LA EPOCA DE ORO EN EL CINE MEXICANO

  • Es un periodo en la historia del cine mexicano comprendido entre 1936 y 1959, ​ cuando la industria fílmica mexicana alcanzó altos grados de calidad en la producción y éxito económico de sus películas.

SIN DUDA EL ACTOR MÁS CARISMÁTICO y mediático fue Pedro Infante

Sea cinéfilo o no, la Época de Oro del cine mexicano se encuentra en el imaginario social de la mayoría. Durante los años de 1941 y 1945, años en los cuales se dio la Segunda Guerra Mundial, la industria cinematográfica de nuestro país contó con el apoyo de Estados Unidos, razón por la cual el crecimiento de la industria se hizo notable.

En 1941 surgieron varias compañías productoras, como Filmex, Films Mundiales, Posa Films, Rodríguez Hermanos y la asociación de Bustillo Oro y Grovas. Este ambiente cultural favoreció el surgimiento de una nueva generación de directores y actores  entre los que destacaron Emilio “el Indio” Fernández y Fernando de Fuentes. Los actores de esa época son hasta la fecha clásicos del cine mexicano como Pedro Infante, Pedro Armendáriz, Luis Aguilar, Cantinflas, Tin Tán, Sofía Álvarez, Marga López, María Félix, Dolores del Río, Rosita Quintana, Miroslava, Flor Silvestre y Lilia Prado.

Según algunas fuentes, el inicio de la Epoca de Oro se dio con el estreno de la película de ‘Allá en la Rancho Grande’, que inauguró el género de comedia ranchera, género que nació en México y se difundió en el resto del mundo. El fin de dicho género se dio con la muerte del actor y cantante Pedro Infante en 1957.

Durante estos años, se abordaron más temas y géneros que en ninguna  otra época a nivel cinematográfico. Desde obras literarias, comedias, películas policiacas y melodramas fueron contenidos que formaron parte del inventario cinematográfico de aquellos años. Las películas de lucha libre fueron el último género que se creó  a finales de esta época, género que se volvió tan popular que a la fecha siguen siendo uno de los más vistos.

El cine mexicano continuó realizando obras de espléndida calidad y comenzó a explorar otros géneros como la comedia, el romance y el musical. En 1943, la película Flor silvestre, reunió a un equipo cinematográfico conformado por el director Emilio Indio Fernández, el fotógrafo Gabriel Figueroa, el actor Pedro Armendáriz y la actriz Dolores del Río. Las cintas María Candelaria y La perla, son consideradas obras cumbre de Fernández y su equipo, y llenaron al cine mexicano de un enorme prestigio, paseándose a nivel mundial en importantes festivales cinematográficos (María Candelaria fue galardonada en 1946 con el Premio del Grand Prix del Festival de Cannes, el nombre anterior de la Palma de Oro, siendo la primera película de habla hispana en obtenerlo). Por su parte, La perla fue galardonada con el Globo de Oro de la industria fílmica estadounidense, siendo la primera cinta hispana en recibir dicho reconocimiento.4​

El Cine mexicano en su Época de Oro, imitó el Star System que imperaba en Hollywood. De esta manera, y a diferencia de otras industrias fílmicas, en el cine mexicano se comenzó a desarrollar el «culto al actor», situación que propició el surgimiento de estrellas que causaron sensación en el público y se convirtieron en auténticos ídolos, de una forma muy similar a la de la industria fílmica estadounidense. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía en Hollywood, los estudios cinematográficos mexicanos nunca tuvieron un poder total sobre las grandes estrellas, y esto permitió a estas brillar de una forma independiente y desarrollarse en una enorme multitud de géneros, principalmente las figuras surgidas en el cine mexicano en la década de los 1950, mucho más versátiles y completas que las de la década previa.

El 15 de abril de 1957 el país entero se estremeció al conocer la noticia de la muerte de Pedro Infante. Con él, simbólicamente, moría también la época de oro del cine nacional. Poco o nada quedaba ya de aquellos años de esplendor. El cine mexicano experimentaba a fines de los cincuenta,  una inercia casi completa. Las fórmulas tradicionales habían agotado ya su capacidad de entretenimiento; comedias rancheras, melodramas y filmes de rumberas se filmaban y exhibían ante un público cada vez más indiferente. Hasta Emilio Fernández, el director más importante de la época, comenzaba a repetir sus filmes con otros actores pero con los mismos temas. El cine de Luis Buñuel, los filmes de luchadores y el nacimiento del cine independiente, fueron las únicas novedades dentro de esta industria agotada. A fines de los cincuenta, la crisis del cine mexicano no era solo advertible para quienes conocían sus problemas económicos: el tono mismo de un cine cansado, rutinario y vulgar, carente de inventiva e imaginación evidenciaba el fin de una época (García Riera, 1986: 221).

El mundo cambiaba y con ello el cine que se hacía en otros países. La eliminación de la censura en Estados Unidos permitía un tratamiento más audaz y realista de muchos temas. En Francia, una joven generación de cineastas educados en la crítica cinematográfica iniciaba el movimiento de la nueva ola. En Italia, el neorrealismo había afirmado la carrera de varios cineastas. El cine sueco hacía su aparición con Bergman, al mismo tiempo que en Japón surgía Akira Kurosawa.

El cine mexicano, por su parte, se había estancado por líos burocráticos y sindicales. La producción se concentraba en pocas manos, y la posibilidad de ver surgir a nuevos cineastas era casi imposible, debido a las dificultades impuestas por la sección de directores del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC). Tres de los estudios de cine más importantes desaparecieron entre 1957 y 1958: Tepeyac, Clasa Films y Azteca.

También en 1958, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas decidió descontinuar la práctica de entregar el Premio Ariel a lo mejor del cine nacional. El Ariel había sido instituido en 1946, y su cancelación subrayaba el estado de crisis de la industria.

Al hacer del cine un asunto de interés nacional el gobierno mexicano, sin saberlo, estaba cavando la tumba de esta industria. En 1960, cuando el gobierno de Adolfo López Mateos adquirió las salas de Operadora de Teatros y de la Cadena de Oro -desbaratando así el monopolio de Jenkins- la etapa final de la producción cinematográfica quedó bajo control del Estado.