El espacio poético de Ely Núñez

Salvador Díaz Mirón, poeta veracruzano

SALVADOR DÍAZ MIRÓN nació en Veracruz (México) el 14 de diciembre de 1853. Al igual que su padre, fue periodista y apasionado de las letras. De niño fue influenciado positivamente por su progenitor, un importante autor de su tiempo, a los 14 años comenzó a escribir de forma comprometida y siendo todavía muy joven era un distinguido poeta.

Su labor poética puede dividirse en tres etapas bien diferenciadas entre sí. La primera de raíces románticas en la cual se pueden notar la influencia de importantes autores de éste período y las otras dos sumamente diferentes, vanguardistas y diversas entre sí profundamente.

Colaboró también con importantes periódicos de la época, entre los que se encontraban El orden y El imparcial. Debido a sus ideas revolucionarias tuvo que exiliarse de México. Vivió entonces en diferentes países, residiendo fundamentalmente en Santander (España) y La Habana (Cuba), donde dictó clases de literatura.

Algunas de sus creaciones son: «Oda a Víctor Hugo», «Los peregrinos», «La mujer de nieve»; algunas de éstas se encuentran incluidas en la famosa antología «El Parnaso Mexicano».

Fue célebre su duelo contra Migoni, en el cual éste salvó la vida porque la bala dirigida a su corazón fue desviada por una cartera.

El poeta retó a duelo al general Luis Mier y Terán, el autor de la famosa matanza en el puerto de Veracruz de partidarios de Sebastián Lerdo de Tejada, cuando por telégrafo recibió la indicación ordenada por el Gral. Porfirio Díaz de «Mátalos en caliente y después averiguas». El ejecutor de los partidarios alegó que no podía responder al reto porque se hallaba ejerciendo un cargo público.

En mayo de 1883 fue a prisión por matar a un tendero, Leandro Llada, quien lo golpeó con una regla por haber reñido a otro español, cuya pipa tenía un relieve obsceno, pero alegó legítima defensa y fue absuelto.

El constante reto al peligro por parte de Salvador Díaz Mirón provocaba el resquemor por parte de su esposa, a la cual respondió, altivo, con su famoso poema «A Gloria»: «No intentes convencerme de torpeza con los delirios de tu mente loca; mi razón es al par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca».

Uno de sus enemigos (a quien sin embargo admiraba el poeta por considerarlo justo y honesto, pero con ideas diferentes de las suyas) era el jefe de estibadores, Lino Tenorio.

También sostuvo enfrentamientos poéticos amistosos con el Vale Bejarano, poeta iletrado pero con gran arraigo entre el pueblo.

El poeta murió el 12 de junio de 1928, en el puerto de Veracruz, tras un último incidente donde dejó desmayado a culatazos a un alumno que lo retó a pelear, Ulibarri (quien ejerció después como odontólogo y presumía de ese pasaje en su vida). Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres de la ciudad de México. En 1941 se publicaron sus Poesías completas.

 A GLORIA

No intentes convencerme de torpeza

con los delirios de tu mente loca:

mi razón es al par luz y firmeza,

firmeza y luz como el cristal de roca.

Semejante al nocturno peregrino,

mi esperanza inmortal no mira el suelo;

no viendo más que sombra en el camino,

sólo contempla el esplendor del cielo.

Vanas son las imágenes que entraña

tu espíritu infantil, santuario oscuro.

Tu numen, como el oro en la montaña,

es virginal y, por lo mismo, impuro.

A través de este vórtice que crispa,

y ávido de brillar, vuelo o me arrastro,

oruga enamorada de una chispa

o águila seducida por un astro.

Inútil es que con tenaz murmullo

exageres el lance en que me enredo:

yo soy altivo, y el que alienta orgullo

lleva un broquel impenetrable al miedo.

Fiando en el instinto que me empuja,

desprecio los peligros que señalas.

«El ave canta aunque la rama cruja,

como que sabe lo que son sus alas».

Erguido bajo el golpe en la porfía,

me siento superior a la victoria.

Tengo fe en mí; la adversidad podría,

quitarme el triunfo, pero no la gloria.

¡Deja que me persigan los abyectos!

¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume!

La flor en que se posan los insectos

es rica de matiz y de perfume.

El mal es el teatro en cuyo foro

la virtud, esa trágica, descuella;

es la sibila de palabra de oro,

la sombra que hace resaltar la estrella.

¡Alumbrar es arder! ¡Estro encendido

será el fuego voraz que me consuma!

La perla brota del molusco herido

y Venus nace de la amarga espuma.

Los claros timbres de que estoy ufano

han de salir de la calumnia ilesos.

Hay plumajes que cruzan el pantano

y no se manchan… ¡Mi plumaje es de esos!

¡Fuerza es que sufra mi pasión! La palma

crece en la orilla que el oleaje azota.

El mérito es el náufrago del alma:

vivo, se hunde; pero muerto, ¡flota!

¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle!

¡Consuela el corazón del que te ama!

Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!;

y al lirio de la margen: ¡embalsama!

¡Confórmate, mujer! Hemos venido

a este valle de lágrimas que abate,

tú, como la paloma, para el nido,

y yo, como el león, para el combate.