Célibe
|Rubén García
Célibe camina por la playa, agradecida por el cosquilleo que hacen las burbujas que revientan entre los dedos de los pies.
Sentada contempla la puesta del sol en un lugar sombreado y solo. La brisa llega con olores de ostra que alborotan su pelo.
Entre sueña. Se desabotona la blusa para percibir el roce del viento. Entrecruza las piernas. Sus manos descansan en su vientre. No piensa, solo atiende al momento. Relajada disfruta del mar. Dormita y recrea a la hermana sentada sobre las piernas del novio, moviendo discretamente las caderas.
Llega un aire que despeina a la niña-mujer. Respira profundo, sus pechos empujan la blusa; y al contacto con la brisa brotan los pezones. Busca acomodo entrelazando sus piernas una y otra vez o abriendo y cerrando el compás. La brisa hurga en su interior. Se inquieta y suda. Llega un calor que rebalsa y recorre todo el cuerpo dejando un tic-tac de latidos en su bajo vientre. La mano laboriosa y gatuna salta al monte de Venus y retoza.