin posibilidad de redención. Por eso escribe el poeta en “Mi corazón se amerita”: “Yo me lo arrancaría/ para llevarlo en triunfo a conocer el día”. Algún crítico ha creído ver en este texto una alusión a los sacrificios aztecas. Nada qué ver. Aquí no hay ni pirámides ni sacerdotes ávidos de ver manar la sangre. Hay, sí, la necesidad, experimentada por el poeta, de desprenderse de él, a fin de librarse de sus sobresaltos y de “su cruel carrera logarítmica”. El hijo ciego, es decir, el propio corazón, en acto de elemental justicia, podría bañarse desnudo con la luz del sol. Además, conocería los astros y “el perímetro jovial de las mujeres”. De tal suerte, sería un corazón “feliz”.

“La mujer X”, un poema de título vanguardista que López Velarde no recogió en Zozobra, vuelve de modo insistente al tema del corazón extirpado, el cual ha sido extraído del pecho no por la mano del poeta esta vez, sino por la cuenca orgullosa y altiva de una mujer, la cual, se intuye, ha roto su noviazgo con el autor. Imposible no pensar en Margarita Quijano. Imposible no evocar, de igual modo, uno de los poemas de Las flores del mal de Baudelaire que sin duda le ha servido de modelo e inspiración. También en el poema de Baudelaire es una mujer, o, mejor dicho, una arpía, la que inclemente arranca con sus uñas el corazón de la víctima. Dice así “Bendición” en dos estrofas que me parecen decisivas: Y en cuanto me fastidien estas farsas impías, Pondré sobre su cuerpo mi leve y fuerte mano, Y mis uñas, lo mismo que los de alguna arpía, Abrirán una senda hasta su corazón. Y como un pajarillo que palpita y que tiembla, Lo arrancaré en su seno, sangrante, enrojecido, Y para que se sacie mi animal predilecto, Lo dejaré caer, desdeñosa, en la tierra. Arrancará el corazón, acaso se deleite un momento contemplándolo, y acabará arrojándolo al piso para que un gato lo devore. ¡Oh dama cruel y sin par despiadada! Igual de despiadada resulta la amiga del poeta que permanece impávida ante la “aorta suplicante” del escritor. Tanta sangre, y no poder nada contra la muerte, diríamos parodiando a Vallejo. Sin duda “La mujer X” se deriva, todo él, de este texto de Baudelaire. ¿Por qué razón no lo incluyó López Velarde en Zozobra, libro al que cronológicamente corresponde? ¿Será porque resulta demasiado obvia su dependencia de un texto de Baudelaire? ¿Será por el exceso sanguinolento que acaso le otorga un toque truculento al poema? Estas incógnitas, y las que surjan en el camino, quedan a cargo del lector. La mujer X Ramón López Velarde Que tu mano, un día Llegue a tiempo… El valor De tu mano, que ha de llevar en alto Mi corazón desnudo, como sangrienta flor. Firme tu pulso, y firme Tu impulso… Y tu altivez Voluble, custodiando Mi trágico tesoro de avidez. Tu brazo levantándose En un fino cuadrante, Acercará al nivel De tus labios, mi aorta suplicante. Bajo el cenit lunar, Bajo del sol pagano, Palpitará mi entraña En la versátil cuenca de tu mano. Y mostrarás al mundo, En tu palma extendida La cruenta rosa inválida Como fértil tributo de mi vida. Hasta que el orgulloso Registro de tu pulso, Inclinando la palma Deje caer mi corazón convulso. Entonces, en tus lúbricas falanges Como una gema extraña Se cuajará la púrpura Gota final de mi finada entraña. Y tus manos valientes Se tenderán al sol, Y los rubíes húmedos Fulgirán en un trémulo arrebol. Mas antes de soltar Mi despojo combusto, Descansará tu mano En la muelle tibieza de tu busto. Y quedará en tu mano Como bermeja flor Una cruel mancha, como El bárbaro tatuaje de mi amor.

LA MUJER X

Que tu mano, un día

Llegue a tiempo…

El valor De tu mano,

que ha de llevar en alto

Mi corazón desnudo,

como sangrienta flor.

Firme tu pulso, y firme

Tu impulso… Y tu altivez

Voluble, custodiando

Mi trágico tesoro de avidez.

Tu brazo levantándose

En un fino cuadrante,

Acercará al nivel

De tus labios, mi aorta suplicante.

Bajo el cenit lunar,

Bajo del sol pagano,

Palpitará mi entraña

En la versátil cuenca de tu mano.

Y mostrarás al mundo,

En tu palma extendida

La cruenta rosa inválida

Como fértil tributo de mi vida.

Hasta que el orgulloso

Registro de tu pulso,

 Inclinando la palma

Deje caer mi corazón convulso.

Entonces, en tus lúbricas falanges

Como una gema extraña

Se cuajará la púrpura

Gota final de mi finada entraña.

Y tus manos valientes

Se tenderán al sol,

Y los rubíes húmedos

Fulgirán en un trémulo arrebol.

Mas antes de soltar

Mi despojo combusto,

Descansará tu mano

 En la muelle tibieza de tu busto.

Y quedará en tu mano

Como bermeja flor

Una cruel mancha,

como El bárbaro tatuaje de mi amor.