“Cuando se pierde la esperanza”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“Cuando se pierde la esperanza”

¿Quién no ha perdido alguna vez la esperanza? Por desgracia estamos viviendo una época en la que es fácil perder la esperanza. La crisis económica y la crisis de valores nos están golpeando sin misericordia y a veces por muy fuertes que nos sintamos cristianos, la desesperanza se adueña de nosotros. También la enfermedad nos ataca y le pedimos a Dios salud y su aparente silencio muchas veces nos sumerge en la desesperanza.

Pero, a pesar de todo ello, cuando entendemos lo que la desesperanza significa reconocemos que no hay causa justificada para la presencia de ella en la vida cristiana.

Desesperanza significa literalmente “estar sin salida; estar completamente perdido y sin recursos”. Se refiere a estar en un estado interior tal en el que uno cree que no hay esperanza alguna para su situación sea esta la que sea.

La desesperanza deshonra a Dios. Degrada a Dios, al Todopoderoso, porque insinúa no solamente que él no puede, sino que además incumple sus promesas. La desesperanza en la práctica supone un rechazo de las Escrituras como Palabra de Dios. Los que están desesperanzados en última instancia significa que han perdido la fe, la cual es como sabemos esencial para la vida cristiana. Los que han caído en desesperanza ponen su mirada en los recursos del mundo, en lugar de confiar en la capacidad de Dios. Los que han perdido la esperanza como dice la Carta a los Hebreos 12,3 se “cansan hasta desmayar”.

A pesar de lo trágico que es la desesperanza, ella no es algo desconocida para los cristianos, muchas más veces está presente en nuestras vidas. Esta es la razón por la que Cristo nos insta a todos a “orar siempre, y no desmayar”. El mismo Pablo tuvo problemas con la desesperanza y venció. Pablo les confesó a los corintios que casi “perdió la esperanza de conservar la vida”, pero venció esta sensación por medio de la confianza en Dios: “Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida.  Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librara, de tan gran muerte” (2ª Corintios 1, 8-10).

El profeta Habacuc también confesó ser sensible a la desesperanza: “¿Hasta cuándo, oh Dios, clamaré, y no oirás y gritaré a ti a causa de la violencia, y nos salvarás?  ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Habacuc 1, 2-4).

La vulnerabilidad de este profeta a las tentaciones de la desesperanza constituye una gran lección para nosotros. En este texto se dice del profeta que incluso “da voces a Dios”. La frase significa literalmente “gritar” de dolor. ¡Habacuc deseaba literalmente pegar gritos! Había estado durante mucho tiempo protestando por las injusticias que veía a su alrededor y nada hacía parecer que Dios las tuviera en cuenta. Es más, del texto parece incluso deducirse que ni siquiera el gritar a Dios valía para algo. La desesperanza se había apoderado de él.

Y, este sentimiento es muy peligroso y traicionero porque sin darnos cuenta la desesperanza destruye varias cosas en nuestra vida y nos da una visión negativa de la soberanía de Dios.

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