Adiós al João

Relatos Personales

Adiós al João

Miguel Valera

La vida está hecha de aire, le leí un día a Antonio Tabucchi en El tiempo envejece de prisa. “Un soplo y ya está, y por lo demás tampoco nosotros dejamos de ser soplo, aliento, nada más; después, un día, la máquina se detiene y el aliento se termina”, plasmó en Yo me enamoré del aire. En eso pensé el día que me enteré de la muerte de don Armando Arcos Suárez. Había sobrevivido a un cáncer y un infarto le apagó la vida en la madrugada del domingo 18 de septiembre.

Lo vi un viernes, en el ocaso del mes de noviembre de 2021 y ahí, en el café don Justo, de la avenida Araucarias en Xalapa, acompañado del turismólogo “Tito” Barquín Gornés, me regaló un cubrebocas con la imagen de la Virgen de Guadalupe y me contó que el 11 de diciembre le llevará Las Mañanitas a la Basílica que lleva su nombre en la Ciudad de México, para agradecerle que lo había salvado de un cáncer que le habían diagnosticado y del que quedó completamente limpio.

Aún recuerdo que lo llevé desde esa avenida hasta la calle Belisario Domínguez esquina con Miguel Palacios en la casa paterna donde pasó su infancia y que estaba por vender. “Lo que son las cosas, me dijo.

Fui a Medjugorje en Bosnia-Herzegovina, a buscar a la Virgen y siempre la tuve aquí, en la iglesia de El Dique, en la zona donde nací y en la villa de Guadalupe, donde me sanó”, me dijo. Nos despedimos y jamás me imaginé que sería la última vez que lo vería.

Este domingo, don Armando Arcos Suárez cumpliría 74 años de edad. Esta tarde, a las 18 horas, en la iglesia Catedral, le celebrarán otra misa en su memoria. Estará su esposa, la señora Maru Alvarado y sus hijos Armando, Gretel y Andrés. Su hija Angie, fallecida en un accidente de avión, lo acompaña ya en la eternidad. 

Don Armando tuvo una vida exitosa, intensa y también la oportunidad de encontrase en una situación límite que lo puso en clave de esperanza y preparación para este momento que llegó sorpresivamente.

 El vocalista de “Los João” ya había visto la muerte de frente y seguramente estaba preparado, listo para partir, como sucedió esa madrugada, en su casa de León, Guanajuato.

“Así me dijo a mí, ¿a dónde vas Armando?, y me detuvo de la muerte, me cambió el rumbo y aquí estoy, vivo, agradecido”, me dijo en aquella ocasión, cuando me narró cómo la virgen de Guadalupe le hizo el milagro de curarle del cáncer. “Entones le dije, virgencita linda, te prometo que, si me curas de esto, voy a ser uno de los principales promotores de ti, de tu imagen, de tu milagro, de tu presencia, siempre constante aquí en la Villa de Guadalupe”, ofreció.

“Ahora creo firmemente en ella. Antes, confieso que no rezaba el Rosario y ahora lo hago todas las tardes con mi esposa y realmente me siento inmensamente feliz”, fueron sus palabras esa tarde fresca, muy xalapeña, cuando lo dejé en la calle de Belisario Domínguez y Miguel Palacios. Fue nuestro último encuentro y hoy don Armando descansa en paz, en los brazos del creador y en el regazo de la madre, en la que creyó profundamente, la virgen María de Guadalupe.