AUSENCIA

Alberto Calderón P.

Desde la ventana se veía parte de la llanura, al lado izquierdo iniciaba un bosquecillo que a medida que uno se internaba en él, comprobaba su enorme tamaño.

Sus árboles siempre miraban al cielo; yo también lo hacía esperando que las nubes oscuras aparecieran a punto de la descarga, la lluvia en esa pradera para continuar con el eterno verdor con la vida, el alimento y nuestra supervivencia.

Más a la izquierda, en la tierra labrada. Los granos bajo la superficie esperaban el líquido transparente para iniciar el eterno retorno.

Todo parecía normal en esa soleada mañana. De la nada se escuchó un estruendo;  no era como los que uno está acostumbrado, era algo distinto que provocó un eco. Pensé en una explosión algo muy lejano.

En fracción de segundos se levantaron las hojas secas.

Se veía una polvareda a lo lejos; venía en nuestra dirección, los perros empezaron a ladrar, las gallinas a cacaraquear, rebuznan los burros, presentían el cambio en el ambiente, los pájaros huían aturdidos, el viento brumoso se intensificaba. Cerré las puertas, aseguré las ventanas, de repente, en un segundo todo paró, las nubes, el aire, se había detenido, era lo más extraño jamás visto, una sensación rara recorrió mi cuerpo, mandé con mucha prisa a mi mujer y a mi pequeño hijo al sótano, sentí un frío helado entrando por la rendija de la puerta, subió por mis pies, penetró mi pantalón.

Era como un rayo de frío que también ceso, afuera nuevamente el sol intenso bañaba todo. Me intrigaba el repentino cambio a gran velocidad, tenía que ver a mis animales ¿porque estaban en silencio?, intrigado tomé la escopeta, me acomodé el sombrero, guardé unos cartuchos como una reserva por cualquier contingencia, y de golpe abrí, lo que fuera de cualquier forma lo tendría que enfrentar, nunca imaginé que esa fuerza sobrenatural, ese enemigo invisible haría sonar nuevamente ese extraño ruido. Como un ciclo que repite, las hojas de los árboles silbando, el ruido de los perros y las gallinas contribuían al ambiente, todo parecía diferente, también los ruidos extraños, una ola de polvo inmensa reventó a lo lejos.

Diminutos granos se perdieron siguiendo el viento haciendo un ruido parecido al agua hirviendo, intenté regresar, decirle a mi mujer que cosas extrañas se sucedían afuera, antes de abrir la puerta miré el horizonte, al sol le faltaba al menos dos horas para ver todo desde lo alto, algo había cambiado.

El panorama se mostraba a la vista distinto, las sombras siempre juguetonas que se escondían del sol detrás de cualquier objeto ahora no estaban, habían abandonado todo, se reunían por el rumbo del bosque y crecían como una entidad poco creíble, se multiplicaban, iban desapareciendo todo a su paso mientras avanzaba, traía de compañía un fuerte frío.

El sol se iba retirando ante el poder de ese enorme eco oscuro que todo lo consumía.

Caí frente a la puerta de mi casa antes de perder la conciencia. María me zarandeó para salvarme de morir devorado por la inmensa sombra.

Sudaba ante la angustia vivida en esa horrible pesadilla.

Xalapa2000@hotmail.com

Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores (REVECO).