Acerca del pájaro de hierro
|Alejandro G. García
Llegó así, de momento. Fue tan fugaz que pocos los vieron; surcó los cielos desde muy, muy lejos con un objetivo: traer el infierno a la tierra.
Sus alas eran grandes, poderosas y majestuosas. Duras como el acero.
Su panza era arqueada como la de cualquier ave que estuviera a punto de poner un huevo. Esta ave estaba a punto de poner uno; sin embargo, al contrario de otras aves, esta no planeaba dejar su huevo en un nido, ni verlo nacer y mucho menos crecer. El plan de esta ave era dejar caer su huevo en pleno vuelo y así lo hizo.
Las pocas personas que vieron al pájaro surcar los cielos tuvieron gran curiosidad de ver su color de metal, resplandecía con el sol, esto, porque era de acero.
Con la mente concentrada y el espíritu patriota en alto, el ave dejó caer su huevo, pero este no era un huevo cualquiera, el color era cromado, su cascarón era de un metal especial que estaba diseñado para tener al infierno dentro, su contenido había sido extraído del piso y manipulado por hombres para sacar todo su potencial, que bien pudo ser ocupado para el bien, pero esta no era la ocasión.
El ave que yacía en el interior del huevo no tenía pico, cola ni alas, no tenía forma, no hasta que se abriera. Cuando se abría un huevo de esta especie, decían los que habían sobrevivido, el ave no se dejaba ver, sólo dejaba un rastro de humo que bien parecía un champiñón.
En un instante, en un segundo, en un parpadeo, todo pasó tan rápido que muchos no tuvieron tiempo de reaccionar o de saber qué estaba pasando.
Las personas de aquella ciudad en donde el ave sobrevoló y soltó su huevo despertaron en la monotonía a la que estaban acostumbrados, teniendo en mente los problemas cotidianos que la vida de aquel país oriental en plenitud del siglo XX les ofrecía. Todo esto sin saber que esa misma mañana estarían en el infierno o algo así, más bien sería el infierno en la tierra; habría muchos muertos y el calor sería más intenso que mil soles.
Esa mañana a las 8:15 a. m., en un 6 de agosto de 1945, sobre Hiroshima volaba el Enola Gay, un avión estadounidense, un enorme pájaro de hierro, que a su paso dejó caer el infierno sobre la tierra.