El espacio poético de Ely Núñez

Pedro Casariego Córdoba , poeta y más tarde también pintor

PEDRO CASARIEGO CÓRDOBA (que firmaba Pe Cas Cor), poeta y más tarde también pintor, se dedicó a la escritura entre 1975 y 1987. O hasta 1988, si contamos sus cuadernos de textos y dibujos, en los que priman el humor y la levedad. En 1989 comenzó a producir su obra pictórica, llegando a superar el centenar de lienzos, algunos completamente independientes y otros incluidos en series, como la de las Manos, la de los Monstruos, la de las Mesas y la de los Muebles. En 1993, como notable excepción, terminó Pernambuco, el elefante blanco, cuento ilustrado que escribió para su hija Julieta. El 8 de enero de ese año se suicidó.

El grueso de su obra poética se ha reunido en Poemas encadenados, 1977-1987 (Seix Barral, 2003). Al escribir poemas, fue por caminos sólo suyos, o quizá transitados por otros sin que él lo supiera, pues tenía en mucho el tratar de no recibir influencias. En la raíz de su pensamiento poético están ese deseo de conservar su virginidad creativa, la convicción de la insuficiencia del lenguaje, la idea del arte interior y la lucha quimérica contra el tiempo con la poesía como arma. Con una rara inteligencia tamizando todo eso, su escritura y su silencio a partir de 1987 responden a un plan muy meditado.

Así, no es de extrañar que Ángel González escribiera en el prólogo a la antología citada: «Es un artista intrigante y misterioso [que] en ningún momento se atuvo a los modos y las modas que caracterizaron el trabajo de sus contemporáneos. […] Su incuestionable originalidad no es algo buscado, sino un hecho que deriva de una actitud ante la escritura que, en el panorama de la literatura española de finales del siglo XX, no comparte con nadie».

PARA MI MADRE

¿DÓNDE ESTÁ LA FRUTA

para nosotros los débiles?

Caen las naranjas

siempre en otras manos

¿por nuestra culpa, madre,

todos esos gajos desprendidos?

Redobla la sangre

en los huertos de abajo

y hay cascadas amarillas

en los bosques de arriba

¡No hay culpa,

sólo hay herida!

Cristales antibalas los de nuestras gafas

¡guerras hay en todos nuestros ojos!

¡Porque no sabemos mirar,

porque no sabemos mirar

como miráis las madres!

¿Es la fiebre del egoísmo

lo que atenaza nuestros corazones?

¿Hay todavía en nosotros

una espiga de trigo?

Traen los cielos una hoz de tormenta

traen los ciervos la despedida

¡Fuertes son los que aman a los débiles!

¡Débiles somos los amados por los fuertes!

¡Y la única misión

es salvar a las madres!

(Para mi madre,  23 diciembre 1992 –manuscrito–)