El espacio poético de Ely Núñez

El poeta sentía una fuerte fascinación por los tigres

EDUARDO LIZALDE es un reconocido poeta mexicano, nacido en Ciudad de México en 1929. Guiado por su padre, desarrolló su gusto por la literatura a temprana edad, tanto en el rol de lector como de escritor.

 En el año 48, el diario El Universal mostró al público sus primeros poemas y casi diez años más tarde, Eduardo editó su primer poemario, de nombre «La mala hora».

Sus estudios abarcan la música, una de sus mayores pasiones, y las letras a nivel universitario. Contrario a su éxito como escritor, incursionó brevemente en la política y fue cofundador de un movimiento llamado poeticismo, el cual no consiguió la repercusión esperada.

Eduardo es llamado El Tigre, dada su fascinación por este animal, al que ha dado espacio es un gran número de obras. Es autor de diversos títulos, entre los que se encuentran los poemarios «La mala hora», «El tigre en la casa», «Tabernarios y eróticos» y «Otros tigres», de su ensayo «Autobiografía de un fracaso. El poeticismo» y del libro de cuentos «La cámara».

Su trabajo ha sido reconocido con el Premio Xavier Villaurrutia, el Nacional de Poesía Aguascalientes, la beca Guggenheim y una Medalla de Oro a la trayectoria como escritor otorgada por el Instituto Nacional de Bellas Artes, entre otros galardones.

Murió este 26 de mayo, a los 92 años de edad.

EL TIGRE

Hay un tigre en la casa

que desgarra por dentro al que lo mira.

Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,

y sólo puede herir por dentro,

y es enorme:

más largo y más pesado

que otros gatos gordos

y carniceros pestíferos

de su especie,

y pierde la cabeza con facilidad,

huele la sangre aun a través del vidrio,

percibe el miedo desde la cocina

y a pesar de las puertas más robustas.

Suele crecer de noche:

coloca su cabeza de tiranosaurio

en una cama

y el hocico le cuelga

más allá de las colchas.

Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,

de muro a muro,

y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,

como a través de un túnel

de lodo y miel.

No miro nunca la colmena solar,

los renegridos panales del crimen

de sus ojos,

los crisoles de saliva emponzoñada

de sus fauces.

Ni siquiera lo huelo,

para que no me mate.

Pero sé claramente

que hay un inmenso tigre encerrado

en todo esto.