Francisco Toledo: pintor pura sangre
|- Kristina Velfu recuerda la memoria y el legado artístico de Francisco Toledo, el pintor oaxaqueño que plasmó sus raíces y usó su obra como herramienta de protesta
D.R. © Francisco Toledo, Fauna de los Estados Unidos, 1983, acuarela y tinta sobre papel
Kristina Velfu
Cuando los periodistas le preguntaban al artista oaxaqueño Francisco Toledo ¿Qué quiso decir con tal o cual obra?, él solo se limitaba a responder: “No lo sé, tendrá que llevarme al psiquiatra para que le responda”.
Como hombre de pocas palabras, era claro que su lenguaje era el visual y su pensamiento viajaba en forma de imagen, de la cabeza al material, que con frecuencia él mismo confeccionaba, para crear la obra de arte. Quizá porque su lengua materna era el zapoteco, nunca se sintió del todo cómodo hablando español con la prensa, a la que manejaba con magistral vehemencia, pues si algo andaba mal socialmente en Juchitán o en Oaxaca, era indispensable recurrir a Toledo.
Además, no le importaba que lo criticaran y en su comunidad le querían por ser solidario con las luchas que eternamente han sido importantes en este país.
Toledo, quien este 17 de julio cumpliría 82 años y que abandonó el mundo hace tres años, en 2019, víctima de un cáncer que guardó en secreto, recuperó en la contemporaneidad una función fundamental del trabajo del artista: El arte como herramienta de transformación social, herramienta de protesta y de activismo en completa libertad de expresión.
No por nada una de las imágenes del maestro más recordadas por el imaginario colectivo, es la de él volando papalotes con los rostros de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
Se le recuerda por el papel predominante que jugó en la reconstrucción de Juchitán a raíz de los sismos en 2017, respetando la tradición de construcción vernácula; y su participación en las luchas ecologistas locales.
Francisco Toledo se mantuvo invariablemente ligado a sus raíces culturales, y sin perderlas, se colocó en la esfera internacional como un artista universal, representativo del arte oaxaqueño y mexicano.
Especialmente, Toledo tenía una gran capacidad de encontrar la belleza en algunas escenas que no la expresan de una manera fácil; por ejemplo, los animales que representaba no eran los animales más estéticos, sino los más oscuros como las serpientes, las cigarras, las iguanas, los sapos, los armadillos, los cocodrilos, los pulpos y los monos. A ellos, Toledo los exploraba y los reivindicaba a través de su gráfica. Los plasmaba con una hermosura particular, aquella que posee lo sombrío.
Pero, además, para el maestro siempre fue importante retratar la cosmovisión oaxaqueña, el imaginario de un lugar sumamente exuberante, misterioso y envuelto entre la fantasía y la realidad con matices muy fuertes de lo orgánico y lo natural. Algunas de sus obras se recuerdan por el alto contenido sexual y matices de pesadilla. Todo esto, Toledo lo lograba por medio de una cromática con colores terracota y cálidos, que lo hicieron tan peculiar ante los sentidos de los espectadores.
No es casual, por ejemplo, que Toledo fuera el artista idóneo para ilustrar ediciones de los bestiarios de Borges y José Emilio Pacheco o los exvotos literarios de Carlos Monsiváis.
Francisco Toledo poseía un carácter rebelde, fuerte y que se mantuvo fiel a su espíritu, a sus orígenes y raíces, hasta el final, aunque a veces decía estar cansado de su personaje.
D.R. © Francisco Toledo, Autorretrato, 1975