“Cuando se comparte la vida, nace la esperanza”

VIVIR CON ESPERANZA

“Cuando se comparte la vida, nace la esperanza”

Por JACINTO ROJAS RAMOS

La experiencia nos enseña que la solidaridad es la regla de oro y el eje fundamental de un modelo, que entiende las emergencias como oportunidades para promover la solidaridad y compartir. Queda claro que si se pierde el sentido solidario, todo lo demás no tiene sentido. Constatamos que frente a la tragedia y la pobreza, que siempre van juntas, en la fase de la emergencia brota la fuerza de la solidaridad en los grupos y comunidades para llevar a los siniestrados –que viven una situación de angustia– pan, agua, ropa, medicamentos. Pero terminada la emergencia, generalmente desaparecen y vuelven a su vida ordinaria. Se trata de no esperar una tragedia para tender la mano al necesitado.

Nuestra época está influenciada, lamentablemente, por una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo, siempre dispuesto a resurgir en el ánimo humano. Tanto en el ámbito social, como en el de los medios de comunicación, la persona está a menudo acosada por mensajes que exaltan la cultura de lo efímero y lo hedonístico. Aun cuando no falta una atención a los otros en las calamidades ambientales, las guerras u otras emergencias, generalmente no es fácil desarrollar una cultura de la solidaridad. El espíritu del mundo altera la tendencia interior a darse a los demás desinteresadamente e impulsa a satisfacer los propios intereses particulares. Se incentiva cada vez más el deseo de acumular bienes. Sin duda, es natural y justo que cada uno, a través del empleo de sus cualidades personales y del propio trabajo, se esfuerce por conseguir aquello que necesita para vivir, pero el afán desmedido de posesión impide a la criatura humana abrirse al Creador y a sus semejantes. Cómo son válidas en toda época las palabras de San Pablo a Timoteo: «el afán de dinero es, en efecto, la raíz de todos los males, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores» (1 Timoteo 6, 10).

La explotación del hombre, la indiferencia por el sufrimiento ajeno, la violación de las normas morales, son sólo algunos de los frutos del ansia de lucro. Apelando a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, quisiera reafirmar un principio en sí mismo obvio aunque frecuentemente incumplido: es necesario buscar no el bien de un círculo privilegiado de pocos, sino la mejoría de las condiciones de vida de todos para que surja y brote la esperanza. Sólo sobre este fundamento se podrá construir un orden internacional realmente marcado por la justicia y solidaridad, como es deseo de todos.

«Hay mayor felicidad en dar que en recibir». El creyente experimenta una profunda satisfacción siguiendo la llamada interior de darse a los otros sin esperar nada, porque cuando se comparte la vida nace la esperanza y llega la felicidad.

El esfuerzo del cristiano por promover la justicia, su compromiso de defender a los más débiles, su acción humanitaria para procurar el pan a quien carece de él, por curar a los enfermos y prestar ayuda en las diversas emergencias y necesidades, se alimenta del particular e inagotable tesoro de amor que es la entrega total de Jesús al Padre, nuestro ejemplo a seguir.  

San Agustín observa que “sólo Dios, el Sumo Bien, es capaz de vencer las miserias del mundo. Por tanto, de la misericordia y el amor al prójimo debe brotar una relación viva con Dios y hacer constante referencia a Él, ya que nuestra alegría reside en estar cerca de Cristo” (cfr. «De civitate Dei», Lib. 10, cap. 6; CCL 39, 1351 ss).