¿Por qué hay machos?
|Luis González de Alba
En el mundo unicelular, sean seres independientes, como las bacterias, o parte de tejidos, como en los órganos de un ser vivo animal o vegetal, no hay machos ni hembras: en el núcleo se produce la duplicación y división de los genes en dos conjuntos idénticos; la célula madre se divide en dos células hijas que serán idénticas en todo. Al proceso lo llamamos mitosis (del griego mitoyn: tejer) porque los cromosomas donde se enrolla apretadamente el material genético se desteje para iniciar la mitosis y se vuelve a tejer para duplicarse.
En animales pluricelulares hay partenogénesis, o reproducción de vírgenes (parthenos: virgen nos da el nombre Partenón o templo de Atenea la Virgen: los cristianos no inventaron nada). Se reproducen sin fertilización de un macho los minúsculos rotíferos, los insectos sociales como abejas y hormigas, algunos peces y anfibios. Otros cambian de sexo según las condiciones del medio, como los pulgones de las plantas. Puede ocurrir por escasez de machos o de alimentos.
La partenogénesis es rara en aves y en mamíferos, excepto los humanos cuyos dioses con frecuencia nacen de mujeres vírgenes… o eso dicen ellas…
Si hay especies que han sobrevivido millones de años sin la combinación de genes que resulta del sexo, es difícil explicar la vía sexual que tantas dificultades trae.
Cualquier macho que tratara de vivir una vida sobria, sensata y cuidadosa, podría vivir durante mucho tiempo, pero nunca se reproduciría. Sus rivales, los bravos y temerarios, podrían llevar vidas más cortas, pero (y éste es el punto clave) una vida corta puede ser adecuada para aparearse con muchas hembras.
Cuando uno observa a las hembras en la naturaleza, ve industriosidad, fertilidad y eficiencia; cuando uno observa a los machos, encuentra las formas más sorprendentemente elaboradas de despilfarro.
Hapgood, Fred, Por qué existe el sexo masculino, Fondo Educativo Interamericano, México, pp. 16-18.
Es difícil imaginar un mayor despilfarro que el del pavo real macho y su enorme, bella… e incapacitante cola varias veces más grande que el cuerpo e impedimento insensato para huir de un predador.
Los vegetales y animales que poseen sexo masculino y femenino en el mismo individuo se conocen como hermafroditas. Uno es la lombriz de tierra. Pero resultan aún más interesantes los protoándricos: machos en la juventud, hembras al madurar. Uno es el caracol marino. Los anélidos, gusanos conformados por anillos, como el género Ophryotrocha son protoándricos. El pez espino de mar tiene sexos claramente diferenciados; pero un macho subordinado puede apartar a una hembra de la entrada del nido construido por un macho dominante e introducirse él. Una vez en el nido, el macho subordinado manifiesta todos los signos de la conducta del pez hembra.
El simpático y colorido pez payaso (Amphiprion ocellaris), abundante en los arrecifes coralinos y en los estanques para venta en tiendas de acuarios, es hermafrodita al nacer, pues posee ambos sexos, y protoándrico, ya que se desarrolla primero como macho, luego se transforma en hembra.
Si tantas especies nos llevan millones de años de ventaja sin la combinación de genes que resulta del intercambio sexual, ¿qué beneficios trae? ¿Por qué la evolución lo hizo una de las fuerzas más determinantes en aves, mamíferos y peces?
Una investigación de la Universidad de East Anglia, UEA, Inglaterra, publicada en Nature de mayo pasado, “muestra que una fuerza evolutiva conocida como ‘selección sexual’ puede explicar la persistencia del sexo como mecanismo dominante en la producción de crías”. La selección sexual pone a los machos a competir, en fuerza, belleza o gracia, ante las hembras que eligen de entre ellos y así resultan el sexo clave en la morfogénesis, la creación de la forma de una especie: las plumas del pavo real, la melena y fuerza del león, las astas del venado, el baile agitado del pez payaso: son ellas las que deciden que el pavo abra el bello abanico de su cola o que peleen los lobos entre sí para elegir al más fuerte.
Esta competencia de los machos selecciona los genes de la siguiente generación, “mejora la salud de la población y protege contra la extinción”. Esto puede explicar “por qué el sexo persiste como mecanismo dominante para producir descendencia”.
El investigador que encabeza el equipo, Matt Gage, de la Esrcuela de Ciencias Biológicas en la UEA, dice: “La selección sexual fue la segunda gran idea de Darwin, explica la evolución de un fascinante conjunto de formas, sonidos y olores que ayudan en la lucha por la reproducción: a veces a costa de la sobrevivencia”, como ocurre al pavo real, al ave del paraíso, al faisán y otros machos sobreadornados. “La selección sexual opera cuando los machos compiten para reproducirse y las hembras eligen”. Es un proceso que, “a fin de cuentas, dicta quién logra pasar sus genes a la siguiente generación: es una muy poderosa y extendida fuerza evolutiva”.
La reproducción sexual presenta muchos inconvenientes, el primero es que deben encontrarse dos individuos de sexo distinto y aceptarse, lo cual no siempre se le da a la hembra, muy selectiva porque la inversión biológica en la reproducción la llevará ella en su totalidad.
“Nuestra investigación muestra que la competencia entre machos para reproducirse provee un muy importante beneficio porque mejora la salud genética de las poblaciones. La selección sexual logra eso al actuar como un filtro que remueve las mutaciones genéticas dañinas, y así ayuda a las poblaciones a florecer y a largo plazo evita la extinción”.
Para descubrir el papel de la selección sexual, los investigadores criaron, durante 10 años, un escarabajo de la harina, el Tribolium. Controlaron las condiciones de laboratorio para que la única diferencia entre poblaciones fuera la intensidad de la selección sexual que iba de muy intensa, con 90 machos compitiendo por sólo 10 hembras, a total ausencia de selección sexual entre parejas monógamas de un macho y una hembra, “las hembras no tenían elección y los machos no se sometían a competencia”.
Luego de siete años de reproducción bajo estas condiciones, que en escarabajos fueron unas 50 generaciones, el equipo buscó las mutaciones nocivas en las poblaciones bajo esos dos esquemas. Encontró que la población sometida a intensa selección sexual mantuvo un ajuste más alto y mayor resistencia a la extinción que la población sin competencia. “Las poblaciones sometidas a débil o inexistente selección sexual mostraban más rápido declive en salud y todas se extinguieron hacia la décima generación”.
Al respecto, comenta Gage: “Estos resultados muestran que la selección sexual es importante para la salud y persistencia de la población porque ayuda a purgar las variaciones genéticas negativas y mantener las positivas en la población. Nuestros hallazgos proveen un apoyo directo a la idea de que el sexo persiste como modo dominante de reproducción porque permite a la selección sexual ofrecer estos importantes beneficios genéticos”.
Sigue Gage: “En ausencia de sexo, las poblaciones acumulan mutaciones deletéreas por un efecto de garfio donde cada nueva mutación lleva a la población hacia la extinción. La selección sexual ayuda a remover estas mutaciones dañinas”. ¿Ya oyeron? Y como diría algún clásico: Semen retentum venenum est.
Las parejas monógamas acaban produciendo una fuerte endogamia de hermanos y hermanas en varias generaciones. Esas poblaciones se extinguen luego de ocho generaciones.
Entre humanos es frecuente la norma de que el joven busque novia en una tribu distinta a la suya. Serán varios los solicitantes y ella quien imponga condiciones, a veces por engreimien- to, como la princesa china Turandot.
Al parecer, las casas reales europeas han hecho similares hallazgos en carne propia. Así tenemos, en tiempos recientes, un gran número de matrimonios entre la nobleza y la plebe.
Jared Diamond, autor de Guns, Germs, and Steel, así como del igualmente luminoso Collapse, tiene un ensayo de pocas páginas: Why is Sex Fun? “El sexo rara vez está divorciado de su función fertilizadora. Pero hay excepciones: el sexo está flagrantemente separado de la reproducción en unas pocas especies, entre ellas los bonobos (chimpancés pigmeos) y los delfines”. Pero el sexo humano se da mayormente “por diversión, no para inseminación”. Desde el bíblico Onán, de inmerecida fama porque no hacía lo que se le atribuye, sino eyaculaba fuera de su mujer para evitar el embarazo, hasta la píldora y los condones, el ligado de trompas y de conductos seminales, los humanos hemos buscado el sexo para diversión.