La vida

Relatos Personales

La vida

Miguel Valera

Durante muchos años se dedicó a investigar y a estudiar a los personajes de su época. Puso en ello todo su empeño, ahínco, entrega y emoción. Sabía que un día tenía que escribir la mejor historia de vida que se hubiera contado. Consultaba a diario la prensa, las revistas extranjeras que llegaban a su verja y que El Zeus entregaba con fervor a sus pies en el apretujado estudio.

Entrevistó a grandes héroes, se reunió con centenar de hombres y mujeres que en ladrillos de existencia construían la historia del hoy. Aprendió mucho, viajó mucho, conoció a mucha gente y siempre supo que todos tenían una maravillosa historia detrás.

Fue reconocido como el más grande observador de la época, como un hombre de gran espíritu y sentido común. A pesar de los miles de personajes que lo visitaron para platicar, saludar o pedir algún consejo, él seguía empeñado en escribir esa historia.

Se sentaba a la Olivetti roja que una vieja lámpara iluminaba cuando la tarde empezaba a caer y esbozaba vidas, hechos y anécdotas que los lectores, ávidos, buscaban en el diario del pueblo.

II

Pasaron los años y cuando se dio cuenta el ocaso del día ya alumbraba su frente. Se angustió un poco cuando en flash back trajo a su mente los recuerdos de su vida, desde la infancia pasando por la vigorosa juventud hasta la madurez y los días que en calma transcurrían entre la arboleda de su jardín.

Uno de sus nietos, el más avezado hijo de sus cuatro hijos, de apenas nueve años, se le acercó un día mientras reflexionaba en el esquema final de esa súper historia que ya tenía que escribir y publicar. -¡Lo tengo que hacer, lo tengo que hacer!, repetía en voz baja. -¿Qué tienes que hacer abuelo?, le preguntó el infante.

-La gran historia de vida de la que te he platicado. Algo que no se haya escrito nunca. Sí, eso, eso, contestó con vehemencia. -Abuelo, le dijo el niño en una frase fresca pero tajante. ¿Para qué quieres escribir esa historia de vida si tú la has vivido ya? Tú mismo eres esa historia.

El anciano calló. Sonrió, el viento de la tarde acarició su desgastada faz y arremolinó su cabello. No dijo más, solo sonrió.

III

Esa tarde, sacó sus viejos apuntes en donde escribió que la memoria es un fuego que no se extingue. Ahí, en los surcos de papel, había escrito: aún te observo.  Navegas junto a mí en diáfanos recuerdos. Eres fuego que no se extingue. Eres llama que se mueve, aunque permaneces inmutable.

Sí, eres fantasma que desbordas la realidad, que te escondes en la loca imaginación, que te revuelcas en recuerdos finos como la arena marina. Si un día veo, agitado, el ocaso, más que esperanza, la nostalgia cubre mis ojos. ¡Tantos días, tanta carne, tanta vida!

Eres sol y mar, nube multifórmica, y multimorféica. No sé…  tu voz está donde el viento, tu aliento en la atmósfera que rodea mi cuerpo y penetra en la médula de mis entrañas… O sea, más allá de donde soy capaz de soportar.

Un día muere y no estás. Busco tu rostro en la calle, en las páginas de libros viejos, en poemas agostados por la mirada. Otro día me acobijo en lo mejor que puedo tener: un cuerpo, aunque no sea el tuyo.

¿Dónde estás?  ¿Dónde vives que no te encuentro? Grito al borde del paroxismo. El tiempo me quieta la vida. Vivo y muero. Como en canasta de maíz se van al fondo cada segundo de aliento vital. Todo se lo lleva y solo me deja un collar de recuerdos, unos que me cansan el ánima y otros que me sostienen en un delgadísimo hilillo, la existencia.

IV

¿Por qué te me escapas?  ¿Por qué vuelas con tal agilidad, cuando apenas intentaba atraparte? Nunca fuiste mía, sí, porque nunca fui tuyo. Volamos juntos, pero siempre extraños, caminantes del mismo camino, buscadores de la misma piedra, no la filosofal sino la de la vida que se encuentra en la vida.

La tarde cae y solo así tu figura se desvanece. Mañana seguiré buscando y seguiré envejeciendo… ¡Oh, noble esperanza, novia de mi vida!

El nieto vio cómo al viejo se le humedecían los ojos y le lanzó una pelota. —Vente abuelo, salgamos a caminar al parque, la tarde está fresca y te va a caer bien. Esto es la vida, pensó el anciano, solo un soplo, una sombra que pasa y hay que vivirla con alegría. Cerró su vieja libreta y se fue a caminar con el nieto. Mañana podría ser demasiado tarde.