DESTELLO DE LUZ

Manuel de Jesús Olivo Rebolledo

Me situaba en la avenida calzada México-Tacuba, el sol se encontraba hacia el oeste, caminé por el asfalto hasta llegar a la otra acera, una sombra débil oscurecía cierta parte de la plazoleta, obra del árbol de la noche triste, una reja negra lo rodeaba impidiendo el acceso al tronco, me acerqué, ahora la sombra también me cubría, ramas extensas adornadas de hojas marchitas caían de él, seguí caminando contorneando el árbol, al llegar a la parte trasera una rama muy larga se dejaba caer tocando la parte superior de la reja, en la punta, una hoja de un verde impresionante hizo encender mi curiosidad.

— ¿Qué hacía esa hermosa hoja en aquel árbol tan viejo? —me pregunté

Formaría un buen recuerdo de mi visita a la plazoleta, así que sin tanto esfuerzo estiré mi brazo a la hoja con la intención de arrancarla de su tallo, al contacto, un destello de luz me dejó cegado, mis manos se posaron sobre mis ojos frotándolos pidiendo respuesta, fue inútil, retrocedí dos pasos intentando separarme del árbol, al tercero escuché una ruptura y mi pie izquierdo el cual había dado el tercer paso se hallaba obstruido luego de un sonido como el de dos objetos que antes eran uno solo. Pasados diez segundos mi visión se fue aclarando y acostumbrando a la noche, ya no me situaba en la plazoleta o algún lugar que conociera, era un bosque repleto de árboles que no estaban en silencio, así que me enfoqué más a mi alrededor; a lo lejos aprecié una silueta sentada sobre un tronco, me estremecí; enfoqué la mirada en mi pie izquierdo, un tronco partido a la mitad impedía la liberación de mi extremidad, tiré fuerte de él siendo un fracaso total, me arrodillé y sumé el esfuerzo de mis brazos, éstos fueron necesarios para liberarme; caí en cuenta de mi situación.

— ¿Qué había sido aquel destello?, ¿Dónde me encontraba ahora?, ¿Qué era esa silueta? —Me cuestioné una y otra vez; pronto obtendría respuestas

Ya liberado seguí observando, me acerqué, alcancé los pocos metros de distancia, la silueta se convirtió en persona y si los retratos no eran falsos aquel era Hernán Cortés; parecía que un balde de agua fría caía en mí, me encontraba en el 30 de junio de 1520,  un acontecimiento muy conocido por mi nación; Cortés luego de terminar su llanto se levantó del árbol, por un momento pensé que me había visto pero me equivoqué, Hernán caminó sendero abajo acompañado de su ejército del cual no me había percatado hasta ese momento; una vez que habían abandonado el lugar, caminé hasta el dichoso árbol, toqué decenas de hojas esperando a que ocurriera algún destello que me regresara a mi realidad, no obtuve resultados; tenía que hacer una elección, a mi izquierda el camino que habían tomado los conquistadores y a mi derecha una senda que llevaba a lo lejos, no logré ver su final y si no me equivocaba, aquel camino llegaría a lo que hoy es Ciudad de México, en aquella época a la gran Tenochtitlan; eso me hizo titubear. Respiré profundo intentando que el pánico no se apoderara de mí, impulsado por el patriotismo comencé a caminar por la senda derecha, a los pocos metros me detuve.

¿Cómo reaccionarían los aztecas al verme llegar con la ropa que vestía?, ¿Cómo actuarían al darse cuenta de mi idioma? No me interrogué tres veces, di media vuelta y apresuré el paso de manera silenciosa, al momento en que hice contacto visual con los europeos me detuve, la historia era la protagonista y yo tendría que manipularla, al parecer era mi única salida; una lluvia ligera comenzó a caer sobre nosotros convirtiendo el camino en lodo, mi mente se iluminó, tuve que actuar, en un santiamén ya me hallaba revolcándome en el barro de manera que tapara mi ropa, posteriormente seguí bajando por el sendero siempre a una distancia considerada de ellos.

Pasaron 18 horas, muy agotado y sediento seguí caminando con la esperanza de llegar pronto al campamento de los españoles, luego de una hora de caminar por inercia al fin pude contemplar veintenas de carpas muy bien colocadas y esparcidas por el terreno; suspiré aliviado y sin pensarlo dos veces reanudé mi paso, esta vez hacia ellos y corriendo de una manera poco cautelosa, a los pocos segundos mis pisadas llamaron su atención, fusiles apuntaron a mi pecho y el sonido de las espadas al ser desenvainadas me hizo entrar en pánico, les había causado recelo, los segundos se me hicieron eternos, una gota de sudor recorrió mi frente, suspiré profundo y exclamé.

—Necesito ver a Hernán Cortés

Supuse que mi idioma tranquilizó a los soldados porque al instante bajaron sus armas, un sujeto que me había escuchado se fue haciendo camino entre los hombres hasta llegar a mí, al parecer era un oficial y con voz demandante dijo

  • ¿Quién eres?
  • Carlos, soy uno de los hombres que ha luchado contra ustedes al lado de Pánfilo de Narváez y quiero expresar mi total admiración hacia el señor Cortés y su poderoso ejército—dije señalándolo

 —. Estoy dispuesto a luchar a su lado si él me lo permite, por ello necesito verlo

  • El oficial ordenó a sus hombres retirarse de aquella escena, ellos aceptaron complacidos introduciéndose en sus correspondientes carpas
  • ¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó mientras me tomaba del brazo y me encaminaba. Las gotas de sudor ya tocaban mis mejillas.

—Cuando la guerra se prolongó varios hombres intentaron escapar por el bosque; por órdenes de Pánfilo yo los seguí con la intención de animarlos a regresar, pero los perdí, en el momento que traté de volver ya no pude, me perdí en el bosque durante días y hasta ahora los he encontrado a ustedes

—Tienes que saber que hemos atrapado al señor Narváez y el resto de su ejército se ha unido a nosotros—continuó—. No eres el único traidor aquí

Con esto, mi información se confirmó, la historia estaba bien escrita, pero no duraría mucho; el oficial me llevó hasta una carpa muy grande que se encontraba al centro del campamento, entró y me ordenó esperar afuera. Luego de cinco minutos aproximadamente salió y me indicó que entrara con la orden de no tocar nada, mi imagen era la de un hombre harapiento; un ambiente muy tranquilo se percibía dentro, una bombilla hizo falta para poder examinar el interior de la carpa, lo único que saltaba a la vista era una mesa redonda, en ella se extendía un mapa de Mesoamérica, el oficial que me había acompañado se colocó al lado de la puerta, al instante Cortés salió de una de las tres puertecillas que rodeaban aquella habitación, miró al oficial, luego a mí y dijo. —Me ha dicho este hombre tu situación, por supuesto que eres recibido. —Aguardó unos segundos esperando respuesta, pero no cedí, así que continuó—. Este hombre te incorporará en una de las carpas, te dará un par de uniformes y un arma.

Asentí con la cabeza y antes de que el oficial actuara dije. —No es necesaria el arma señor, todo el tiempo que pasé en el bosque medité. —Miré a Cortés fijamente y con seguridad continué—. Tengo una idea para derrotar al imperio mexica.

Hernán miró al oficial y dio media vuelta caminando a la puertecilla de donde había salido, entró; el oficial y yo esperamos, pasados varios minutos me enfoqué en el increíble mapa, abarcaba lo que hoy es el centro y sur de México, Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, todo ese territorio sería conquistado por los españoles, quién en aquel campamento lo imaginaria; Cortés interrumpió mi observación. —Quiero presentarte a esta bella mujer. —Alcé mi mirada, Cortés salió acompañado de una mujer de tez morena, con un cutis envidiable, su cabello se extendía por sus hombros hasta perderse en su espalda, su vestimenta era muy llamativa, hermosas piezas de oro colgaban de sus muñecas y cuello, extendió la mano, le correspondí y entonces me di cuenta de lo suave que era su piel.

—Malinalli—dijo acompañada de una linda sonrisa, ¡vaya gesto!

No logré contestar ya que Cortes se apresuró. —Doña Marina, es mejor así—continuó dirigiéndose a mí—. Doña Marina es muy inteligente y conoce muy bien estas tierras, mañana cuando el sol salga necesito que la visites y le hables de esa idea tuya, por ahora todos estamos agotados y necesitamos descansar para regresar mañana. —Hernán se me acercó—. Aquí todos luchamos, con o sin arma…créeme que esos indígenas no tienen compasión.

El oficial me volvió a tomar del hombro y me sacó de la carpa, recorrimos gran parte del campamento hasta llegar al otro extremo, me presentó mi tienda y se ausentó un rato, al regresar dejó caer un bulto con ropa y una espada sobre mis pies.

La luna menguante se posaba sobre el cielo; frente a mí, una fogata me acompañaba, un cielo tan despejado dejaba al descubierto un sinfín de estrellas y constelaciones; el llanto se apoderó de mí y pensé en el porqué del regreso tan precipitado al imperio mexica, aquello no estaba escrito en algún libro.

 —Acaso se les pasó a los historiadores—me pregunté

Qué más daba la historia, mi futuro era uno, mi muerte era segura, en ese momento olvidé a mi familia, mis amigos…olvidé mi vida; mi llanto se convirtió en odio y al instante se posó en una persona, en Hernán Cortés, sí, él había ido a tierras americanas con su afán de conquistarla, después, no le bastó el recibimiento y admiración de los indígenas, él lloró en aquel maldito árbol, un sitio que como cualquier turista quise conocer. Todo parecía culparlo, mi odio hacia él se convirtió en tal de un momento a otro que me incorporé, caminé hasta la carpa en la cual había estado hacía un par de horas, entré en ella, abrí la puertecilla por la que había salido Hernán Cortés quien ahora se encontraba durmiendo en un gran diván junto a la traidora. El odio actuó, entonces, desenvainé la espada que llevaba en mi cadera, la clavé profunda y fuertemente en el rostro de Hernán Cortés, su sangre brotó de ella manchando mi cara por completo, solté la espada y volví a frotar mis ojos con los puños; mi vista se aclaró hacia mi mano, en ella se recostaba una hermosa hoja de un verde impresionante.