“Esperanza y vida”
VIVIR CON ESPERANZA
Por Jacinto Rojas Ramos
“Esperanza y vida”
Fundamental en el camino de la vida terrena la virtud de la esperanza. Hay días en que el camino es fácil y lleno de felicidad, pero hay otros días en que los caminos de la vida se tornan complejos, oscuros, adversos y difíciles.
El Concilio Vaticano II subraya el valor de la persona por encima del desarrollo económico y social. Después de Dios, el hombre es lo primero. La Humanidad Santísima de Cristo arroja una luz que ilumina nuestro ser y nuestra vida, pues solo en Cristo conocemos verdaderamente el valor inconmensurable de un hombre. No podemos definir al hombre a partir de las realidades inferiores creadas, y menos por su producción laboral, por el resultado material de su esfuerzo.
La grandeza de la persona humana se deriva de la realidad espiritual del alma, de la filiación divina, de su destino eterno recibido por Dios. Su dignidad le es otorgada en el momento de su concepción, y fundamenta el derecho a la inviolabilidad de la vida y la veneración a la maternidad. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y lo elevó al orden de la gracia. Además, el hombre adquirió un valor nuevo cuando el Hijo de Dios, mediante su Encarnación, asumiera nuestra naturaleza y diera su vida por todos los hombres. Por esta razón importan todas las personas porque no hay ninguna que quede fuera del Amor de Cristo.
La dignidad de la criatura humana -imagen de Dios- es el criterio adecuado para juzgar los verdaderos progresos de la sociedad, y no al revés. Su dignidad se expresa en todo su quehacer personal y social, especialmente en el trabajo, en donde se realiza y cumple el mandato de su Creador, ut operatur, para que trabajara, y así le diera gloria.
La dignidad del trabajo en la vida del hombre lo llena de esperanza y viene expresada en un salario justo, base de toda justicia social: incluso en el caso de un contrato libre. Otra consecuencia lógica es que todos tenemos el deber de hacer bien nuestro trabajo… No podemos rehuir nuestro deber, ni conformarnos con trabajar medianamente. La pereza y el trabajo mal hecho también atentan contra la justicia social y no nos hacen vivir plenamente en esperanza.
Es largo el camino hasta llegar a una sociedad justa en la que la dignidad de la persona, hija de Dios, sea plenamente reconocida y respetada. Pero ese cometido es nuestro, de los cristianos, junto a todos los hombres de buena voluntad. Porque “no se ama la justicia, si no se ama verla cumplida con relación a los demás”. También hemos de reconocer esa dignidad de la persona en las relaciones normales de la vida, considerando a quien tratamos por encima de sus posibles defectos- como hijos de Dios-, evitando hasta la más pequeña murmuración y lo que pueda dañarles. Será fácil si recordamos que Cristo se inmoló en el Calvario por cada uno de los hombres.
En todo esto justamente se fundamenta la vida de toda persona, en una esperanza que provea de dignidad a todo ser humano. La venida de Cristo al mundo tuvo ese propósito, de darnos vida en abundancia (Juan 10,10) y con la posibilidad de vivir nuestra existencia temporal en esperanza.
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